jueves, 13 de marzo de 2014

La máquina diferencial (William Gibson/Bruce Sterling)



La novela parte de una premisa de lo más esperanzadora, como consta en el texto de la contraportada:

1855. La revolución industrial está en pleno apogeo, impulsada por mecanismos cibernéticos de vapor. Charles Babbage perfecciona su máquina analítica y la era de la informática llega con un siglo de anticipación. Pero con el cambio llega la inestabilidad social: los luditas, grupo subversivo en contra de la tecnología, protagonizan desórdenes callejeros y hostigan a las clases dirigentes. La aventura comienza cuando unas misteriosas tarjetas perforadas, de origen y propósito desconocidos, caen en manos del paleontólogo Edward "Leviatán" Mallory. Descubrirá que alguien las busca con la suficiente desesperación como para ser capaz de matar por ellas...
Parece emocionante, ¿verdad? Un steampunk en toda regla, con computadoras funcionando a vapor, los inicios de los grandes descubrimientos científicos, la Royal Society... Y los nuevos roles que en esta realidad alternativa juegan personajes como el ya mencionado Charles Babbage, Lord Byron, su hija Ada Byron, el devenir de los Estados Unidos y el marxismo... Indicios de una acción que quedan, lamentáblemente, eso, meros indicios de una gran novela que pudo ser, pero que se quedó en una sucesión de persecuciones, asesinatos, falsas pistas y apariciones intempestivas que terminan por ser de lo más intrascendente. 

Ciertamente, es posible que un lector perteneciente a la cultura anglosajona pueda encontrar más puntos de interés en la lectura de La máquina diferencial, y tal vez este sea el punto débil de toda ucronía: si el lector no está al corriente de la historia que se pretende cambiar o alterar, es difícil que una versión alternativa de la misma lo conmueva en lo más mínimo. Es lo que me ha ocurrido, al ver ir y venir a una serie de personajes que mayor o menor envergadura en la historia de Inglaterra, pero que carecen de contexto para mi perspectiva de lector no anglosajón. El que luego de la lectura pueda recurrir a otras fuentes para mayor información no cambia el hecho de que el destino final del mismísimo personaje principal termine por despertar la mayor indiferencia.

Otro aspecto a comentar, si cabe, es la ambientación "steampunk" de la novela, que se detalla de manera bastante amena e ilustrativa en la primera tercera parte del texto, narrándonos cómo ha ocurrido que los grandes ordenadores se han convertido en la base de los gobiernos "civilizados" de Europa (Francia tiene su propio gran ordenador, al que llaman Gran Napoleón), así como el rol de ciertos personajes clave de la historia (¡Lord Byron resulta ser el gestor de esta revolución informática!). Los vehículos son llamados faetones (algo que me parece haber leído antes), impulsados, cómo no, a vapor (el petróleo es utilizado como tónico milagroso, un secreto supuestamente compartido por los pieles rojas).

Lástima que un entorno tan propicio para la especulación derive en una suerte de thriller carente de emoción e insoportablemente mal narrado, con bruscos e intrascendentes cambios de escena que hacen difícil seguir la trama. Si algún personaje logra alzar cierto vuelo, los autores optan por desaparecerlo del texto, y el final, que pretende ser intrigante, resulta simplemente confuso.

 Supongo que alguien le daría una segunda oportunidad. Yo ya tuve suficiente.

Daniel Salvo

jueves, 6 de marzo de 2014

La montaña del origen (Daniel Alcoba)


Increíble hallar una novela tan buena a un precio de saldo tan exiguo... pero supongo que son las paradojas de la posmodernidad, que le dicen. Una pena que, sin bombos ni platillos, esta novela haya circulado entre nosotros practicamente sin pena ni gloria.

El toque de ciencia ficción es bastante leve, diría que intrascendente, y recién se nos revela casi al final de la novela. Pero, mientras tanto, ¡qué viaje increíble, qué visión tan alucinada (y desencantada) del ser humano, qué erudición en torno a grandes intrascendencias! Creo que es una suerte no haber leído esta novela cuando era más joven, pues posiblemente, habría alterado mucho de mi personalidad... para bien o para mal.

Los protagonistas, entre ellos el narrador, un antropólogo de ascendencia hispana que trabaja para una multinacional japonesa, se encuentran en un país del lejano oriente, tan lejano, que permite (sin ánimos de jugar al exotismo barato) plasmar casi cualquier fantasía, noble o abyecta, en relación al ser humano y su sociedad. Un oriente lejano de reyes sabios, ausencia de prejuicios sexuales y una pobreza tan miserable que considera un manjar exquisito la ingesta de ratas muertas en inundaciones...

En tal ambiente, que, no nos engañemos, al final acaba siendo un reflejo de nuestra propia (y segura) sociedad "civilizada", el protagonista y el personal puesto bajo sus órdenes, (¡un samurai y su tropa!), iniciarán un periplo en búsqueda de un mito, la famosa montaña del origen, en donde se dice habita un ser santo y milagroso, puesto que se trata de un ser humano que engendra... patos. 

El viaje que realizan los personajes es felliniano y conradiano al mismo tiempo. La colección de monstruosidades y esperpentos que encuentran a su paso son descritos con una coloratura saturante, una prosa muy adecuada para la clase de aventuras y episodios que tienen lugar, matizados por el omnipresente conflicto entre el protagonista y el samurai a cargo de su seguridad, conflicto que se origina por el amor de la esposa de éste último. La alusión - homenaje al Joseph Conrad de "El corazón de las tinieblas" no puede ser más evidente, pues el viaje está lleno también de evidencias y amenazas de un futuro encuentro, no con un monstruo (¿o si?), si no con una nueva realidad, una nueva expresión de lo humano que termina siendo más alienígena que muchos de los extraterrestres imaginados... y al mismo tiempo, tan humana como cualquier lector. Imposible no experimentar el punzante aguijón de la crítica, del cuestionamiento de nuestras propias y aparentemente normales costumbres comerciales, sociales, sexuales, religiosas...

La aparición del ser que origina la búsqueda, una suerte de rey-sacerdote-dios, es una muestra de cómo la literatura puede generar un sentimiento intenso de extrañamiento, de desgajar al lector en todos y cada uno de sus conceptos en torno a lo sagrado, lo sabio, lo normal y lo necesario. La teología que se ha generado en torno a este ser, de tan ridícula y absurda, nos lleva a preguntarnos por las propias teologías que hemos engendrado en occidente, ejemplos acaso de doctísima ignorancia o superstición. Nada hay más extraterrestre que lo humano, parece decirnos el autor.

La novela llega a su clímax con el arribo del dueño de la multinacional para la cual trabajan los demás personajes, un japonés rubio (!) y homosexual, obsesionado con la idea de desarrollar un útero artificial que permita a los varones concebir sin necesidad de su contraparte femenina. Y son los supuestos poderes que tiene el rey-sacerdote-dios los que este empresario busca, sobre todo, el poder de "crear vida", con el cual podrá lograr su propio sueño... y acaso, cambiar el destino de la humanidad.

La fragilidad humana llevará, como siempre, a que muchos planes se trunquen y otros (los menos probables) se concreten, y resulte victorioso quien menos se espera. Un cuadro de la condición humana. Una más que recomendable novela. 

Daniel Salvo