miércoles, 23 de marzo de 2011

Cronopaisaje (Gregory Benford)



Después de un atracón de novelas y cuentos fantásticos, refresca la lectura de una obra de ciencia ficción dura, con todos los elementos de interés que dan su toque especial al género – el sentimiento de la maravilla -, y que además permiten sobrellevar los algo innecesarios episodios dedicados a los devaneos sentimentales de los personajes de Cronopaisaje. Que no carecen de interés, pero como que resultan algo fuera de lugar. Las peripecias de un científico venido a depredador sexual o el drama de otro científico de origen judío cuya madre no soporta que se haya involucrado con una mujer que no es de su agrado bien podrían ser materia de alguna novela de Philip Roth, quien, por cierto, es mencionado en el texto. Pero en un texto de ciencia ficción...


Fuera la quincalla, en cambio, tenemos una historia genial: en 1998 (es el futuro, hay que tener en cuenta que Cronopaisaje fue escrita en 1980), la Tierra atraviesa por una crisis debido a los inmanejables grados de contaminación de los océanos, debido al abuso de ciertos pesticidas. Una molécula fuera de control se multiplica y está invadiendo todo. No se avizora ninguna solución a la vista, excepto lo imposible: enviar un mensaje al pasado y prevenir a la humanidad para evitar la contaminación del futuro. Y aquí, Benford se luce como científico y divulgador.


El método postulado para enviar el mensaje es el siguiente: se ha descubierto que, bajo ciertas condiciones, los átomos emiten un tipo de partículas denominadas taquiones (del griego tachys, rápido o veloz). Estas partículas tienen la propiedad de moverse más rápido que la luz (al menos en teoría), lo que significa que para dichas partículas, lo que llamamos tiempo vendría a ser una masa sólida, la cual pueden atravesar en una u otra dirección. Es decir, los taquiones pueden moverse “hacia adelante” (futuro) o “hacia atras” (pasado) a través del tiempo. Por consiguiente, es posible que una emisión de taquiones pueda ser enviada hacia atrás en el tiempo, codificar un mensaje en la misma dirigido a los científicos del pasado y esperar que lo descifren, y así evitar la contaminación del futuro.


Este experimento requiere de condiciones especiales, tanto en el futuro (o presente) como en el pasado: los momentos del pasado en los que podría haberse “recibido” la señal emitida desde el futuro han de haber sido escasos. Luego de una laboriosa investigación, se encuentra el siguiente dato, un experimento con indio (metal capaz de reaccionar ante los taquiones) realizado en los Estados Unidos en la década de los sesenta. El objetivo consistirá en emitir los taquiones hacia ese momento en el tiempo, y estimular así al metal indio con los taquiones enviados desde el futuro. Simple, ¿no?


Ahora, nos encontramos ante el problema científico en estado puro. ¿Los taquiones realmente existen, o son meros postulados teóricos? ¿Se pueden obtener? ¿De obtenerlos, se podrán dirigir “hacia el pasado”? Y, lo más angustiante de todo, de ser posible todo lo anterior, ¿la gente del pasado podrá efectivamente captar la emisión? Y de hacerlo, ¿tomarán a tiempo las medidas para evitar la contaminación mundial que podría llevar a su extinción a la raza humana?


El 1998 imaginado por Benford, ambientado en Inglaterra, no es ningún paraíso pero tampoco una pesadilla distópica. De hecho, parece que los problemas personales de algunos protagonistas acaparan la atención del autor antes que el tema principal de la novela. Básicamente, hay una discusión en torno al éxito del experimento y a los costos que genera el mismo, situación que se resuelve de una manera obvia y al mismo tiempo contundente.


En contraste, la situación en los Estados Unidos de los sesenta no es menos interesante. Científicos vistos como héroes por una sociedad que, sin embargo, se siente amenazada por uno de los productos de la ciencia: la bomba atómica. Mezquinas luchas por el poder y el reconocimento que se dan al interior de las instituciones académicas. Y sobre todo, algo que el lector sabe pero que los personajes – encabezados por el físico Stuart Gordon – ignoran: que desde el futuro se viene un mensaje en forma de emisión de taquiones, que, según se ha previsto (desde el futuro), aumentarán la temperatura de una placa de indio durante un breve período de tiempo. ¿Podrán los científicos de los sesenta percibir estos efectos? ¿Podrán captar el mensaje y descifrarlo? Y de hacerlo, ¿podrán convencer al resto de sus colegas de que efectivamente están recibiendo mensajes del futuro o de otro sitio apenas concebible, en lugar de convertirse en el hazmerreir de la comunidad científica?


Es, por donde se mire, un tremendo salto especulativo, que Benford describe con el ritmo angustiante de un thriller (al que luego traiciona introduciéndole extensos melodramas que no parecen cumplir otra función que llenar páginas).


La audacia especulativa, empero, logra salir indemne a lo largo de la novela, que arriba a un final sorprendente y a la vez coherente con la historia que conocemos, no sólo de nuestra civilización, sino del origen del universo entero. Un clásico.


Daniel Salvo

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