Malevil (1972)
Robert Merle
EMECÉ Editores S.A.
Buenos Aires, 1973
Las ficciones postapocalípticas, como podría ser el caso de La carretera de Cormac McCarthy o El cartero de David Brin, son un filón inagotable para la ciencia ficción. Imaginar las consecuencias que tendría la destrucción de la civilización ha permitido la aparición de obras muchas obras en torno a dicha temática, tanto literarias como cinematográficas. De éstas últimas, las más taquilleras suelen enfocar sus argumentos desde el punto de vista de la acción y la aventura, asumiendo que la caída de cualquier organización humana existente dará lugar a la aparición de una suerte de tierra de nadie en la cual solo sobreviven los más fuertes. La saga de Mad Max sería un buen ejemplo, sobre todo, la segunda película, que puede apreciarse también como una suerte de western.
Pero no todo pueden ser golpes o carreras. No todos los problemas se solucionan a punta de pistola. Y, por cierto, una vez solucionadas las necesidades básicas, la naturaleza humana vuelve a inventar nuevos problemas en los qué ocuparse. Precisamente, el tipo de problemas que Mad Max no sabría solucionar.
En Malevil, hay una catástrofe que acaba con la civilización mundial, algo de lo cual el lector es consciente en cuanto se nos participa que ninguna radio funciona (estamos en la década de los setenta), pero que no acaba con Malevil. Se trata de un castillo francés, cuyas características permiten a sus ocupantes – varones en sus cuarenta y una anciana criada y su hijo retardado – sobrevivir a una explosión nuclear que, deducen, ha dado por concluida la civilización que conocen. El paso siguiente es organizarse para lo que será el resto de sus vidas.
Y aquí comienza de nuevo el ciclo de la vida a la francesa. Pan, vino y mujeres no faltarán en la vida de estos sobrevivientes, quienes, sin embargo, pronto tendrán que enfrentarse a retos mayores, tanto de índole práctica (la defensa de sus posesiones, el aprovisionamiento de alimentos, el creciente número de sobrevivientes que se une al grupo original) como de índole mas bien cultural, y ahí es donde reside el punto fuerte de Malevil, pues nos ofrece como vías de supervivencia no el mero recurso a la fuerza bruta, sino a la reflexión y al mantenimiento de valores que, incluso en una situación tan extrema, permiten a estos sobrevivientes continuar siendo “ciudadanos” en lugar de descender a comportamientos más brutales.
Es curioso, sobre todo en estos tiempos en los que se da por supuesto que la humanidad está compuesta por meros tropismos y que tan solo estamos esperando un descuido del prójimo para saltarle a la yugular, observar el comportamiento cotidiano de los protagonistas principales, encabezados por el director de escuela, agnóstico y director espiritual de Malevil, (sic), Emanuel Comte, quien registra estos acontecimientos en forma de novela. Nótese que en el nombre del protagonista se alude tanto a su liderazgo religioso (Emanuel significa Dios con nosotros) como al temporal (el apellido Comte se traduce como Conde en español), y de hecho, termina por asumir el rol de Abate (clérigo de rango menor, según el diccionario) de Malevil. Pero no solo se manifiestan la religión y la sensualidad, sino también la violencia y la codicia, incluso el afán de ejercer un poder que desde otra perspectiva podría aparecer como algo ridículo y propio mas bien de alguna comedia de costumbres, como la aparición del falso cura Fulbert o la tiranización entre las ancianas Menou y Fulvina. Y ya avanzada la novela, se produce un inevitable enfrentamiento con una comunidad vecina, que incluye el uso de armas de fuego…
Si bien el clima en el que transcurre Malevil tiende a ser, en su mayor parte, amable y melancólico, con mucho de crónica rural, no carece de pesimismo, pues a partir del final se avizora que la primera industria que los sobrevivientes van a restablecer es la armamentista, en previsión de futuros encuentros indeseados. La humanidad volverá a transitar acaso el mismo camino del principio, y no queda claro si esto será bueno o malo… o si no es la primera vez que lo hace.
Daniel Salvo
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