domingo, 2 de agosto de 2009

Editorial: Orwell y el alunizaje del Apolo XI




Hace poco se conmemoró el cuadragésimo aniversario del alunizaje del Apolo XI en la superficie de la Luna. Los canales de televisión volvieron a transmitir esas increíbles imágenes de otro mundo, decepcionante quizá en su aridez y monotonía, pero fascinante por su lejanía y sus implicancias: el arribo del hombre a un mundo distinto a nuestro planeta. Una hazaña desde cualquier punto de vista.

Pero esta vez, acaso con mayor fuerza que otras veces, los medios (radiales, televisivos, escritos, digitales, etc.), dirigieron su esfuerzos a destacar, no el alunizaje, sino el sinfín de teorías conspirativas que tienen como base la siguiente "deducción": el hombre nunca llegó a la Luna. La "explicación" sería la siguiente: en esa época, los Estados Unidos estaban en plena guerra fría con la ex URSS, y tenía que probar su mayor poderío tecnológico. ¿Y qué mejor manera que fraguar un alunizaje? Según esta leyenda urbana (no da para hipótesis o conjetura), todo fue filmado en el desierto de Arizona, y se asume que el genio detrás de la cortina fue nada menos que Stanley Kubrik. Si tienen memoria, recordarán que es el mismo argumento de la novela de Ron Goulart Capricornio Uno, que fuera llevada al cine por Peter Hyams en 1978, con la diferencia que en Capricornio Uno el viaje fraguado iba dirigido al planeta Marte y no a nuestro satélite.

En mi opinión, el alunizaje del Apolo XI es un hecho. Como lo fueron las anteriores misiones, y como lo fueron las posteriores. Pregunten a cualquier científico serio, a cualquier ingeniero: la tecnología de la época era suficiente para propulsar un cohete, hacer descender un módulo tripulado, tomar unas fotos y retornar a la Tierra. Las condiciones políticas imperantes - la guerra fría - fueron el acicate, indudablemente. Es por eso que en esta época de crisis, las misiones tripuladas a la Luna u otros astros se han vuelto proyectos a mediano o largo plazo - el coste es disuasivo, frente a las ventajas que se pueda obtener-. Fin del misterio.

Entonces, ¿por qué ese extraño afán de mucha gente por afirmar que el viaje a la Luna fue un fraude, por qué ese deseo de que uno de los mayores logros de la ciencia y la técnica humanas se convierta en el fruto de un montaje pergeñado por sabe Dios qué siniestros intereses?

Hay algo en común con las "teorías" acerca de extraterrestres construyendo las pirámides y Machu Picchu (pero no el Escorial o el palacio de Buckingham), me parece: un cierto complejo de inferioridad, el dudar de nuestras propias capacidades, el deseo de ser engañado.

Porque ¿cómo pueden explicarse esas expresiones de regocijo que muestran muchas personas cuando afirman con absoluta convicción que "el hombre nunca llegó a la Luna"? ¿Por qué ninguno de estos "conversos" a esta nueva verdad se toma la molestia de consultar, no a periodistas o conspiranoicos de pacotilla, sino a científicos o especialistas? En el Perú, me parece, tanto el CONIDA como la Fuerza Aérea, como mínimo, podrían responder a cualquier duda razonable (las dudas irrazonables son imposibles de absolver).

Parece que el verdadero origen de estas seudoteorías de la falsedad del alunizaje tiene un aspecto más triste y sombrío.

Si retrocedemos un poco en el tiempo, podremos notar que el verdadero inicio del siglo XXI está en el 11 de setiembre de 2001, el día del atentado contra las torres gemelas en los Estados Unidos. Fue ese día en que nos dimos cuenta de que el futuro al que habíamos arribado no era un paraíso tecnologizado ni una utopía pacífica. Al contrario, nuestro futuro se había convertido en un presente dominado por la irracionalidad, por el odio y la más retrógrada y reaccionaria forma de pensar.

Ello ha contribuido a desmantelar lo poco de rescatable que podía tener la humanidad, que bien podría ser el logro de algunas (no todas) conquistas científicas. Empezó también con lo que algunos llaman "posmodernidad" (concepto que no manejo, pero que usan muchas personas para decirme que el paradigma científico ha fracasado por completo, que las ciencias y la razón no sirven para nada), que parece consistir, antes que una perspectiva filosofica, en darse al abandono de cualquier sueño o logro que podamos considerar como "positivo": el mejor destino al que el ser humano puede aspirar es, en nuestro siglo XXI, comer, dormir y fornicar ininterrumpidamente. Lo que excede esas actividades es ahora sinónimo de desequilibrio e inmadurez. Estamos más contentos jugando tenis en el Wii que jugando tenis de verdad (claro, ahí tienes que sudar).

Como epítome del escapismo en el que estamos envueltos, disfrazamos nuestra mediocridad de duda razonable: como nos sabemos apáticos e indolentes, atribuimos ese mismo código de conducta no ya a toda la humanidad existente, sino incluso a la humanidad que nos ha precedido. Si nosotros somos incapaces de ir a la luna, entonces los seres humanos de hace cuarenta años fueron tan incapaces como nosotros. Y si el mundo fue una porquería, lo es ahora y lo será en el futuro.

Es decir, como lo expresó Orwell en 1984: Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado.

A continuación, un diálogo que bien podría sostener un conspiranoico, extraido de la genial novela de Orwell:


"- ¿Existe el pasado concretamente, en el espacio? ¿Hay algún sitio en alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo?


- No.


- Entonces, ¿dónde existe el pasado?


- En los documentos. Está escrito.


- En los documentos... Y, ¿dónde más?


- En la mente. En la memoria de los hombres.


- En la memoria. Muy bien. Pues nosotros, el Partido, controlamos todos los documentos y controlamos todas las memorias. De manera que controlamos el pasado, ¿no es así?


- Pero ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado? Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado!


- Al contrario, eres tú el que no la ha controlado y por eso estás aquí. Te han traído porque te han faltado humildad y autodisciplina. No has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has preferido ser un loco..."


(George Orwell: 1984)


Entonces, si la razón y la ciencia han fracasado, sus productos (buenos o malos), o bien carecen de trascendencia real... o no existen. Tal sería el caso del alunizaje del Apolo XI: no pudo ser, por que reconocer su certeza, su verdad, implicaría reconocer que el cuestionamiento tan frívolo de la ciencia y la técnica del que hace gala el habitante del siglo XXI es la verdadera impostura, la verdadera mentira, el verdadero abandono del esfuerzo por pensar por si mismo que alguna vez fue un ideal para la humanidad.


No me sorprendería saber que son más quienes consideran que el alunizaje fue un fraude que los que aceptamos que, para los parámetros de la época, es un hecho tan factible y comprobable como la televisión. Es más cómodo vivir en un mundo irracional donde todo se "explica" pero no se comprueba; es más cómodo creer (¡y disfrutar!) que fuimos engañados y que no somos dueños de nuestros destinos o de nuestras decisiones.


Es más cómodo dar por finalizado el siglo XX y entrar en una nueva era de oscurantismo y tinieblas, donde lo humano vuelve a estar sometido al capricho de un universo cuya comprensión y exploración apenas estaban comenzando.


Daniel Salvo

sábado, 1 de agosto de 2009

El tiempo de la noche (William Sloane)




El tiempo de la noche
To walk the night (1954)

William Sloane
Minotauro, 2004

La verdad, esta novela no podía venir peor recomendada. Pocas reseñas, una contraportada que pretende arruinarte la sorpresa y una clamorosa falta de datos acerca del autor, la temática y otros detalles. Sin embargo, para sorpresa mía, el resultado de su lectura ha sido más que agradable. De hecho, la recomiendo con mucho entusiasmo.

Eso sí, es probable que la técnica de su escritura, que recuerda mucho a la teoría del iceberg de la que hablaba Ernest Hemingway, haya incidido en la mas bien seca respuesta ante El tiempo de la noche por parte de los lectores. ¿Ciencia ficción, fantasía, terror, literatura conjetural con reminiscencias lovecraftianas? Todo eso hay.

Los protagonistas no pueden ser más antiheróicos, pues se trata de académicos vinculados tanto a las ciencias como a las letras. La historia inicia con la visita que efectúa uno de ellos, desde cuya perspectiva se nos narrarán luego los acontecimientos, al padre de su amigo Jerry Lister, quien se ha suicidado recientemente. Hasta ahí, nos hacemos la idea de una melancólica rememoración de una amistad perdida.

Pero las cosas no son lo que parecen. Desde los primeros instantes en que Bark (Berkeley Jones, amigo de Jerry Lister y narrador principal de la historia) comienza a hilvanar los sucesos que el cree llevaron a la muerte de su amigo, el lector puede notar que algo no es del todo normal en las cosas que ocurren y en algunas de las personas que comienzan a formar parte del drama. Un encuentro deportivo público, acaso uno de los más prosaicos escenarios que pueda imaginarse, ofrece unas características tan peculiares, que llevan a los amigos a abandonar dicho encuentro y dirigirse a un observatorio astronómico, en búsqueda del profesor LeNormand, conocido de ambos, quien en el preciso momento en que es hallado (la descripción del observatorio por dentro es memorable), es consumido por lenguas de fuego hasta carbonizarse. Posteriores investigaciones llevarán a la conclusión de que estas lenguas de fuego, si bien singulares, no se apartan del campo de los fenómenos físicos o químicos conocidos. Bueno, si lo dice un científico...

Si esta muerte es de por sí intrigante, no lo es menos la verdadera protagonista de la historia, la indescriptible Selena, esposa del infortunado LeNormand. La misteriosa muerte del científico pasa a un segundo plano ante su enigmática viuda, quien de inmediato atrae la atención de Jerry, al punto que tan solo semanas después de la muerte de su maestro, decide contraer matrimonio con ella, lo cual provoca tanto extrañeza como repulsión entre sus allegados. Y es que Selena no es la clase de mujer que alguien podría desear como esposa para un hijo o un amigo.

Es de advertir que no hay absolutamente ningún hecho abiertamente sobrenatural o alienígena vinculado a Selena en toda la novela. Hay, si, caprichosas demostraciones de habilidades que podrían parecer paranormales, por decirlo así, pero que no carecen de explicación lógica. Pero lo que poco a poco se llega a sugerir respecto a Selena produce escalofríos. Tal parece que su "historia" se inicia a partir de su matrimonio con LeNormand. Carece de familia, antecedentes o recuerdos, algo que revele una existencia previa a este matrimonio. Su manera de expresarse es exasperantemente precisa, como la de alguien que domina a la perfección una lengua extranjera. Y el pobre Jerry, su esposo, comienza a desesperarse ante su paulatino conocimiento de la verdadera naturaleza de la mujer con la que se ha casado. Cada vez la comprende menos, a pesar de que Selena no es indiferente o cruel con su marido. De otro lado, las investigaciones sobre el asesinato de LeNormand llevan a resultados inesperados que vincularían a Selena con la desaparición de una joven que padece retardo mental... Las implicancias se hacen más sombrías, aunque fascinantes, dado que los protagonistas, quienes cuentan con un amplio bagaje cultural que abarca desde la mitología griega hasta las costumbres de los pueblos precolombinos ubicados en los Estados Unidos, arriban a conclusiones y teorías que solo acentúan el misterio que encarna Selena.

El apoteósico final- aunque ya lo conocemos desde el primer capítulo -, en el que aparentemente se resuelven todos los enigmas en torno a Selena, no hacen más que dejar paso a nuevos misterios, respecto a la realidad que nos circunda, a la propia capacidad fabuladora del ser humano (capaz de inventar hasta lo que no es) y al eterno femenino, capaz tanto de destruir como de exaltar la vida de los hombres.

Si se encuentran con Selena, tengan cuidado...
Daniel Salvo

El engaño Hemingway (Joe Haldeman)




Ha sido una más que grata sorpresa encontrar esta novela corta de Joe Haldeman, singular en cuanto a su planteamiento y en cuanto a su resolución; con un invitado de lujo además: el propio Ernest Hemingway, a quien Haldeman parece admirar sin reparos. Hay un amor total hacia la obra del primero, hacia sus técnicas como escritor, hacia la vida que protagonizó (no se me ocurre mejor término). De paso, Haldeman se da maña para darnos algunos vistazos de su propia teoría literaria, algo melancólica pese a estar encuadrada dentro de una obra relativamente humorística, pero de indudable valor para quienes planean ser o se consideren escritores. A uno no le queda más que sentir una compasión infinita por aquellos que se dedican a urdir ficciones, sean exitosos o no. El ser escritor tiene un algo terrible detrás que, como jugando, Haldeman nos ofrece como una clave dirigida a iniciados.

Por otro lado, en breves páginas, redondea un argumento genial. Un intelectual de poca monta, su desvergonzada esposa y un estafador proclive a la violencia unen esfuerzos para realizar una estafa literaria: dado que en la vida real Ernest Hemingway "perdió" los originales de sus primeros cuentos en 1910, los tres estafadores deciden "fabricar" esos originales perdidos para hacerlos pasar por las auténticas obras de Hemingway, y obtener así la correspondiente ganancia en metálico. Lo primero es conseguir papel de la época (no olvidemos que ahora todos usamos computadoras para escribir), tinta y la famosa máquina de escribir Corona... Esto, en los primeros años del siglo XXI. Tarea difícil, en verdad, pero no imposible. Siempre hay técnicas para "envejecer" los papeles, siempre hay alguien que tiene una máquina de escribir antigua, siempre hay quien desea ser engañado y siempre hay quien engaña. Esto lo sufre, en un principio John Baird, el atribulado protagonista de la novela, quien lleva una herida (física y síquica) muy profunda, tanto, que nos permite comprender cómo es que una persona de su talento y bondad acaba cayendo en las manos de seres tan desaprensivos como su esposa (una verdadera joya, la mujercita) y su "socio".


Mientras el proyecto de falsificación avanza, entran en escena otro tipo de entidades que no miden el espacio y el tiempo como lo hacemos los humanos. No se explica qué o quienes son, solamente se sabe que perciben el intento de estafa como una perturbación en el continuum espacio temporal, algo que puede alterar también otros continuums . La suerte está echada: deben detener a los estafadores, en especial a uno de ellos, el propio John Baird. Aunque detenerlo implique su muerte.

Baird es advertido acerca de su intento de estafa y de los efectos que tendría el continuar con la misma, en el resto del universo y en su propia existencia. A partir de este punto, las decisiones de Baird conferiran a la novela el sello propio de la ciencia ficción, añadiendo a la trama los viajes en el tiempo y los universos paralelos, a través de los cuales transita Baird, y que le permitiran iniciar un proceso de evolución personal que puede llevarlo a grandes peligros pero también a una gran recompensa, que involucra, entre otros, al mismísimo Ernest Hemingway, quien parece ser uno y el mismo en todos los universos.

De modo que hay Hemingway (y Haldeman) para disfrutar, aunque la vida feliz sea siempre tan breve.

Pero esa es otra historia.


Daniel Salvo

La fortaleza de la Perla (Michael Moorcock)



Una verdadera sorpresa esta novela. Si bien está ambientada en el mismo universo que Elric de Melniboné, siendo este personaje el eje central en torno a quien gira la acción, Moorcock logra darle un sesgo totálmente inesperado a las aventuras - y desventuras - de Elric, lo cual es de agradecer, pues ambas novelas pueden leerse de manera totálmente independiente. No sé si en el vasto multiverso creado por Moorcock tiene lugar la repetición, pero en lo que a Elric respecta, cada aventura es completamente original.
En La fortaleza de la Perla, encontramos a Elric, emperador de Melniboné, un ser no del todo humano, un albino aquejado por una dolencia del cuerpo y del alma, poseedor de la espada Stormbringer (Portadora de tormentas o Tormentosa, depende de la traducción), un artefacto semiconsciente con quien tiene una relación de amor-odio, pues lo fortalece tanto como lo debilita al nutrirse de las almas de quienes asesina, deambulando lejos de su tierra, en búsqueda de no sabemos bien qué: aventuras, su destino, o acaso a sí mismo. Hay un objeto mítico, la Perla, que posee un gran poder de naturaleza más bien confusa. Elric asume como tarea la búsqueda de este objeto, más bien obligado por su sentido de la nobleza que por una verdadera necesidad. Y para buscarlo, ingresará al reino más extraño que pueda concebirse: el reino de los sueños. Ayudado por una Ladrona de sueños, la bella Oone, Elric traspondrá el umbral entre nuestro mundo y el de los sueños, que al igual que el infierno de Dante, posee una cartografía más que sorprendente. No asistimos a visiones bizarras ni a juegos de la imaginación, sino a una serie de ámbitos ligados a nuestros sueños, o lo que es lo mismo, a nuestros deseos. Imagínense una cartografía así, donde existen lugares poblados por seres que sueñan con el pasado, o por quienes han construido un mundo basado en la realización de sus fantasías, o que sueñan con un castigo como forma de recompensa... La sensación de extrañeza de Elric ante semejantes perspectivas es tan vívida que no puede menos que ser compartida por el lector. Además, Moorcock no desatiende la naturaleza introspectiva de sus personajes, a quienes también podemos disfrutar en sus reflexiones en torno a la realidad, a la justicia y a la naturaleza y origen de los mitos.
Este viaje, no necesariamente iniciático, no es un viaje exento de aquello que da a la fantasía épica su carta de ciudadanía. No faltan pues los combates a espada, los enemigos monstruosos ni las bellas princesas a ser rescatadas. Las escenas finales, entre tristes y apoteósicas, son memorables.
Fantástica, que no fantasiosa, La fortaleza de la perla es una verdadera lección de cómo se escribe una novela de fantasía épica sin caer en ningún cliché.

Daniel Salvo

Revista NM N° 2 (VV.AA.)


Revista NM N° 2
Ediciones Turás Mor, 2006


Si bien con retraso (el volumen que nos ocupa data de 2006), considero una suerte de deber, muy grato por cierto, el reseñar los esfuerzos de nuestros hermanos hispanoamericanos en el ámbito de la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Si bien es inevitable que el foco de atención esté y estará centrado por mucho tiempo en los escritores anglosajones, no es menos cierto que desde hace tiempo existe en nuestro medio una gran cantidad de autores cuya calidad y originalidad no son menos que los de sus pares angloparlantes. Y si uno se toma la molestia de leer con atención algunos de los cuentos o novelas recientemente premiados por todo lo alto - con Hugos y todo - , me atrevo a decir que el nivel de las ficciones de este lado del mundo muchas veces sobrepasa a más de un relato archipremiado.

Ni mucho ni poco para una introducción. Mejor pasemos al interesante contenido de NM N° 2.

Editorial A cargo de Santiago Oviedo, nos recuerda lo difícil que es llevar adelante un proyecto editorial - a pesar de las facilidades que proporciona la internet-, y cómo pueden solucionarse estas dificultades.

Lucía tomó mi mano y fui feliz (Martín Cagliani) Sentido cuento acerca del amor que puede vencer a la muerte. En un pueblo rural como tantos que hay, un niño de oscuros orígenes puede ser la clave de una leyenda.

Ashegnemé (Sue Giacoman Vargas) También va de amor, pero del extraño amor que puede surgir entre seres de diferentes planetas. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿qué nos hace amar a otro ser? ¿Lo que creemos conocer del otro, o lo que necesitamos para nuestros propios fines? Mientras tanto, de manera paralela, vamos descubriendo qué es el ashegnemé. Muy bueno.

El soldado desconocido (Miguel A. López Muñoz) Una fábula que esconde el origen de otra fábula, a menos que las leyendas de nuestro mundo tengan existencia real en otro. Hay un guerrero, un dictador derrocado, una niñez marcada por acontecimientos tristes... Y la posibilidad de redención, basada en el adecuado proceder. Un hermoso relato.

Por las malas (David Moñino Bermejo) O la historia de un balcón indiscreto.

La cantadora (Paula Salmoiraghi) Una mujer dotada de una maravillosa voz debe luchar contra un medio que valora más lo superficial. El recurso a la fantasía puede ser la clave para sobreponerse a una realidad en la que parece tenerlo todo en contra.

Ajusten los controles para el corazón del sol (Fernando Bonsembiante) Un fascinante relato de primer contacto en clave de space opera. Decir más sería arruinar la sorpresa.

Lecciones de guerra (Erath Juárez Hernández) La guerra no es siempre la oportunidad de volvernos héroes. También podemos convertirnos en otra cosa, en algo peor que el enemigo más sanguinario. A veces nuestro peor enemigo podemos ser nosotros mismos. Pero siempre hay una posibilidad de redención, aunque no siempre de salvación.

Daniel Salvo