En el pueblecito de Haven, Maine, una escritora de novelas del oeste con graves problemas de autoestima decide dar un paseo por el bosque y se topa con algo extraño, un trozo de un material de apariencia metálica, de color gris, que sobresale del suelo. Le basta desenterrarlo un poco, y tocarlo, para descubrir de qué se trata: el borde de una nave espacial extraterrestre, un inmenso platillo volador que yace enterrado en sus tierras desde tiempos inmemoriales. Lo sabe porque, de una manera que no comprende, “algo” dentro de la nave se ha comunicado con ella.
Listo. Practicamente desde la primera página, Stephen King nos revela de qué va “Tommyknockers”, extensa novela escrita a principios de los noventa, y ambientada, como no podía ser de otro modo, en su Maine natal.
“Tommyknocker” es un término genérico para cierto tipo de fantasma. El folklore norteamericano utiliza la expresión para referirse a fantasmas de mineros que hubieran perecido en una explotación. Dadas las peculiares características de los extraterrestres que aparecen en la novela, el término tommyknocker se revela por sí solo de una manera insólita.
La novelista de quien hablábamos al inicio, Roberta “Bobbi” Anderson, quien tuvo que huir de su hogar para escapar de la tiranía que ejerce su malvada y odiosa hermana (¿quién no tiene una hermana o hermano así?), se debate entre el asombro y el “que nadie se entere por que luego vienen a fastidiar”. Pero ocurre que, casi sin proponérselo conscientemente, comienza a dar muestras de una insólita y espectacular habilidad para “mejorar” y construir cosas. Cosas como una máquina de escribir que funciona por sí sola, al ritmo de los pensamientos de Roberta, y que como quien no quiere la cosa, le va escribiendo cientos de páginas de una novela genial. Al mismo tiempo, ciertos cambios comienzan a ocurrirle: Bobbi desarrolla cierta capacidad telepática, mientras va perdiendo, de manera indolora, varios de sus dientes.
Y lo mismo comienza a ocurrir en otros hogares de Haven. Poco a poco, sus moradores empiezan a manifestar maneras de “saber cosas” de manera por demás inusual. Hay quien descubre infidelidades ajenas con sólo captar los pensamientos de los implicados. Empleados del correo construyen máquinas que hacen su trabajo de manera más eficiente. Y un niño juega a desaparecer objetos y personas, con resultados atroces.
Ese es el escenario creado por Stephen King en “Tommyknockers”. Un pueblo cuyos habitantes son atrapados por lo insólito, por lo extraordinario, y lo incorporan a sus vidas. Y es que pronto se dan cuenta de que las nuevas habilidades que ahora ostentan no son un regalo de buena voluntad de los tommyknockers, sino el inicio de un proceso irreversible de conversión, una especie de posesión que implica, entre otras cosas, transformaciones físicas.
El héroe forzado que irrumpe en este atroz escenario es el poeta John Eric Gardener, “Gard”, quien en el pasado ha tenido un vínculo sentimental con Bobbi. En búsqueda de apoyo y amistad – ha disparado a la esposa, y para variar, atraviesa por una crisis que ha desembocado en alcoholismo, Gardener llega al hogar de Bobbi, percibiendo que ocurre algo extraño. Y, para suerte suya, es relativamente inmune al poder que los “tommyknockers” ejercen sobre el pueblo de Haven. ¿La razón? Tiene una placa metálica en el cráneo, que le fuera colocada tras un accidente tiempo atrás. Eso impedirá que el “efecto” tommyknocker sea menos intenso en él, de modo que conservará cierta cordura – muy relativa, por cierto, dados sus antecedentes de alcoholismo y violencia- , la cual empleará para intentar salvar a Bobbi y al resto de moradores de Haven de convertirse en lo que sea que los “tommyknockers” planean.
Parte del plan de Gardener implica el penetrar en la nave extraterrestre, para lo cual recurrirá a una serie de estratagemas que le permitirán, por fin, encontrarse cara a cara con los “tommyknockers”. El abordaje de la nave es un auténtico tour de force, pues Stephen King logra crear una atmósfera que es, a la vez, alienígena y racional, un entorno de pesadilla que, a pesar de todo, está limitado a las leyes físicas del universo conocido, lo que lo convierte en algo más angustiante: al no resultar tan ajeno a lo que conocemos, resulta un objeto más peligroso y aterrador que cualquier monstruo o entidad sobrenatural. Al igual que los “tommyknockers”.
Los extraterrestres que aparecen en la novela, los tan mentados “tommyknockers”, son menos descritos por su aspecto físico que por sus características psicológicas, y es aquí donde King se vuelve a revelar como un maestro en el arte de dotar de verosimilitud a seres que, en principio, no tienen nada que ver en absoluto con nuestro mundo. Se transportan a través de las estrellas en naves espaciales, algún tipo de supervivencia incorpórea y tienen en agenda la invasión de otros planetas. Pero no son todopoderosos, ni mucho menos, superinteligentes. Al contrario, se describen a sí mismos como “sabios idiotas”, es decir, seres capaces de diseñar un mecanismo que utiliza la energía de una vulgar pila seca desgastada para, por ejemplo, teletransportar materia inerte a otra dimensión, pero a quienes no se les ocurre hacer algo tan sencillo –y a efectos prácticos, menos oneroso – como utilizar un tomacorriente. Las reacciones de los “tommyknockers” ante su propia estulticia son propias pues de seres poderosos pero no omnipotentes: se alzan de hombros, y continúan con lo que estaban haciendo. El conocimiento de la psicología de sus enemigos otorgará a Gardener la posibilidad de enfrentarlos, para lo cual cuenta con su propia mente, y la ínfima ayuda de otros humanos, esclavizados de manera terrible en lo corporal pero libres de mente. Solo contra el mundo, el enfrentamiento final entre Gardener y los “tommyknockers” (los originales y los seres humanos de cuyos cuerpos se han adueñado), en el que se juega el destino de la raza humana, apenas permite algún respiro al lector. Y eso que ocupa casi la tercera parte del libro.
Sorprende la capacidad de King de transformar elementos prosaicos en artefactos de características aterradoras. Una máquina expendedora de bebidas gaseosas, por ejemplo, tan común en cualquier estación de servicio o supermercado, puede convertirse, sin cambiar de apariencia, en un arma de potencia devastadora, frente a la cual apenas cabe la posibilidad de defenderse (¿cómo se enfrentaría el lector a una máquina de esas si, repentinamente, ésta decidiera atacarlo arrojándole latas de bebidas, o simplemente, empezara a perseguirlo?).
Un punto en contra de la novela es que se extiende de manera excesiva en torno a las experiencias de algunos personajes, de manera magistral por supuesto, pero en modo alguno relevante para el posterior desarrollo de la novela. Se entiende que Gardener viene a ser un alter ego de King, quien al momento de escribir Tommyknockers atravesaba un período de cura alcohólica, y quizá de ahí se pueda entender el interés en describir las miserias del pobre poeta. De otro lado, como parece ser habitual en las novelas de Stephen King, se menciona eventos y personajes de otras historias suyas, lo que parece otorgar a sus novelas un sugestivo arco común. Queda pendiente la lectura de “Cazador de sueños”, también con extraterrestres… a lo King.
King dice apenas recordar haber escrito esta novela, y no le tiene mucho aprecio. Sin embargo, es una de sus mas conocidas de los 80s, que fue la decada de maxima popularidad y productividad del maestro.
ResponderEliminarMe gustó la miniserie que pasaron por televisión.
ResponderEliminara mi me gusto la serie, pero la novela parece muy larga para leerla.
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