jueves, 12 de julio de 2012

Los trabajos más honorables de la Tierra (Gérard Klein)


Los trabajos más honorables de la Tierra (cuento incluido en el volumen Regreso al pasado, editado por  Ediciones Lidiun en Argentina, en 1979) es un claro homenaje, intencional o no, a Fahrenheit 451 del recientemente desaparecido Ray Bradbury. Un relato distópico y bastante lúgubre, si se toma en cuenta que algunas de sus premisas podrían ser sustentadas por ciertos sectores de nuestra sociedad. En el futuro, los libros continúan editándose y no han sido prohibidos o extinguidos en alguna pira funeraria; pero si se desea tener acceso a los mismos, un lector debe ser considerado digno de leerlos. ¿Y quien dictamina eso? Máquinas, previamente programadas por el Estado.
Es una pena que la extensión del blog no permita transcribir el interesantísimo diálogo que se entabla entre los personajes, sobre todo, en la parte en la cual se hace un breve resumen histórico del origen de tales prohibiciones. Tal parece que hubo una guerra, cuyos nefastos resultados dieron lugar a una desconfianza total en torno a las ideas. Y como los libros son, ante todo, vehículos de ideas, se optó por regular su uso. No prohibirlos ni desaparecerlos, sino inventar un concepto que restringiera su uso. Ese concepto fue la dignidad, aunque en el contexto del relato, podría traducirse como madurez (Usted no pondría entre las manos de un niño un libro escandaloso, ¿no es cierto? Ni tampoco una apología de la violencia. Porque, como generalmente se dice, no tiene el discernimiento necesario. Ahora bien, le pregunto: ¿cuántos adultos desde la guerra superan jamás el nivel mental que alcanzaron en su adolescencia? ¿No es injuriar a los libros ponerlos en manos que pueden ensuciarlos, traicionarlos, mutilarlos?). 
No puedo menos que rememorar mi época universitaria, y recordar a tantos energúmenos que arrancaban hojas de libros de la biblioteca central por no tomarse la molestia de fotocopiarlos siquiera, o a quienes abominan de los llamados Estudios Generales por la "pérdida de tiempo" que les significa el tener que leer (así es, hay gente que opina que leer es una pérdida de tiempo). Y bastaría con eso para estar de acuerdo, al menos en parte, con el régimen de restricciones que se plantea en el relato, excepto que el autor nos proporciona la clave, la razón escondida que sustenta dicho sistema de prohibiciones: "Un hombre que lee un libro es un hombre solitario. No mira la televisión. Es ciego a la propaganda. Es sordo a los slogans." Es un hombre condenado a la libertad, condenado a elegir.
Por supuesto, nada dura para siempre, por lo que se han organizado grupos de resistencia conformados por personas que tratan de acceder a los libros de los que son "indignos". Pero la indignidad puede asumir muchas formas, entre ellas, la traición, aunque haya quienes traicionen por una buena causa y quienes lo hagan por simple vileza.
El título del cuento se basa en un fragmento del Discurso del método de René Descartes (obviamente, la traducción varía de un traductor a otro, pero se entiende el sentido general del texto): 

"Por lo demás, no quiero hablar aquí en particular de los progresos que tengo la esperanza de hacer en el porvenir en las ciencias, ni comprometerme con el público con ninguna promesa que no esté seguro de cumplir; pero diré solamente que he resuelto no emplear el tiempo que me queda de vida en otra cosa que en tratar de adquirir algún conocimiento de la naturaleza que sea tal que se puedan de él sacar reglas para la medicina más seguras que las que se tienen hasta el presente; y añadiré que mi inclinación me aleja tanto de cualquier otro propósito, principalmente de aquellos que no serían útiles para unos sino dañando a los otros, que si algunas ocasiones me obligasen a emplearme en ellos, no creo en absoluto que fuese capaz de alcanzar éxito. Sobre lo cual hago aquí una declaración que sé bien que no puede servir para hacerme digno de consideración en el mundo, pero tampoco tengo ningún deseo de serlo; y me consideraré siempre más obligado a aquellos por el favor de los cuales he de gozar sin impedimento de mi tiempo de lo que quedaría a los que me ofreciesen los más honorables empleos de la tierra."


Daniel Salvo

martes, 10 de julio de 2012

El jinete del centípedo (Gérard Klein)



"Gérard Klein nació en 1937. Es el más destacado especialista francés en ciencia ficción y su producción lo revela como un escritor de sólida formación en ciencias humanas y dueño de una fantasía y un vuelo poético sin parangón entre quienes cultivan el género. Es el único escritor de CF en lengua francesa cuya obra ha sido traducida integralmente al inglés." (parte del texto de la contraportada de "Reencuentro", volumen de cuentos publicado en 1979 por Ediciones Lidiun).
También conocido como Gilles d´Argyre, Klein cursó estudios de sociología, lo que se hace evidente en su relato El jinete del centípedo. "Los Tiempos no cambian, ni tampoco los hombres. Los frentes sobre los que se baten cambian, y los climas, el color de los cielos y el número de las lunas, pero el tiempo nos lleva siempre a la misma velocidad uniforme, y los hombres siempre son capaces de cristalizar en algunos instantes la valentía de toda una vida". En otras palabras, el hombre es siempre el mismo, enfrentando los mismos retos en la Tierra o en cualquier otro lugar del universo, en este y en todos los tiempos.
Tal le sucede a Jerg Hazel, taciturno colono del planeta Urano (que adivinamos imaginado sin ninguna "precisíón" científica, con praderas violeta y mares de amoníaco), cuya fauna incluye a los centípedos, animales inmensos como montañas, cuyo metabolismo es similar al de un globo de gas, por lo que deben anclarse en el suelo mediante mediante sus innumerables prolongaciones para no ser arrastrados por los huracanados vientos de Urano.
Tales animales impresionan y asustan, en un principio, a los humanos que se han asentado en Urano, hasta que uno de ellos es capturado y diseccionado. Y es cuando Jerg Hazel concibe la audaz idea de domar a los centípedos, y utilizarlos como medio de locomoción en un mundo aún hostil a la presencia humana. 
La manera en la cual se narran los esfuerzos de Hazel por domar a un centípedo es simplemente épica, transformándose el relato en una suerte de western espacial, en el cual el desierto norteamericano se convierte en un desolado Urano, y los caballos, en centípedos. Más aún, una nave pirata que trafica con esclavos procedentes de Venus está por hacer escala en Urano, lejos del alcance de las autoridades terrestres, por lo que Hazel deberá fungir, además, de sheriff espacial, intentando enfrentarse a los villanos de turno, aunque tal vez se trate de una causa perdida.
Mención aparte merece el proceso de doma del centípedo, técnicamente bien descrito (aparentemente, se efectúa mediante conexiones en puntos neurálgidos del animal, aunque tal manipulación no parece causarle el menor sufrimiento) y que se conjuga admirablemente con la perspectiva épica del relato. Simplemente, memorable.

Daniel Salvo