Para buena o mala suerte, nunca estaremos seguros, Kevin Costner protagonizó una película en 1997, que en nuestro medio se tituló "Mensajero del futuro", y convertía al personaje principal, Gordon Krantz, en una especie de guerrero postapocalíptico, en un mundo al borde de convertirse en una pesadilla neonazi (como si fuera poco haber pasado por una catástrofe global que ha producido nada menos que la caída de la civilización). Si nos atenemos a la portada de la edición de Nova que tengo a mano, parece que estamos ante una suerte de Mad Max en versión norteamericana. Y si nos ponemos quisquillosos con el título, resulta que la novela ha sido distribuida en nuestro ámbito hispanoamericano como El cartero, Mensajero del futuro y El cartero (Mensajero del futuro). Por cierto, gracias a la Tercera Fundación por la labor de recopilación que realizan, realmente impagable, y que lleva a reflexionar en torno a los avatares que han sobrevenido a un título tan escueto como The postman.
Ahora bien, la novela tiene muchos puntos de contacto con la película, obviamente, pero creo que son más las diferencias. En el texto, ambientado en el año 2013, Gordon Krantz tiene un carácter mas bien melancólico y meditabundo, poco dado a la acción, a menos que sea absolutamente necesario. No le va mal con las mujeres, pero nunca deja de ser un llanero solitario. Y los personajes secundarios son menos predecibles que los de la película: jóvenes feministas que quieren cuidar del mundo, ingénuas inteligencias artificiales, guerreros modificados a la Capitán América, matriarcas bonachonas...
Si. El mundo postnuclear del cartero de David Brin tiene más oportunidades para la supervivencia que el violentista de Kevin Costner. Tanto así, que basta un uniforme usado y unas cuantas mentirijillas (si, tal como lo diría Ned Flanders en "Los Simpson"), para que un sinnúmero de colectividades acaben por creer que la "civilización" ha sido restaurada, que en cualquier momento dejarán de ser sobrevivientes para volver a ser ciudadanos, parte de una gran nación.
Entre los puntos de inflexión de la novela, creo que caben destacar dos: uno de ellos, el resurgimiento de la fe, no en el american way of life, sino en algo tan abstracto y a la vez tan esencial como es la educación. Es uno de los principales efectos que produce el paso del cartero Gordon Krantz a través de postamérica: las muchas veces apáticas sociedades rurales que quedan tras el holocausto han abandonado a su suerte a los niños. Si no hay país, ¿para qué ir a la escuela? Pero ni bien vuelven a creer que son parte de algo que está más allá del borde de sus pueblitos, consideran que esa ciudadanía merece el esfuerzo de formar parte de la misma, no como meros entes biológicos, sino como ciudadanos educados. El interés por la lectura y la educación "vuelven" espontáneamente, y son los niños, en muchos casos, los que llegan a considerar un castigo el que se les prive de un día de escuela, de aprender. El lado pesimista de esta utopía educacional reside en que, a fin de cuentas, la educación nunca llega a ser un fin en si misma sino un medio para obtener algo, ya sea material (una profesión universitaria nos capacita para ganarnos la vida) o inmaterial (ser un ciudadano, ejercer el derecho a voto, etc.). Pero sin beneficio a la vista... mejor nos ponemos a jugar.
Otro punto de inflexión está en el enfrentamiento final con los "malos", llamados por toda la población bienpensante "los holnistas", seguidores de la doctrina de Nathan Holn, un supervivencialista (sic) a favor de los derechos de los más fuertes, los más dotados, los más hábiles... obviamente en detrimento de los débiles, siempre empeñados en confabularse para que los fuertes y capaces no logren nunca sus objetivos (¿alguien dijo Ayn Rand?). Demás está decir que en los territorios dominados por los holnistas abundan los uniformes, hay un sistema jerárquico estricto y las mujeres deben sentirse honradas de pertenecer a "hombres de verdad". Fascismo en estado puro, al fin, sin mayor límite que la fuerza bruta, potenciada además por cierto proyecto militar que, para variar, tuvo efectos colaterales inesperados.
Por supuesto, la honestidad y la buena educación de Gordon Krantz (y un inesperado deus ex machina) le permiten superar a los holnistas, último obstáculo para su - ahora sí - proyecto de restauración de la civilización, que podemos o no cuestionar, pero que es definitivamente preferible al sueño psicópata de los holnistas.
De modo que el falso cartero del principio acaba convirtiéndose en un auténtico mensajero, alguien que ha logrado transmitir, de una edad a otra, el mensaje, las ideas que conforman el aspecto positivo de nuestro mundo actual, ese mismo mensaje al que alude otra novela postapocalíptica, La carretera de Cormac McCarthy, el fuego de la civilización, la cordura y la belleza.
El fuego que sólo pueder ser portado por los buenos.
Daniel Salvo
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