martes, 21 de abril de 2015

Luna sangrienta (Ramsey Campbell)


Ramsey Campbell es, para mí, un autor difícil. Tanto, que algunas de sus obras más comentadas se me han caído de las manos, dejando algunas de ellas inconclusas. Sin embargo, Luna sangrienta (cuyo título original es The hungry moon, es decir, La luna hambrienta o La hambrienta luna) tenía el señuelo de estar incluida dentro de las 100 mejores novelas de fantasía, consideradas como tales por el crítico británico David Pringle. Así que decidí darle otra oportunidad al señor Campbell.

La trama es magnífica. En Moonwell, un pequeño pueblo inglés de raíces célticas, hay una cueva que tiene una leyenda particular - la mismísima Luna desciende dentro de ella - , y hay que aplacarla cada año mediante un ritual incruento, que consiste en depositar flores a la entrada de la misma. Pero para mala suerte de los lugareños, a Moonwell viene a radicar un fanático religioso llamado Godwin Mann (algo así como "Dios se gana al hombre"), para quien ese y otros rituales no es más que una blasfemia pagana que debe ser erradicada. De modo que, tras haberse ganado a gran parte de los moradores del pueblo, quienes hasta el momento se sentían más que cómodo con su bondadoso párroco, decide descender a las profundidades de la cueva, para demostrar que no hay nada ahí... Y, aparentemente, resurge ileso de la misma. 

Pero tras este acto, las cosas empiezan a cambiar en Moonwell. Una extraña oscuridad comienza a adueñarse del pueblo, al tiempo que parece ser "olvidado" por el resto del país. Comienzan a ocurrir accidentes, mientras que grotescos seres de piel blaquísima y carentes de ojos son vistos en diferentes circunstancias. Casi todas las esperanzas se vuelven hacia el predicador Godwin Mann, al parecer dotado de poderes sobrenaturales, pues se asegura que su rostro brilla con un resplandor lunar, y puede modificar partes de su cuerpo... Algo ha sido despertado, algo que está vivo y que nació antes de la aparición del hombre sobre la Tierra, que fuera venerado por los druidas y, aparentemente, erradicado - que no destruido - por los romanos. Este ser, de reminiscencias lovecraftianas, apenas podrá ser enfrentado por las pocas almas sensatas de Moonwell, es decir, quienes no hayan sucumbido previamente al fanatismo religioso del cual Godwin Mann es sólo una cabeza visible: el mal y la intolerancia habitaban desde hacía ya tiempo en Moonwell. 

Lástima que el narrador de tan inquietante novela no haya sido H.P. Lovecraft o siquiera alguno de sus epígonos. No se si será cosa de la traducción, o es el estilo de Ramsey Campbell, pero a mi juicio la narración es, por decir lo menos, desangelada, al punto que los mejores momentos de la historia tienen la intensidad y tensión de un manual de electrodomésticos. Si a ello se suma la cantidad de personajes y puntos de vista, tenemos una novela en la cual no sabemos bien quienes son los héroes y quienes los malvados, cuando ocurre algo y cuando se sueña o imagina algo. Y la sensación final es que da lo mismo si uno u otro personaje ha muerto o no. Vamos, más que una novela, parece que el lector se enfrenta a un estupendo guión para una película o miniserie de terror.

Buenas ideas, narración - o traducción - deficientes. Sin embargo, vale la pena el esfuerzo de leerla.

viernes, 17 de abril de 2015

El pájaro burlón (Walter Tevis)


Las distopías clásicas como 1984 y Un mundo feliz nos muestran sociedades en las que la humanidad ha sido sometida por los poderes de turno, que controlan a la gente mediante el poder (1984)  o la seducción (Un mundo feliz). En todo caso, en ambas, existe una voluntad de manipulación que evidencia que toda utopía es, a la larga, cualquier cosa menos vivir en libertad.

Walter Tevis va más allá. En El pájaro burlón (Mockingbird), asistimos al futuro más lúgubre de todos: un mundo en el que la humanidad simplemente se ha cansado de existir, y se limita a vegetar esperando su fin, a excepción de unos cuantos individuos ansiosos que deciden poner fin a su existencia de manera más expeditiva, esto es, el suicidio.

La sensación de cansancio que trasmite la novela es tal, que cuesta continuar con su lectura, a pesar de su excelente inicio (¡un robot que camina silbando!). No es que se trate de una historia aburrida, sino que Tevis consigue recrear una atmósfera de constante decadencia, en la que la acción propiamente dicha no conlleva una actitud de heroísmo o rebeldía ante el sistema, como podría esperarse. Ya en El hombre que cayó a la Tierra, Walter Tevis demostró su soberbio manejo de los personajes, cuyos diálogos y monólogos bastan para ponernos al tanto del mundo que ha engendrado nuestro deseo de comodidad.

La novela se centra en los avatares de tres personajes. Inicia con el "robot" Robert Spofforth, rumbo a la universidad de la cual es rector. Y es que no se trata de un robot al uso: desarrollado a partir de la personalidad de un ser humano previamente existente, añora lograr un tipo de vida derivado de los deseos y anhelos de la persona de quien deriva. Pero tiene muchas cosas en contra, entre ellas, el carecer de sexo. Puede silbar, puede soñar, puede solucionar las peores crisis, pero jamás tendrá la vida humana que anhela. Es el robot más perfecto que se haya construido, y por ende, el más infeliz. No puede dar fin a su propia existencia por que iría contra su programación.

De otro lado, tenemos a Paul Bentley, "profesor" universitario que carece de alumnos por que nadie - ni siquiera el, ni la mayoría de robots - sabe leer. Ni falta que hace: la vida está totalmente automatizada, los autobuses se movilizan por telepatía, y hay robots de varias clases encargados de realizar todo tipo de tareas. En uno de sus tantos paseos, Bentley conocerá a Mary Lou, una chica que vive en soledad, en una memorable escena en la cual descubre que los niños que juegan en un parque son también robots, al igual que los animales de un zoológico cercano. Hace ya tiempo que no nacen niños en el mundo, y tanto Paul como Mary Lou son conscientes de que tal vez sean la última generación de seres humanos que habitará la Tierra. Entre drogas y suicidios indoloros, la humanidad va desapareciendo en medio de la indiferencia universal.

Aún así, Paul y Mary Lou iniciarán una relación, algo inusual en una cultura que enseña en sus universidades axiomas como "el sexo rápido es el mejor". Y esta relación, en apariencia intrascendente, resulta que es contraria a las leyes vigentes, que postulan "el desarrollo de interioridad", es decir, de la soledad y la apatía más extremas. Mary Lou acabará bajo la tutela de Spofforth, mientras que Bentley, quien ha aprendido a leer, será enviado a una prisión.

Los siguientes eventos nos muestran el grado de decadencia a los que puede llegar la humanidad. No hay violencia extrema, sino apatía. No hay cultura, sino condicionamiento. No hay religión - Tevis aporta una visión muy positiva de la figura de Jesús - sino fanatismo, encarnado en unas comunidades que aparentemente se han apartado de la decadente civilización creada por el culto a la comodidad y el mínimo esfuerzo, solamente para convertirse en victimas del culto al miedo y a la represión.

Si bien parece algo anticuado, el autor decide encarnar en Bentley los valores de la cultura clásica humanista, esto es, el amor por la lectura y el conocimiento y la exaltación del libre albedrío, Tras una epifanía, Paul decidirá ir en búsqueda de Mary Lou, y enfrentar a Spofforth para quedarse con ella e iniciar una nueva vida basada en sus - recién - descubiertos ideales.

Una vez reunidos los tres, se revela el verdadero origen y finalidad tanto de Spofforth como de los demás robots y las supuestas maravillas tecnológicas del mañana, que hoy pueden parecernos anticuadas (hay que tener en cuenta que la novela fue publicada en 1980), pero que encarnan muy bien nuestros contradictorios deseos de seguridad y libertad, así como la tendencia a creer en la comodidad material como un absoluto ante el cual hay que sacrificarlo todo, incluso esa cosa tan abstracta e inútil que es la "humanidad".

Un clásico poco conocido de la ciencia ficción, a la espera de nuevos lectores.