miércoles, 28 de diciembre de 2011

Anatema (Neal Stephenson)



La extensión de Anatema presupone un estado especial de disposición a la lectura que, en nuestro vertiginoso mundo del siglo XXI, es cada vez más difícil de conseguir. Son mil y pico de páginas, con apéndices y alguno que otro diagrama de esos que provocan escalofríos en aquellos que a duras penas logramos aprobar trigonometría o álgebra en nuestra etapa escolar. Advertidos quedan.
Pero una vez que se le coge el ritmo, la novela atrapa al lector y no lo suelta así como así. La capacidad de Neal Stephenson para crear entornos cautivantes con auténticos ladrillos de información científica, amenizados con diálogos y reflexiones de índole filosófica que bien podrian pasar por monografías en torno a la epistemología, las relaciones entre materia y consciencia, sociología, política... El paraíso de un humanista.
Nos encontramos en un mundo llamado Arbre, muy similar a nuestra Tierra (en la novela se explica el por qué de este parecido), en el cual la vida intelectual se ha organizado de manera muy semejante a la llevada en los monasterios de la edad media. El autor recurre a neologismos a través de los cuales no es difícil rastrear términos como convento, novicio, santo, hermano, fraile y similares. Sólo que estos "fras" o "surs" (hermanos o hermanas) no necesariamente profesan algún credo religioso, sino que han optado (o han sido incorporados) a diversas órdenes cuyo objeto es la búsqueda y creación de conocimiento, una tarea que la civilización de Arbre ha decidido encomendar exclusivamente a los miembros de esas órdenes, en vista de lo cual deben adoptar estilos de vida monacales, aislados de la sociedad en sus "concentos", que sin embargo abren sus puertas al mundo exterior en ciclos que varían de un año a un milenio (!), sin contar las leyendas que se tejen respecto a la existencia de "concentos" que se comunican con el resto de la humanidad tan sólo una vez cada diez mil años...
La acción de Anatema es narrada por fra Erasmas, a quien le ha tocado vivir en una época extraordinaria: la rígida disciplina de su concento se verá alterada por la aparición de una nave de procedencia desconocida, cuya presencia en el universo de Arbre nos permite apreciar que, a diferencia de las condiciones de vida casi premoderna que rigen en los concentos, el resto de la sociedad disfruta de un estadío de civilización muy similar al terrestre del siglo XXI. Hay internet, iPods (con otro nombre, obviamente), helicópteros, carreteras, edificios, camiones, militares y armas de destrucción masiva. Y ciertas tradiciones dan a entender que no es la primera vez que Arbre ha padecido, entre otras atrocidades, los efectos de una guerra nuclear.
La presencia de la nave de otros mundos provocará, entre otros efectos, intrigas entre los poderes fácticos de Arbre - los poderes que son -, así como el hostigamiento de la elite científica, cuyos integrantes verán afectadas sus respuestas frente al fenómeno a causa de la organización que los articula, donde un exceso de curiosidad puede provocar la expulsión de la orden a la que se pertenece... o la oportunidad de fundar otra orden. Sin dejar de lado el enigma que representa la presencia de la nave
Decir más sería ir contra el esfuerzo desplegado por Neal Stephenson por crear un universo tan rico y complejo, una cultura tan parecida a la nuestra y a la vez tan alienigena, que sólo puede ser conocida de primera mano, es decir, leyendo esta estupenda novela.

Daniel Salvo

martes, 27 de diciembre de 2011

El cartero (David Brin)


Para buena o mala suerte, nunca estaremos seguros, Kevin Costner protagonizó una película en 1997, que en nuestro medio se tituló "Mensajero del futuro", y convertía al personaje principal, Gordon Krantz, en una especie de guerrero postapocalíptico, en un mundo al borde de convertirse en una pesadilla neonazi (como si fuera poco haber pasado por una catástrofe global que ha producido nada menos que la caída de la civilización). Si nos atenemos a la portada de la edición de Nova que tengo a mano, parece que estamos ante una suerte de Mad Max en versión norteamericana. Y si nos ponemos quisquillosos con el título, resulta que la novela ha sido distribuida en nuestro ámbito hispanoamericano como  El cartero,  Mensajero del futuro y El cartero (Mensajero del futuro). Por cierto, gracias a la Tercera Fundación por la labor de recopilación que realizan, realmente impagable, y que lleva a reflexionar en torno a los avatares que han sobrevenido a un título tan escueto como The postman.
Ahora bien, la novela tiene muchos puntos de contacto con la película, obviamente, pero creo que son más las diferencias. En el texto, ambientado en el año 2013, Gordon Krantz tiene un carácter mas bien melancólico y meditabundo, poco dado a la acción, a menos que sea absolutamente necesario. No le va mal con las mujeres, pero nunca deja de ser un llanero solitario. Y los personajes secundarios son menos predecibles que los de la película: jóvenes feministas que quieren cuidar del mundo, ingénuas inteligencias artificiales, guerreros modificados a la Capitán América, matriarcas bonachonas...
Si. El mundo postnuclear del cartero de David Brin tiene más oportunidades para la supervivencia que el violentista de Kevin Costner. Tanto así, que basta un uniforme usado y unas cuantas mentirijillas (si, tal como lo diría Ned Flanders en "Los Simpson"), para que un sinnúmero de colectividades acaben por creer que la "civilización" ha sido restaurada, que en cualquier momento dejarán de ser sobrevivientes para volver a ser ciudadanos, parte de una gran nación.
Entre los puntos de inflexión de la novela, creo que caben destacar dos: uno de ellos, el resurgimiento de la fe, no en el american way of life, sino en algo tan abstracto y a la vez tan esencial como es la educación. Es uno de los principales efectos que produce el paso del cartero Gordon Krantz a través de postamérica: las muchas veces apáticas sociedades rurales que quedan tras el holocausto han abandonado a su suerte a los niños. Si no hay país, ¿para qué ir a la escuela? Pero ni bien vuelven a creer que son parte de algo que está más allá del borde de sus pueblitos, consideran que esa ciudadanía merece el esfuerzo de formar parte de la misma, no como meros entes biológicos, sino como ciudadanos educados. El interés por la lectura y la educación "vuelven" espontáneamente, y son los niños, en muchos casos, los que llegan a considerar un castigo el que se les prive de un día de escuela, de aprender. El lado pesimista de esta utopía educacional reside en que, a fin de cuentas, la educación nunca llega a ser un fin en si misma sino un medio para obtener algo, ya sea material (una profesión universitaria nos capacita para ganarnos la vida) o inmaterial (ser un ciudadano, ejercer el derecho a voto, etc.). Pero sin beneficio a la vista... mejor nos ponemos a jugar.
Otro punto de inflexión está en el enfrentamiento final con los "malos", llamados por toda la población bienpensante "los holnistas", seguidores de la doctrina de Nathan Holn, un supervivencialista (sic) a favor de los derechos de los más fuertes, los más dotados, los más hábiles... obviamente en detrimento de los débiles, siempre empeñados en confabularse para que los fuertes y capaces no logren nunca sus objetivos (¿alguien dijo Ayn Rand?). Demás está decir que en los territorios dominados por los holnistas abundan los uniformes, hay un sistema jerárquico estricto y las mujeres deben sentirse honradas de pertenecer a "hombres de verdad". Fascismo en estado puro, al fin, sin mayor límite que la fuerza bruta, potenciada además por cierto proyecto militar que, para variar, tuvo efectos colaterales inesperados.
Por supuesto, la honestidad y la buena educación de Gordon Krantz (y un inesperado deus ex machina) le permiten superar a los holnistas, último obstáculo para su - ahora sí - proyecto de restauración de la civilización, que podemos o no cuestionar, pero que es definitivamente preferible al sueño psicópata de los holnistas.
De modo que el falso cartero del principio acaba convirtiéndose en un auténtico mensajero, alguien que ha logrado transmitir, de una edad a otra, el mensaje, las ideas que conforman el aspecto positivo de nuestro mundo actual, ese mismo mensaje al que alude otra novela postapocalíptica, La carretera de Cormac McCarthy, el fuego de la civilización, la cordura y la belleza.
El fuego que sólo pueder ser portado por los buenos.


Daniel Salvo

sábado, 10 de diciembre de 2011

Deisy y Jorge Cori Tello, prodigios peruanos del ajedrez


No, no tiene nada que ver con la ciencia ficción, pero las opiniones de nuestros jóvenes ajedrecistas, los hermanos Deisy y Jorge Cori Tello, llevan a reflexionar en torno a la cultura facilista y superficial que se está volviendo el denominador común del peruano promedio. Por suerte, los hermanos Cori no han sucumbido a la dictadura de la mayoría. Esperemos que sigan así, felices haciendo lo que les gusta hacer.

La entrevista fue publicada en la revista Somos del diario El Comercio del día 10 de diciembre de 2011.

¿Cómo fue crecer como niños prodigio?
J: Estoy orgulloso de mí, de todo lo que he sacrificado para llegar a ser lo que soy.
D: En un principio era más difícil porque quería estar jugando, pero creo que está bien el sacrificio que he hecho.

Muchos tienen la idea de que los ajedrecistas son introvertidos.
J: Todos los ajedrecistas que conozco son como cualquier niño normal. Si estudian más, pero igual se van con sus amigos. En cambio nosotros estamos mucho más limitados para eso.
D: Cuando estás en un nivel como el de nosotros, que es más fuerte, también te exiges más. Si es alguien de menor nivel, no necesariamente estudia tanto como nosotros o no se exige tanto.

¿Van a fiestas?
J: A mí casi me tuvieron que arrastrar a mi fiesta de promoción (de primaria) por que no quería ir. No me gustan las fiestas.
D: Tampoco voy a fiestas.

¿Qué hacen en su tiempo libre o durante los fines de semana?
D: A mí me gusta entrar al Facebook y al Messenger. En mi día de descanso prefiero no saber nada del ajedrez.
J: Yo no tengo cuenta de Facebook, es una pérdida de tiempo.

Jorge, ¿entonces no tienes muchos amigos?
Mi padre hace poco me dijo que tenia que ser más sociable. Estoy intentando hablar más.