jueves, 30 de julio de 2015

Los tecnólogos (Matthew Pearl)



Me enteré de la existencia de esta novela por casualidad, ojeando novedades en una bien surtida librería limeña. El texto de la contratapa capturó mi atención. Mas o menos, ponía que en 1868, en Boston, EE.UU. - ciudad conocida como "la Atenas de América, el cerebro de los Estados Unidos" -, tienen lugar una serie de extraños fenómenos: barcos que naufragan por que sus brújulas enloquecen, vidrios que se derriten de manera repentina... Todo en el marco de una confrontación entre las autoridades de la Universidad de Harvard, representante de la academia clásica, o al menos, lo que los norteamericanos entienden por clásico, a saber: que el saber académico debe estar reservado para jóvenes de buena familia, ricos y probadas raíces cristianas. El celo por mantener esta curiosa noción del saber universitario lleva a su rector, el famoso intelectual norteamericano Louis Agassiz, a impedir por todos los medios que se difunda la teoría de la evolución, entre otros conocimientos "peligrosos" para las masas.

Pero el principal "enemigo" de Harvard, en ese contexto, es el recientemente creado Massachusetts Institute of Technology, el hoy famoso MIT, dedicado a la tecnología (es decir, las ciencias aplicadas), y a pervertir, eh, enseñar a alumnos de dudosa procedencia y escasos recursos económicos, además de cometer la herejía de contar con una mujer entre sus estudiantes. El autor se da maña para narrar algunos episodios en los que la pugna entre distintas formas de saber, así como entre distintas clases sociales, llega a proporciones épicas, constituyendo interesantísimos testimonios de la lucha por el conocimiento, su aplicación y su difusión, que al parecer, van a acompañar al ser humano durante mucho tiempo. 

Los tecnólogos del título son estudiantes del MIT, la primera promoción que está por graduarse, quienes son mal vistos en casi todos lados. Para los obreros de las fábricas, son quienes van a inventar las máquinas que tarde o temprano les quitarán sus empleos. Para la alta sociedad bostoniana, son una suerte de arribistas que pretenden igualar sus conocimientos a los de la elitista universidad. Y para los universitarios, son poco más que operarios que en lugar de batas de laboratorio deberían utilizar ropas de faena. 
Los misteriosos eventos que han ocasionado tantos accidentes, tanto en la tierra como en el mar, llevan a la policía a solicitar la asistencia y apoyo de los hombres de ciencia, aunque para su mal, recurren en un principio a Harvard y al respetado pero caduco Agassiz, quien no sale muy bien parado en la novela cuando nos participa de sus teorías en torno a la naturaleza y la causa de los accidentes.

Es entonces que los jóvenes e intrépidos estudiantes del MIT, dama incluída, forman una especie de sociedad secreta, el Ejército de Dumbledore... ¡perdón! Quise decir la sociedad secreta de los Tecnólogos (si, así, con mayúsculas), consagrada a descubrir la identidad y los propósitos del causante de los atentados (ya han deducido que no se trata de eventos naturales), a quien denominan.... ¡el experimentador! (si, en minúsculas nomás). No negarán que son originales...

Demás está decir que a estas alturas, el interesante contexto en el que transcurre la acción ha pasado a un inmerecido segundo plano. La novela coge un ritmo más centrado en las peleas entre los tecnólogos y sus enemigos de Slithering... eh, Harvard, así como los sopóriferos escarceos amorosos de los otrora misóginos estudiantes, que acaban en romances más cantados que el Romeo y Julieta. Nada contra esta parte de la historia, excepto que se come su buena cantidad de páginas y tiempo del lector, reduciendo además la trama a una sucesión de apariciones sorpresa, falsas pistas y búsquedas de indicios que bien podrían dar para un guión de la serie animada Scooby - Doo, pero que en un thriller que además se pretende histórico, parecen una broma de mal gusto. La solución del misterio, si bien sorpresiva, implica además unos diálogos un tanto penosos.

No es una historia de ciencia ficción, pero como que se le aproxima (un enemigo misterioso que utiliza la tecnología para cometer sus crímenes, un grupo de estudiantes que lo enfrenta utilizando las mismas armas). Genera además el interés de los obsesionados por la historia (¿qué pasaba en el resto del mundo en 1868? ¿qué pasaba en el Perú? ¿cómo llegó a consolidarse el MIT?) y plantea una que otra interesante reflexión en cuanto a los límites que existen entre ciencia y tecnología, además del uso ético que deberían tener las mismas. Pero de entretenida no pasa. Avisados están.