Diversos artículos a lo largo de los dos últimos lustros (recuerdo por ejemplo, uno de Niño de Guzmán) me ha suscitado diversas emociones, indignación pero también lástima, por eso deseo empezar con un tándem que vincula mis dos definiciones más queridas de CF:
“Es la rama de la literatura fantástica que se dedica a especular sobre las variables fundamentales que caracterizan a la humanidad –y sus anexos- en todo tiempo y lugar” (la clave aquí es fantástica, no tecnológica) y
“La CF es el género o subconjunto literario que al funcionar como agujero negro da cuenta de los demás subconjuntos literarios y del conjunto mayor o mainstream” (la clave aquí va de inclusión a adsorción, ya que apenas desde cualquier otro género o del mainstream pueden abordarse esos temas anteriores que son el fundamento de todo relato de CF).
Es más, parece que los acercamientos referidos a la segunda definición, convierten a los textos que abordan su interpretación en verdaderos objetos en el borde del anillo de Schwarszchild de un “black hole”, o sea que caen o son atraídos dentro de la CF, lo cual provoca no poco desconcierto en aquellos críticos que relegan o ningunean a un género, tan complejo que es capaz de realizar semejante artificio y embutirse lo que se acerca sin contemplaciones. De allí la proposición de subconjunto que da cuenta, en palabras de Douglas Adams, de “la vida, el universo y todo lo demás”
Lo cual significa por un costado, que la CF es profundamente humanista (percibida desde la vertiente fantástica por las preocupaciones esenciales que promueve), y por otro lado que cualquier relato que se aproxime a su anillo temático de Schwarszchild es devorado irremediablemente por ella –recordar que una vez encajado le ocurrirá lo mismo que le sucede a cualquier materia, energía o información en el interior de un agujero negro: será incapaz de abandonarlo- y eso a pesar de los plumajes erizados, las negaciones a porfía, las doctas disertaciones sobre la trascendencia y la incapacidad de numerosos críticos para asumir que un género despreciado por su vinculación inicial con los pulps, pero denominado a la posteriori como “literatura culta para masas”, pueda esgrimir esas características.
Por eso recurren al ajado argumento que sostiene que cualquier obra de un escritor de mainstream no puede ser CF… porque la trasciende. Ante semejante contumacia no queda más que carcajearse cuando leemos a Philip Roth y su ucronía (que por cierto no es descubrimiento de él como se atrevió a decir algún crítico despistado) o a Ishiguro y su novela “Nunca me abandones”, tan parecida a una novela de Michael Marshall Smith (Clones) o al film “La Isla”. En este punto recuerdo la provocadora frase de Michel Houellebecq rubricando que lo único trascendente de la literatura del Siglo XX es la ciencia ficción.
Y ahora ocurre igual con el ganador del Pulitzer Cormac McCarthy y “La Carretera”, espléndida y brutal novela de CF, que ha originado un diluvio de comentarios elogiosos en blogs, revistas y periódicos, donde por lo general la tildan de postapocalíptica, pero eluden señalarla como perteneciente al género (alguno vergonzante dirá que es cercana); no obstante para los aficionados no existe motivo de engaño, les recuerda tantas y diversas peripecias descritas por David Brin (El Cartero), Robert McCammon (Canto del Cisne), Stephen King (Apocalipsis), Sonya Dorman (Corre, corre, corre, dijo el pájaro), Plop, un auténtico descenso a los infiernos debido a la pluma de Rafael Pinedo, o Richard Corben (Mundo Mutante) o las diferentes series de aventuras postcatástrofe (ambiental o atómica o cualquier otra causa) que las historietas argentinas de Columba y Skorpyo se esforzaron por esparcir en América del Sur. Quizás la diferencia fundamental estriba en el estilo, breve, compacto, èpico y casi poético de la triste novela, y no en la lacerante, áspera, sin resquicio para la esperanza, terrible acontecimiento que nos despliega, y que tan común es a ese tópico particular de la CF. Y es que tenían que leerlo proveniente de un autor “normal” para reventarle cohetes y prodigarse en elogios.
Parafraseando a Harry Harrison repito para comparar: que una vez veías al cowboy cabalgando hacia el sol rojo de un atardecer o seguías los incidentes que franqueaba el antihéroe de una novela negra para solucionar un crimen, las habías -en cierto modo- leído todas, pero la infinita gama temática de la CF que se expande como la galaxia o que siguiendo con el icono del “agujero negro”, interactúa dinámica con su entorno literario: tragando lo que colinde o se acerque, girando sobre si misma para morderse la cola y/o parodiarse, vibrando e insertándose en otros soportes (historietas, comics, películas, música, teatro, modas) con un talante peculiar: por sus características genera una distorsión extrema en tiempo y espacio; y encima, va creando la masa crítica que permite prepararse para la novedad, medida por la fuerza gravitatoria que ejerce en la humanidad (en el listado de los filmes más vistos -y tomando en consideración que el cine es el arte del siglo XX como decía Lenin- la mayoría son pertenecen al género y ni se diga de la tecnología que usamos en la actualidad, soñada o propuesta en sus textos desde el siglo XIX)
Hay que aceptar que se requiere otra percepción, al ser una creación que se encuentra al borde del conocimiento, con frecuencia quienes la desprecian confunden las herramientas de la CF con su corpus intelectual y por ello piensan o quieren pensar que sólo la “space opera” o la CF tecnológica corresponden a su campo, cercenando àreas vitales para completar una imprescindible reflexión global, por eso coloco de inmediato dos ejemplos:
1. El comentario que aparece en: http://www.lamaquinadeltiempo.com/libsem.htm sobre la obra de Diego Huberman “Baigorri hacia llover”, delicioso en sus implicaciones para lo que ilustro:
“A mediados de 1938, Juan Baigorri Velar declaró haber creado una máquina que hacía llover. Envuelto en una áspera polémica con las autoridades y convertido en una celebridad, Baigorri no dudó en prometer una lluvia que caería sobre la Ciudad de Buenos Aires el 3 de enero de 1939. Este libro constituye la primera investigación exhaustiva acerca del hombre, su máquina que pocos vieron y lo que hizo con ella. Su historia personal también es enigmática. Pese a lo que cuentan las fuentes tradicionales, Baigorri no era argentino, no fue alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, su padre no fue amigo del Presidente Julio A. Roca y no tuvo uno sino varios hijos. Tampoco disfrutó de un único matrimonio y poco se sabe sobre la autenticidad de su título de Ingeniero, posiblemente obtenido en Italia. Baigorri hacía llover es la primera respuesta al misterio de un personaje que fue ovacionado por una muchedumbre reunida a las puertas de su casa en el barrio porteño de Villa LUTO y que sólo se expresaba a través de los truenos, los relámpagos y la lluvia que, según decía, él mismo fabricaba”.
Es fantástica a la manera de la CF, ya que cuando se trata de fantasía a secas no existen vinculaciones con la ciencia o la tecnología sino con la magia y los encantamientos, no obstante Clarke nos explicaba que “una tecnología moderna podría parecer magia para un visitante del pasado”, por eso con recurrente frecuencia surgen escritores que se manifiestan como un equilibrista sobre el lomo de dos caballos, verbigracia Gemmel, que demuestran lo inútil de las categorías rígidas cuando sus novelas en apariencia de fantasía devienen en lecturas con rugosidades topológicas tan aproximadas y semejantes a la CF partiendo desde un material característica de la fantasía, que pueden ser un excelente demostración de la existencia de campos Moebius: Aquellos que tienen una cara en una dimensión y la otra cara en otra dimensión, de tal manera que si lo atravieso penetrando en la Europa del siglo XXI puedo aparecer en la reseca y rojiza llanura del Marte de ER Burroughs o cualquier otro lugar que se nos ocurra.
2. La novela de JG Ballard “El día de la creación”, CF sociológica, que ilustra subrepticiamente una “love story” tan irritante como Lolita y pedofìlica avant la lettre, pero que lo hace a la manera de la CF: un misterioso río brota del macizo montañoso y durante un lapso reconvierte el paisaje y trastrueca los ecosistemas, transformando el desierto en pantano y remodelando la existencia de los habitantes de sus riberas, de inmediato surgen las correspondientes organizaciones sociales que responden a ese planteamiento hidrogeológico, en consonancia con los planteamientos de Jared Diamond, donde una determinada concordancia o desencuentro entre cultura y ecología estipula el éxito o fracaso de la experiencia de esa etnia, así que por mucho que lo intenten someter (aquellos que desprecian el género) a las medidas y maneras del mainstream, se les escabulle, les siembra de enfebrecidas disquisiciones y de meándricas rutas acuáticas (en “El Dìa de la Creación”) el recorrido que fatigan aquellos críticos que se aproximan con sus cintas de medir, su tests de cociente de normalidad, su demolición de la imaginación no parametrada.
Ilusos, no sólo de CF vive la humanidad, pero es el equivalente a una droga, sin ella extravía un segmento considerable de su capacidad para ensoñar, adaptarse y persistir en un andamiaje de crueldad inmisericorde, que mora en el cortoplacismo depredador y en ocasiones parece dejar como únicas salidas, el suicidio físico o ético, la indiferencia cínica, la cirrosis hepática o el paraíso de las substancias modificadoras de la conciencia y la conducta, la disolución de lo que nos convierte en humanos, justo el tema central de la CF.
Continuemos con el ejemplo: Es probable que los interpelados clasifiquen en fantástico a la obra de Huberman y como mainstream con algunos elementos fantásticos a la de Ballard, pero eso es hilar demasiado fino con el agravante de extraviar el hilo, retomémosle agregando a Umberto Eco y sus formidables “El nombre de la rosa”, “El péndulo de Foucault” y la “Reina Moana” (este último una reivindicación del comic de aventura y fantasía en general,) así como el libro de Junot Díaz “La breve y maravillosa vida de Oscar Wao” que se exhibe como una reivindicación del comic de CF y Fantasía, de los frikis de la CF -representados con acierto -según me señaló Daniel Salvo y pude degustar- en “Big Bang Theory”-, la excelente “Aventuras de Kavalier y Clay” de Michael Chabon que riza el rizo sobre el género sin caer de modo rotundo en él, pero aportando una visión fresca y potente de esa interfase merced al Golem.
Ninguna de las cuales es CF a la usanza, pero demuestran como partiendo del género y sus áreas aledañas se puede escribir mainstream con un peculiar sabor a CF, a pesar de que en la obra de Junot, la idea de que el dictador Trujillo aparezca como alienígena planea por sus páginas, recordemos que “una nave espacial no convierte ipso facto al escrito que la recorre en CF” ni tampoco un alienígena. Lo que se nota en ambos libros y en los posteriores propuestos, es un acendrado amor por el género de nuestras preferencias, un respeto por su contenido y su forma, una disposición a comprender e incorporar.
Ya que de eso se trata: de converger en la búsqueda de formas expresivas donde colisionen y se mezclen, en una vorágine postmoderna, los distintos períodos históricos de la humanidad, para poder interpelarlos en este momento de la tormenta que nos devasta (como susurraría el difunto Zelazny) y que arrecia año tras año, por eso culminamos afirmando que moramos un mundo en gran parte -y quizás sea el más significativo pensamiento de mi breve reflexión- construido por la CF, lástima que haya sido a imagen y semejanza de la sección de desastres y pesadillas atroces y no la de utopías amables penetradas de dignidad.
Luis Antonio Bolaños de la Cruz
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