martes, 17 de enero de 2012

El fin de la eternidad (Isaac Asimov)



Pese a que ha transcurrido más de medio siglo de su publicación, la obra de Isaac Asimov continúa siendo un referente ineludible para la ciencia ficción mundial, a pesar de los inevitables críticos y detractores de la misma.

Una explicación de esta preferencia por parte del público podría encontrarse, entre otras razones, en habilidad de Asimov para desarrollar tramas plenas de intriga y emoción, las cuales plantea como acertijos o enigmas en los que el lector acaba participando, como si fuese un protagonista antes que un mero espectador.

Asimov lograba conseguir ese efecto con elementos mínimos, casi paupérrimos. Precisamente, “El fin de la eternidad” es una de esas novelas en las que la trama sobrepasa las limitaciones del escenario, aún cuando dicho escenario no sea otro que el mismo tiempo.

En el futuro, la humanidad ha descubierto la manera de desplazarse en el tiempo, y por tanto, viajar de un siglo a otro, tanto al “hipertiempo” (futuro) como al “hipotiempo” (pasado). Tras el descubrimiento, surge una institución que, buscando el mayor bien posible, se permite a si misma intervenir, mediante agentes denominados Ejecutores, en los momentos clave de la historia humana, de manera que ésta pueda ser alterada, aparentemente, en beneficio de toda la humanidad. Esta institución, que algunos llaman la Eternidad, adquiere un aura casi divina para los habitantes del tiempo ordinario, que atribuyen a sus integrantes poderes y designios superiores.

Sin embargo, no todos están conformes con este estado de cosas. Hay quienes consideran que la intervención de la Eternidad en los asuntos históricos ha llevado a la humanidad a un estancamiento. De otro lado, los representantes de los siglos más lejanos del futuro – en el cual el sol estallará y se convertirá en nova – han optado por no formar parte de la Eternidad, aunque se sospecha que actúan en la sombra, quien sabe con qué intenciones.

La Eternidad, aunque parezca contradictorio, tiene un origen, un punto de partida que debe iniciarse “siempre”, a menos que dicho inicio sea saboteado. Y es en torno a esta posibilidad de sabotaje que gira gran parte de la acción, llevando a los protagonistas a un aparente callejón sin salida, forzados a optar por la existencia o inexistencia de la Eternidad, es decir, nada menos que los milenios que siguen desde el descubrimiento de la misma hasta el “fin” del tiempo.

Asimov nos ofrece además sus reflexiones en torno al libre albedrío y lo que implica su ejercicio, es decir, la elección entre una libertad plena de riesgos o una seguridad insípida que sólo puede llevarnos a la decadencia.

Daniel Salvo