jueves, 16 de junio de 2011

Muerte de la luz (George R. R. Martin)










El escenario no puede ser más romántico: un planeta errante que cíclicamente atraviesa un sistema estelar compuesto por varios soles, merced a los cuales en ese planeta se produce un brillante pero efímero despertar a la vida, gracias a los avances en terraformación y biología con que cuenta la humanidad del futuro. Seres venidos de cientos de mundos han creado un entorno más que singular en Worlorn, con ciudades automáticas y muros de piedras exóticas que recogen y reflejan la luz que absorben durante el día. Bosques donde puede uno encontrarse con peligrosos banshis (especie de mantarrayas aéreas y mortales) o con los decadentes Niños del Sueño, humanos que han decidido vivir como parásitos en el interior de gigantescas babosas. Todo eso, y más, nos ofrece el autor de la celebradísima Canción de hielo y fuego.

Tal es el ambiente del mundo al que arriba Dirk T´larien, en búsqueda de su antiguo amor, Gwen Delvano, quien se ha unido en ¿matrimonio? a dos (si, dos) hombres de la aristocracia de Worlorn, los altoseñores Jaan Vikary y Garse Janaceck, que pertenecen a una cultura bastante exótica, los kavalares, sumamente jerarquizada y xenófoba (le conceden el rango de hombre a muy pocos seres humanos fuera de ellos mismos), además de ritualista y violenta.

Dirk T´Larien ha venido llamado por Gwen Delvano, merced a una clave que sólo ellos pueden compartir, registrada en joyas que pueden registrar pensamientos. La inmersión de T´larien en la cultura kavalar, gracias a la prosa fulgurante de George R.R. Martin, lleva al lector de un escenario a otro, sin convertir la novela en un pesado conjunto de descripciones. Al contrario, en cada escena, vamos absorbiendo más datos de la compleja sociedad kavalar y la implicancia que tiene en la misma el ser hombre, mujer o extranjero. La acción es pues trepidante, al punto que parecemos acompañar a los protagonistas en sus correrías por el planeta Worlorn, provisto tanto de maravillas como de trampas mortales. En este aspecto, Muerte de la luz nos recuerda un poco a Barrayar de Louis McMaster Bujold, vertiginosamente narrada también, pero cuyo entorno de ciencia ficción no deja de ser tan sólo un marco exótico para el desarrollo de la acción.

La muerte de la luz a la que alude el título es el fin del período de esplendor de Worlorn. El paso del planeta por los soles que le han permitido florecer está por llegar a su fin, para iniciar otro ciclo de oscuridad. Igual podría sucederle a sus moradores, tanto los permanentes como los ocasionales. No solamente la luz morirá, pero eso toca saberlo tan solo al lector.




Daniel Salvo

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