lunes, 11 de noviembre de 2013

Chocky (John Wyndham)



Difícil reseñar un libro cuyo argumento está más que sugerido en la portada. Pero vale la pena intentarlo, entre otras razones, por que nada como la sencilla pero irresistible prosa de John Wyndham para refrescar la mente y recordarnos, entre otras cosas, que más vale una buena historia narrada con sencillez y soltura que algún farragoso ejercicio posmoderno.

No espere pues el lector encontrarse con metáforas ocultas o con un lenguaje que, de tan críptico, resulte carente de sentido. Chocky es una historia clásica, es decir, antigua, en el sentido de que uno podría habérsela oído al abuelo o al tío querendón de la familia en alguna reunión familiar. En su aparente ingenuidad, el texto nos sumerge en la Inglaterra rural de fines de los años cincuenta del siglo XX, con sus familias habitando en caserones, sus escuelas a las que se llega caminando y sus bonachones (y un tanto increíbles) oficiales de policía. Vamos, que se trata de un universo carente de amenazas, prosaico hasta el límite del aburrimiento, al menos, para alguien acostumbrado a las grandes ciudades: quienes hemos vivido parte de la infancia en ciudades pequeñas sabemos que es imposible aburrirse.

Los protagonistas de Chocky están plenamente incorporados a la cultura a la que pertenecen. Un matrimonio joven con un hijo (adoptivo) y una hija, ambos en edad escolar. Se trata de niños normales (la niña vive obsesionada con los ponys), al punto que ambos han contado, en su momento, con amigos imaginarios. El amigo imaginario de Polly, la niña, se llamaba Piff.  Y el amigo imaginario de Matthew... se llama Chocky

En un principio, no hay motivo de alarma. ¿Cuántos niños tienen un amigo imaginario? Muchísimos en todo el mundo. Pero cuando ocurren ciertos sucesos extraños en torno a Matthew (realiza cálculos avanzados para el año escolar al que pertenece, dibuja con habilidad impropia de un niño de su edad y puede nadar a la perfección... aunque nunca ha tomado lecciones de natación). Y todos, todos estos casos de comportamiento anómalo tienen una única respuesta: Chocky.

La displicencia inicial en torno al amigo imaginario de Matthew da paso primero al asombro y al fastidio, para culminar en auténtico pavor. Descartadas las explicaciones médicas o siquiátricas (hay que ver cómo se burla Wyndham de ciertas teorías muy en boga en su tiempo), alguien llega a la conclusión de que Chocky tiene una existencia real, quedando por resolver cuestiones tan angustiantes como su origen, su naturaleza... y sus propósitos.

¿Se trata de una manifestación del inconsciente del niño? ¿Algún tipo de posesión? Tratándose de una novela de ciencia ficción y no de fantasía o terror al uso, el lector habrá deducido más de una de las características de Chocky. Si bien todo se resuelve de manera correcta, y las cosas vuelven a la normalidad, explicación mediante, hay un elemento imprevisto que, aunque no constituye un giro de tuerca en el desenlace, nos lleva a preguntarnos, como siempre, cuál es la verdadera amenaza para la vida humana: lo desconocido, o el hombre mismo. El poder, oculto bajo la máscara de una ciencia más arrogante que sabia (en este caso), no va a detenerse ante ningún obstáculo. Menos aún, ante un niño, pese al sufrimiento de éste.

Publicada en 1968, Chocky dio origen a una serie de televisión propalada en 1984.

Daniel Salvo