viernes, 1 de enero de 2010

Aire (Geoff Ryman)





Dentro de las ideas más interesantes que hayan surgido en el campo de la ciencia ficción, está lo que en inglés se denomina mundane science fiction, un grupo de escritores que postularon (parece que el asunto no pasó de una intentona, aunque no todo está dicho, a juzgar por la reciente publicación de la antología When it changed) que la ciencia ficción, en lugar de planetas lejanos, viajes en el tiempo o singularidades, debía centrarse en lo mundano, en lo cotidiano, y abarcar temas de corte social relacionados con la tecnología, como los riesgos de la biotecnología, el cambio climático o el impacto de internet en la política y la sociedad. Es decir, una ciencia ficción de lo posible, por decirlo de alguna manera. Si bien no puedo estar de acuerdo en marcar límites a la imaginación (el propio Ryman tampoco pudo quedarse dentro de límites tan estrechos), parece una tentativa de subgénero (dentro de la ciencia ficción) que podría ser todo un fenómeno literario desde nuestra realidad latinoamericana, tan subdesarrollada ella, que los avances científicos más obvios parecen no formar parte de la misma, hasta que llegan. Imaginense, por plantear un ejemplo, una historia que ocurra en el departamento de Ica, amenazado por la sequía, en el cual gigantescas aspas de generadores de energía basados en las corrientes eólicas (los iqueños llaman paracas a esos fuertes vientos) permiten además la extracción de agua de ríos subterráneos, lo que convierte a Ica en un nuevo polo de desarrollo en el Perú y además, fuente de conflictos políticos con sus vecinos menos favorecidos... Y paro de imaginar.


Aire, en cambio, tiene un vuelo más elevado de lo que podría esperarse. La internet que conocemos da un salto cualitativo radical: se descubre una conexión neural inalámbrica directa, es decir, los seres humanos al fin (¿al fin?) alcanzamos la intercomunicación total: basta con desearlo para acceder a esa nueva red que está, literalmente, en el aire.


Claro, el acceso inicial a esta tecnología no es para todos. Pero, contra lo que podría esperarse, los beneficiarios iniciales de Aire no son los ricos y famosos, sino los pobladores de una pequeña aldea asiática (inevitable no pensar que se trata de pueblos actualmente "chinos", como Nepal o alguna otra "república"). Una aldea arquetípica, pequeña y atrasada como no se pueda imaginar... por un habitante de algún país desarrollado.


Y es que el contraste entre aldea atrasada y metrópoli civilizada que postula la novela podría parecer verosímil para el lector de algún país desarrollado, pero desde la perspectiva de quienes vivimos en países subdesarrollados, como el Perú, provoca un efecto contrario: nos parece ingénuo y hasta risible creer que personas con mentalidades basadas en el intercambio y en su mayoría analfabetas, puedan desarrollar una habilidad en el uso de Aire en tan poco tiempo como el que postula la novela, y con tanto éxito. Algo tan inverosímil como el "aprendizaje" de un idioma en una semana, como en la película "El guerrero número 13".


Si se supera este detalle (lo que lleva a reflexionar acerca de cuánto del lector y cuánto del escritor es lo que hay en un texto literario), y suspendemos nuestra incredulidad, asistimos a una maravillosa historia de lucha y superación de obstáculos, centrada en la protagonista, Mae Chung, quien de costurera analfabeta pasa a convertirse en cabeza de un emporio de la moda (sic). Su primer contacto con Aire no parece augurar nada bueno, dejándole incluso secuelas indelebles en ciertos aspectos de la salud. Pero Mae Chung no se amilana por esto, y aprende incluso a usar en su propio beneficio algo tan poco agradable como es el albergar una personalidad virtual no deseada dentro de sí. Aire la aturde pero al mismo tiempo le permite liberar energías que le permiten superar con creces su analfabetismo, motivada tanto por su pobreza como por sus telenovelescos problemas familiares y sentimentales (asistimos a un abandono de hogar, un adulterio, pleitos con vecinas chismosas, enfrentamientos generacionales), que a veces lastran el desarrollo de la historia, acaso por el prurito de recordar al lector aquello de "esta historia es algo que podría pasar". Se supone que este recurso sirve para convertir a los personajes en seres de carne y hueso, pero creo que a estas alturas, los lectores sabemos qué es lo que queremos de la literatura (para gente de carne y hueso, pues uno mismo).


Estamos pues ante una historia positiva, aunque ingénua, y tal vez ahí radique su encanto. Si bien desde cierto punto de vista lo narrado podría parecer inverosímil - pecado mortal cuando se trata de una historia de ciencia ficción - , tampoco puede dejar de considerarse que un uso tal de la tecnología podría ser la clave para cerrar la brecha entre ricos y pobres. Aire nos recuerda también que la clave de la riqueza del siglo XXI radica en el acceso o la falta del mismo a la información. La tecnología que postula Aire marca también un punto de inflexión, pues aunque no nos guste, la internet ha llegado para quedarse, y que ya se sienten los efectos colaterales, como la profunda brecha que se está abriendo entre los nativos digitales y migrantes digitales, o sea, entre muchos de nosotros y nuestros hijos.


Quizá el valor más radical de Aire consista en su apuesta por el progreso, por el optimismo, tan venido a menos en la narrativa de ciencia ficción. Caramba, si la ciencia y la tecnología nos han traído muchos males, ya es tiempo de que nos traigan algo bueno. Y Aire - una probable y más que inquietante evolución de la internet - nos recuerda que al final es el ser humano quien decide cómo usar las cosas. Para bien o para mal.



Daniel Salvo

2 comentarios:

  1. Interesante obra, e interesante crítica de la misma. Lo felicito, como amante de la ciencia ficción y como estudiante de Computación y Sistemas.

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  2. En 1982, ocurrieron dos acontecimientos importantes en mi vida, vinculados a la computación y sistemas: en casa, adquirimos a un antecesor de las PC de hoy en día, una Sinclair ZX81 de 1K de memoria RAM, expandible a 16K... Y ese año estrenaron la película "TRON", primera película hecha por computadora (que trataba de un programador que es digitalizado y "transportado" al mundo virtual, donde los programas tenían la personalidad de sus "usuarios", a quienes veneraban como dioses, y tenían "bits" por mascotas...). El presente actual se empezó a gestar en esas épocas.

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