Hace unos años, tuve la suerte de asistir a la conferencia que ofreció José Carlos Somoza en la Universidad Privada de Ciencias Aplicadas, en Lima. Creo que en ese entonces aún no había publicado las obras que lo acercan a la ciencia ficción, como Clara y la penumbra, pero ya había tenido la oportunidad de degustar su magistral novela policial La caverna de las ideas, ambientada en la Atenas de Platón.
Con semejante antecedente, no pudo causarme mayor expectativa la incursión de Somoza en la ciencia ficción, género bajo el cual nos ha ofrecido, a juzgar por los comentarios que circulan en la red, cuatro novelas: Clara y la penumbra, Zigzag, La llave del abismo y El cebo.
Supongo que debe precisarse que Zigzag es un thriller, y digo supongo, puesto que estamos acostumbrados a sospechar de la calidad de un texto literario según su nivel de ventas. Y encima, si el thriller es de ciencia ficción, más sospechoso todavía. Yo solía pensar así antes, y me perdí, entre otros, nada menos que a Stephen King. En todo caso, avisados estamos: como todo thriller que se respete, tiene acción de principio a fin, un asesino misterioso, personajes cuyas características otorgan un nuevo sentido a la expresión "fuera de lo común" (no se salva nadie, ni siquiera los apacibles académicos o la bella protagonista) y una trama que gira en torno a un tema que enganchará al lector de ciencia ficción más reacio (a los thrillers): la posibilidad de observar imágenes del pasado.
¿Qué, otra novela de viajes en el tiempo? Para nada. Comenzando por el hecho de que Somoza se ha empapado realmente bien en materias científicas de avanzada pero bastante abstrusas, al punto que muchas páginas de Zigzag podrían funcionar como una excelente fuente de divulgación científica. Implica, cómo no, la física cuántica, la teoría de las supercuerdas, el colisionador de hadrones, contando además con "invitados" de lujo como Stephen Hawking y otros científicos "reales", lo que permite mostrar el funcionamiento del mundo científico-académico, fascinante y decepcionante a un tiempo. Qué se le va a ser, los científicos también son seres humanos.
Es en este mundo donde se discute la posibilidad, sino de los viajes en el tiempo, la posibilidad de observar tiempos distintos al nuestro. Todo residiría en el despliegue de los elementos de ciertas partículas subatómicas, que guardarían en su estructura una especie de registro de todo el tiempo (al menos, así lo entendí yo). Parece simple y refrito, pero ... ¿qué efectos tendría dicha observación tanto en los observados como en los observadores? ¿No se está violando el sentido del tiempo? ¿Y si deseáramos ver a un personaje clave de nuestra historia, como Jesucristo? El elemento religioso (pese a que ningún personaje es creyente) juega aquí un rol bastante desusado, puesto que remite tanto a las cosmovisiones judeocristiana como lovecraftiana (sí, así como lo leen, y da tanto pavor como el mismísimo maestro Lovecraft). No hay salida: incluso el éxito del experimento implica un fracaso que no deja de percibirse como una especie de castigo divino, aún cuando la divinidad implicada pueda denominarse simplemente como Materia.
Si bien la primera parte puede parecer un tanto larga y tirando a lo hard, es absolutamente necesaria para comprender tanto el mecanismo del experimento que da origen a la trama como a las consecuencias del mismo. Cada teoría expuesta genera los efectos que involucran a los personajes en la trama, y el lector no puede menos que preguntarse si en efecto el universo que conocemos funciona realmente así, y no sentir un escalofrío ante su impredecible presencia.
Si en algún momento se consideró a la ciencia ficción como un género menor que a lo más estimularía el interés por las ciencias por parte de adolescentes granujas, los espeluznantes resultados de los experimentos descritos en este libro los estimulará a estudiar abogacía o algo así. La corrupción es menos peligrosa que Zigzag.
Daniel Salvo
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