De cuando en cuando, surge un autor a quien le sonríen los astros y es el nuevo "rey" de la fantasía, del terror o del género que sea. Si bien esto no suele suceder con autores mainstream, así ganen el premio Nobel, lo cierto es que siempre hay un autor que está en boca (o en blog, en twitter, en muro o videoblog de todos). No me malinterpreten: Mario Vargas Llosa es un excelente escritor, pero nadie le llama "el rey de la novela peruana" o algo así.
No todos los autores que llegan a esta suerte de pináculo son del gusto uniforme del público lector, y es que muchos de ellos no son otra cosa que productos de campañas de marketing, aunque cueste reconocerlo. Si bien siempre debemos respetar el gusto de cada quien, no es menos cierto que algunos productos comerciales son sólo eso, ni mas ni menos. Quien los disfrute, en buena hora.
No es el caso de Joe Abercrombie, un joven autor inglés que en 2008 colaboró con la miniserie de la BBC The worlds of fantasy, junto a China Mieville y Terry Pratchett, entre otros.
¿Qué trae de nuevo Joe Abercrombie? Sus novelas, de las que sólo he leído la trilogía de La primera ley, compuesta por las novelas La voz de las espadas, Antes de que los cuelguen y El último argumento de los reyes, son un claro ejemplo de lo que se viene llamando el género grimdark, un tipo de fantasía oscura y muy, muy sangrienta, en la cual lo épico y lo heroico son producto de la casualidad o, peor aún, de una soterrada manipulación política y sicológica efectuada por el personaje que menos se espera. Tanto así, que el personaje más empático y sincero de la saga es nada menos que el inquisidor Sand dan Glotka, un ser carente de casi todo escrúpulo (no vacila en torturar a sus enemigos cortándoles los dedos, para luego fabricarles pruebas y hacerles firmar confesiones falsas), quien sin embargo vive, mejor dicho, padece el mundo a través de sus limitaciones físicas: otrora prometedor joven noble con aspiraciones militares, ganador de concursos de esgrima, es convertido en tullido en las cárceles del enemigo, debiendo continuar el resto de su vida arrastrándose sobre un bastón y alimentándose sólo de sopas o papillas, dado que le han dejado sólo algunos dientes arriba y abajo de la cavidad bucal, lo que hace imposible que pueda masticar nada. "¿Por qué sigo viviendo?", se pregunta en sus innumerables arranques de autocompasión, a los que sazona con una seguidilla de comentarios sarcásticos y agudos en los que desnuda, de manera inmisericorde, la verdadera naturaleza e intención que hay detrás de los actos de quienes se cruzan en su camino, ya se trate de sus superiores jerárquicos (¿qué inquisidor no los tiene?) o de sus desafortunadas víctimas. Empero, su visión cínica está acompañada de un delicioso humor negro que hace pensar que incluso alguna de sus desventuradas víctimas de tortura no hayan soltado una que otra carcajada, como lo hará el lector al ser sorprendido por sus observaciones. Y, siempre en las situaciones más inesperadas, capaz de sorprender al lector con un acto de lo que bien podría llamarse sacrificio o bondad desinteresada.
En líneas generales, las tres extensas novelas se desarrollan en un escenario que ha devenido en clásico de la literatura fantástica, a saber, antiguos reinos en un mundo de ambientación entre medieval y renacentista, con reyes y reynas, caballeros, nobles, plebeyos, duelos a espada, batallas, magos y uno que otro ser sobrenatural. Eso si, la magia aparece en estas novelas a cuentagotas, pero tiene el efecto de una carga de dinamita. Uno de los reinos que conforman este mundo, como suele suceder, se encuentra amenazado por enemigos tanto del norte como del sur. Nada que los ejércitos no puedan enfrentar, excepto que, según ciertos rumores, los enemigos han recurrido a la magia y han conseguido así un poder que resulta más amenazador. Pero el reino de la Unión cuenta nada menos que con la ayuda de Bayaz, a quien llaman el primero de los magos, y quien al parecer tiene ¡milenios de edad!, pese a que no hay nada en su apariencia ni en su actitud que lo delates, pues es grueso, calvo y viste como si ejerciera la profesión de carnicero. Nada de anciano sabio ni majestuoso. Este Bayaz tendrá que iniciar la búsqueda de un objeto de poder, el cual se encuentra en los confines del mundo (para variar). Deberá entonces requerir la ayuda o compañía del sempiterno grupo de héroes y aventureros que tiene toda novela de fantasía que se respete: el apuesto espadachín, el navegante, el bárbaro hosco, la guerrera carente de compasión y modales. Pero la visión que ofrece Abercrombie de estos personajes (es psicólogo de profesión) no puede ser más desmitificadora. El espadachín, que responde al sonoro nombre de Jezal dan Luthar, es un noble haragán y simplón, fácilmente manipulable, que prefiere perdere el tiempo jugando a las cartas con sus amigos antes que cualquier otro tipo de lance. El bárbaro huye de un pasado tan complejo como sombrío (aquí hay un homenaje a la película "Los imperdonables" de Clint Eastwood, admiradísimo por Abercrombie), y la tosca guerrera sin pasado parece tener uno... en el mundo sobrenatural.
Una vez finalizada la lectura de la trilogía, o de cualquiera de las novelas que la conforman, el lector queda con la sensación de haber participado en la vida de los personajes en lugar de haber leído una novela de aventuras. Una vida larga, por cierto, pero que dota de una profundidad inusual a los personajes, en el sentido de que sus vicisitudes, penurias, anhelos y frustraciones calzan perfectamente con la trama de las novelas. Abercrombie no recurre al fácil truco de cargar de traumas y recuerdos, es decir, de "personalidad" a un personaje para que luego vaya y haga lo que siempre se espera del mismo (como en ciertas novelas de ciencia ficción en las que, a fin de dotar de "profundidad" a algún personaje, se incorporaba párrafos y párrafos de conversaciones, adulterios, recuerdos infantiles y demás, que al final, no aportaban absolutamente nada a la historia). En cambio, volviendo con el inquisidor Glotka, por ejemplo, la constante mención de sus dolencias y achaques nos permite entender a cabalidad su actitud ante fenómenos tan disímiles como el amor, la intriga palaciega o la magia.
Y hablando de magia... Pues la magia, en esta trilogía, no se encuadra dentro una visión maniquea que la divida en blanca o negra, buena o mala. Es un poder más, tanto como la política o el sexo, y quien lo detenta lo hace para sus propios fines. Se mencionan mundos sobrenaturales y demonios, pero no dioses. Se habla de un creador y de un infierno, pero no de un paraíso. La primera ley a la que se alude, por último, es una prohibición: no comer carne humana. ¿Y por qué la trilogía se encuadra bajo el título "La primera ley"?
Pues...
Mejor léanlo ustedes mismos.
Una vez finalizada la lectura de la trilogía, o de cualquiera de las novelas que la conforman, el lector queda con la sensación de haber participado en la vida de los personajes en lugar de haber leído una novela de aventuras. Una vida larga, por cierto, pero que dota de una profundidad inusual a los personajes, en el sentido de que sus vicisitudes, penurias, anhelos y frustraciones calzan perfectamente con la trama de las novelas. Abercrombie no recurre al fácil truco de cargar de traumas y recuerdos, es decir, de "personalidad" a un personaje para que luego vaya y haga lo que siempre se espera del mismo (como en ciertas novelas de ciencia ficción en las que, a fin de dotar de "profundidad" a algún personaje, se incorporaba párrafos y párrafos de conversaciones, adulterios, recuerdos infantiles y demás, que al final, no aportaban absolutamente nada a la historia). En cambio, volviendo con el inquisidor Glotka, por ejemplo, la constante mención de sus dolencias y achaques nos permite entender a cabalidad su actitud ante fenómenos tan disímiles como el amor, la intriga palaciega o la magia.
Y hablando de magia... Pues la magia, en esta trilogía, no se encuadra dentro una visión maniquea que la divida en blanca o negra, buena o mala. Es un poder más, tanto como la política o el sexo, y quien lo detenta lo hace para sus propios fines. Se mencionan mundos sobrenaturales y demonios, pero no dioses. Se habla de un creador y de un infierno, pero no de un paraíso. La primera ley a la que se alude, por último, es una prohibición: no comer carne humana. ¿Y por qué la trilogía se encuadra bajo el título "La primera ley"?
Pues...
Mejor léanlo ustedes mismos.
Daniel Salvo
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