jueves, 24 de noviembre de 2011

Chindi (Jack McDevitt)



Chindi continúa las aventuras de la piloto estelar Priscilla "Hutch" Hutchins, cuyos servicios nuevamente son solicitados para una misión espacial: transportar a un grupo de expedicionarios al encuentro nada menos que de una nave de origen desconocido, posiblemente, los enigmáticos alienígenas que están detrás del misterio planteado en Las máquinas de Dios, primera novela de una saga que, sin embargo, se deja leer como un grupo de novelas independientes, aunque con un marco común.
Si, es cierto, suena a space opera, a aventura y peligro... Y en buena hora. En esta novela, los conflictos personales de la protagonista principal - entre ellos, el reencuentro con un antiguo amor- están mejor dosificados que en las anteriores historias, al punto que no solo no lastran la acción con disquisiciones sentimentales, sino que potencian la tensión de los abundantes momentos climáticos de la novela, en los que McDevitt parece haberse convertido en experto.
Chindi es un término navajo que significa "espíritu burlón" o "fantasma malvado". El chindi de la novela es una nave inmensa, de origen desconocido, que ha sido detectada por científicos terrestres, y ha despertado el interés, entre otros grupos, de la Sociedad del Contacto, la versión futurista de nuestros sempiternos contactólogos y fanáticos del fenómeno OVNI, además de expertos en inventar conspiraciones. Curiosamente, en un universo en el cual se ha encontrado evidencias de civilizaciones extraterrestres - aunque no a los propios extraterrestres, salvo alguno que otro indeseable cuyo contacto ha sido prohibido -, da que pensar la supervivencia de grupos así, que encuentran algún gusto especial en "creer", aun cuando aquello en lo que creen ya ha sido comprobado. Es decir, además de los intentos digamos "formales" de la humanidad por buscar vida extraterrestre - el equivalente al Instituto SETI -, parece que en el futuro seguiremos contando con una buena cuota de contactados y ovniólogos, quienes además del ansiado contacto, buscan la confirmación de algún tipo de verdad o revelación.
Pero tienen dinero, y eso puede hacer el milagro de que se les tome en serio, y como en la novela que nos ocupa, se acuda a ellos para financiar en parte  una expedición, capitaneada por nuestra querida Priscilla.
Si bien estamos ante una novela algo esquemática, la manera en que el autor nos va revelando los misterios que envuelven la aparición del chindi, (un homenaje a Cita con Rama de Arthur C. Clarke), los hallazgos de los expedicionarios en los planetas y satélites a los que arriban, el propio y aún enigmático contenido del chindi, es bastante emocionante, llena de ese sentido de la maravilla que produce la descripción de un encuentro con un artefacto de origen desconocido, las conjeturas en torno a la naturaleza y propósito del mismo, y los resultados de contrastar dichas conjeturas con la experimentación... Es el tipo de novela que debe haber despertado más de una vocación científica, y que nos devuelve la noción del universo entero como un ámbito entre maravilloso y aterrador, pero lleno de secretos y misterios cuyo desentrañamiento bien vale la dedicación de toda una vida. Pocas veces puede leerse un texto en el cual se respire tanto la ciencia como la ficción; un texto donde se percibe la excitación que sienten los protagonistas al encontrarse frente a un enigma del universo...
Y todo ello envuelto en una trama de aventuras espaciales. No es poco, en estos tiempos apáticos, encontrarse con una novela que no se puede soltar una vez que se inicia, a pesar de su extensión algo excesiva. Recomendable - junto con las demás de la saga - para el verano que se avecina.

Daniel Salvo

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Editorial: Alfas, deltas y peruanos



Referirse a Un mundo feliz (A brave new world) de Aldous Huxley puede parecer tópico a estas alturas. Un futuro descrito como el máximo logro de la mecanización y de la planificación humana, en el cual la sociedad ha sido rígidamente jerarquizada en base a la eugenesia, ocupando el lugar más alto de la escala los intelectuales Alfa  (seres humanos nacidos con sus facultades completas) y el más bajo, los Epsilon, seres a quienes se ha limitado el suministro de oxígeno durante el período de gestación (en el futuro descrito por Huxley, los seres humanos no se reproducen sino que son incubados artificialmente), de manera que su inteligencia es mínima, apenas lo justo para ocuparse de las tareas más simples y repetitivas de la sociedad.
Sin embargo, a medida que nos adentramos en la historia, descubrimos que los Alfa también forman parte de ese mismo esquema: sus vidas son tan insípidas y carentes de brillo como las de los Epsilon. Todos los seres humanos son tratados como piezas integrantes de un mecanismo, algunas arriba y otras abajo, pero piezas al fin y al cabo.
A fin de que las piezas no se den cuenta de la situación alienada en la que viven, se les provee de entretenimiento y tareas que les dan la ilusión de ser importantes y de llevar vidas con algún sentido. Y para cada pieza, o tipo de ser humano, hay un tipo de entretenimiento. Los Alfa no disfrutan de lo mismo que los Epsilon, y viceversa.
En el mundo descrito por Huxley, este aspecto no suele llamarnos la atención. Nos alarma el automatismo y la instrumentalización del ser humano, el hecho de convertirse en una suerte de ganado cuyo destino está determinado desde su concepción, pero no solemos reparar en los métodos utilizados por dicha sociedad del futuro para mantener el estado de cosas.
Uno de esos métodos es, cómo no, el control de los medios de comunicacion. Hay cine y televisión en ese mundo feliz, al igual que medios impresos, pero emitidos e impresos según la clase a la que pertenece el destinatario. Hay periódicos para los Alfa y periódicos para los Epsilon (o los Beta, Gama o Delta), y cada medio tiene una estructura diferente. Por citar los tres diarios que se mencionan en la novela:  El Radio Horario, para las clases altas (Alfa y Beta), la Gaceta Gamma, y El Espejo Delta, compuesto por palabras de una sola sílaba.
Ahora, a pesar de que no vivimos en Un mundo feliz, ¿no encontramos lo mismo en nuestros puestos de periódicos? Parece una verdad de perogrullo que desde siempre hay periódicos, revistas y programas de televisión "para todos los gustos", pero como que la verdad, en nuestro caso, se parece a la ficción de manera mas bien siniestra y negativa: así, la verdad sería que, en lugar de contar con medios de entretenimiento y noticias "para todos los gustos", es decir, que recogen las preferencias del público; lo que tenemos es un conjunto de medios que para nada toma en cuenta cosas tales como el gusto o las preferencias del público, sino su capacidad para lograr disfrutar o apreciar determinados productos. Lean sino esta "columna periodística", aparecida el domingo 20 de noviembre de 2011 en un diario de amplia circulación.
Vistas así las cosas, tenemos un cuadro alarmante y hasta pesimista de nuestro futuro inmediato. Por que los diaríos de mayor lectoría en el Perú, al igual que los programas de televisión de mayor audiencia, parecen ser sólo aptos para Epsilons o Gamas. Por que ese parece ser el ciudadano peruano promedio al que estamos arribando.
¿Se dan cuenta de que es muy distinto decir que esos diarios y programas de televisión, así como la mayor parte del cine que se exhibe en nuestras salas, recogen las preferencias y los gustos de sus lectores; a decir que dichos medios están dirigidos a lectores de determinadas características? No se trata entonces de gustos, de preferencias, de opciones, sino de capacidad mental.
¿Es el destino del peruano convertirse en una especie de Homo Idioticus, un Gama o un Epsilon? ¿Los medios de comunicación fomentan este estado mental, o simplemente lo reflejan? Como sea, es muy difícil que la respuesta conduzca a un mundo realmente feliz.

Daniel Salvo