jueves, 2 de diciembre de 2010

Teranesia (Greg Egan)







Un recuerdo triste de infancia: la infame película hindú "Dos mendigos". Durante los primeros minutos, el padre muere, la madre muere y el huérfano es atropellado por un vehículo que lo deja paralítico. No supe la historia del otro mendigo por que me salí del cine.



Las primeras sesenta (o cien) páginas de Teranesia me hicieron recordar a esa película. No se si habrá sido alguna moda eso de querer dotar a los personajes de una vida personal, pero creo que aún saliendo del ámbito de la ciencia ficción, la vida y miserias del protagonista de Teranesia no parecen ser un tema literario que amerite interés alguno. Por que, como buen hindú, sufre de principio a fin: la muerte de sus padres, la guerra, separarse de su hermana y, last but not least, una curiosa mutación que podría haber sido el eje central de un relato o cuento de sabor más concentrado.




Es de agradecer, eso si, el humor corrosivo con el que Egan acomete contra cierta "intelectualidad" desmadrada de la que muchos acaso hemos sido testigos en nuestros primeros años de vida universitaria, encarnada en su tía Amita y su pareja, un par de estúpidos que son capaces de confundir los "1" y los "0" del sistema binario con símbolos de dominación machista (!), y encima, redactar sesudos artículos sobre el tema. Es la mejor parte de la novela, y que seguro provocará el rechinar de dientes de más de algún intelectual "comprometido". Lo malo es que Egan acaba por incurrir en estos mismos errores y los evidencia en la manera en que desarrolla la novela.



Cuando, por fin, aparece el elemento de ciencia ficción de la novela, Egan se da maña para crear un problema tan intrigante como interesante, como es la aparición súbita de mutaciones de la fauna de la isla de Teranesia, mutaciones que despertarán el interés de la comunidad científica y del protagonista, Prabir , a la sazón convertido en científico. Empero, el desarrollo de sus investigaciones es tan árido y al mismo tiempo tan plagado de un dramatismo digno de la tía de Prabir, que el lector se pierde el meollo del asunto, al punto que sólo cabe desear que la novela acabe, no importa cómo. Ya sabemos que no cumple ni lo poco que promete.


Cercanos al final de Teranesia, uno se pregunta qué hábría hecho otro autor con semejante premisa. Piensen en el potente thriller que habría redactado Michael Crichton, la desbordante imaginería que habría aportado Jack Vance o el (auténtico) sentido del drama de Greg Bear.


Mientras tanto, soñemos con la novela que pudo ser y no fue.



Daniel Salvo

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