martes, 29 de abril de 2014

Roma eterna (Robert Silverberg)


Una gran obra de Robert Silverberg, a pesar de las muchas opiniones en contra que he hallado en la internet. El elemento de ciencia ficción está muy diluído, pero es que se trata de una versión alternativa de nuestra historia en la cual nunca surge el cristianismo, ni religión monoteísta alguna, con lo que obtenemos un Imperio romano que supervive hasta el presente... con altas y bajas. 

Así, en lugar de durar siglos, el Imperio Romano perduró por milenios.  Silverberg condensa esta dilatada historia en once relatos, a través de los cuales se nos narra cómo enfrentó Roma a las diversas crisis que pudieron dar origen a su fin o decadencia. A veces por azar, a veces por necesidad, siempre hubo un romano dispuesto a actuar en el momento preciso, ya sea un decadente (en apariencia) emperador, o un burócrata de segunda destacado a alguna lejana provincia situada en Arabia. Casi como las crisis psicohistóricas previstas por Hari Seldon en el ciclo de las Fundaciones, de Isaac Asimov, pero sin un deus ex machina fungiendo de oráculo.

Creo que el elemento que muchos han criticado (el que los acontecimientos ocurran de manera muy lenta, y que el Imperio como sistema de gobierno parezca, efectivamente, eterno y omnipresente, al punto que emperadores cuyas vidas han transcurrido milenios atrás en esa continuidad histórica, continúan siendo admirados y recordados por los romanos de la posteridad), es precisamente lo que le da al libro un sabor característico y singular. Qué importa que la historia que conocemos acabe "repitiéndose" en ese mundo de Pax Romana, con sus guerras contra los bárbaros, su renacimiento, su descubrimiento (y fallida conquista) de América, sus revoluciones francesa y soviética... El hecho es que, al no desaparecer jamás el Imperio Romano, la noción de su eternidad y permanencia (y sentido de su necesidad histórica) llega a convertirse en un elemento sine qua non del mundo descrito por Silverberg, y en consecuencia, consigue hacer plausible esa lentitud del transcurso de la historia, ese perpetuo mirar en el pasado que es al mismo tiempo presente, por que, de otro modo, ¿cómo podríamos hablar de una Roma Eterna? Sin otro "poder universal" que se le oponga (léase cristianismo, islamismo o cualquier ideología masiva que ofrezca una real alternativa a un mundo imperial, a esa eterna pax romana), ¿qué podría impedir su supervivencia?

Otro factor que me ha hecho gustar de este libro es, quizá, la lejanía. Entiendo que mis amigos españoles, herederos mas bien directos de la cultura romana y por ende, mejores conocedores de la misma, encuentren fallos y puntos débiles en la ucronía creada por Silverberg (esa mención a San Martín, en un mundo que carece de santos...). Pero para quienes somos herederos mas bien indirectos de esta cultura, los moradores de extremo occidente, el imperio romano sigue teniendo un exotismo que no se ha extinguido ni siquiera después de las películas hollywoodenses que lo muestran como la fuente de toda decadencia y perversión, en contraste con el límpido mundo judeo-cristiano (aunque no debemos olvidar que el mismo apóstol San Pablo hizo valer, al parecer con mucho orgullo, su ciudadanía romana), cuya expresión más acabada vendría a ser, para algunos, el universo norteamericano WASP (blanco, anglosajón y protestante) de los años cincuenta, que más que una Roma eterna, parecía la entronización del deseo de una eterna edad de piedra, plenamente encarnada en otro producto de ficción, la serie de dibujos animados The flintstones, un estilo de vida entre asexuado y bobalicón, aunque no exento de gracia.

Pero viviendo en Perú (ah, qué delicioso error comete Silverberg al darle un nombre mestizo a nuestro Tawantinsuyo), en esta Nueva Roma, en este nuevo mundo perpetuamente desorganizado y caótico, carente de esa pax romana que, mal que bien, contribuyó a darle estabilidad al mundo, Roma eterna ofrece más que sueños de grandeza (y decadencia), nos muestra justamente eso que tal vez conocimos con Pachacutec o Tupac Inca Yupanqui, pero de lo que no se tiene memoria: la solidez institucional, la noción del orden, el orgullo de formar parte de una cultura que trasciende al individuo y a su circunstancia... Claro, siempre hay el riesgo de caer en el fascismo, el racismo y otras anomalías. Pero es imposible vivir sin riesgos.

Pueden leer otro estupendo (y más detallado) comentario a la novela en el blog La tormenta en un vaso.

Daniel Salvo