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lunes, 22 de septiembre de 2014

Tommyknockers (Stephen King)



En el pueblecito de Haven, Maine, una escritora de novelas del oeste con graves problemas de autoestima decide dar un paseo por el bosque y se topa con algo extraño, un trozo de un material de apariencia metálica, de color gris, que sobresale del suelo. Le basta desenterrarlo un poco, y tocarlo, para descubrir de qué se trata: el borde de una nave espacial extraterrestre, un inmenso platillo volador que yace  enterrado en sus tierras desde tiempos inmemoriales. Lo sabe porque, de una manera que no comprende, “algo” dentro de la nave se ha comunicado con ella.
Listo. Practicamente desde la primera página, Stephen King nos revela de qué va “Tommyknockers”, extensa novela escrita a principios de los noventa, y ambientada, como no podía ser de otro modo, en su Maine natal. 

“Tommyknocker” es un término genérico para cierto tipo de fantasma. El folklore norteamericano utiliza la expresión para referirse a fantasmas de mineros que hubieran perecido en una explotación. Dadas las peculiares características de los extraterrestres que aparecen en la novela, el término tommyknocker se revela por sí solo de una manera insólita.

La novelista de quien hablábamos al inicio, Roberta “Bobbi” Anderson, quien tuvo que huir de su hogar para escapar de la tiranía que ejerce su malvada y odiosa hermana (¿quién no tiene una hermana o hermano así?), se debate entre el asombro y el “que nadie se entere por que luego vienen a fastidiar”.  Pero ocurre que, casi sin proponérselo conscientemente, comienza a dar muestras de una insólita y espectacular habilidad para “mejorar” y construir cosas. Cosas como una máquina de escribir que funciona por sí sola, al ritmo de los pensamientos de Roberta, y que como quien no quiere la cosa, le va escribiendo cientos de páginas de una novela genial. Al mismo tiempo, ciertos cambios comienzan a ocurrirle: Bobbi desarrolla cierta capacidad telepática, mientras va perdiendo, de manera indolora, varios de sus dientes.

Y lo mismo comienza a ocurrir en otros hogares de Haven. Poco a poco, sus moradores  empiezan a manifestar maneras de “saber cosas” de manera por demás inusual. Hay quien descubre infidelidades ajenas con sólo captar los pensamientos de los implicados. Empleados del correo construyen máquinas que hacen su trabajo de manera más eficiente. Y un niño juega a desaparecer objetos y personas, con resultados atroces.

Ese es el escenario creado por Stephen King en “Tommyknockers”. Un pueblo cuyos habitantes son atrapados por lo insólito, por lo extraordinario, y lo incorporan a sus vidas. Y es que pronto se dan cuenta de que las nuevas habilidades que ahora ostentan no son un regalo de buena voluntad de los tommyknockers, sino el inicio de un proceso irreversible de conversión, una especie de posesión que implica, entre otras cosas, transformaciones físicas.

El héroe forzado que irrumpe en este atroz escenario es el poeta John Eric Gardener, “Gard”, quien en el pasado ha tenido un vínculo sentimental con Bobbi. En búsqueda de apoyo y amistad – ha disparado a la esposa, y para variar, atraviesa por una crisis que ha desembocado en alcoholismo, Gardener llega al hogar de Bobbi, percibiendo que ocurre algo extraño. Y, para suerte suya, es relativamente inmune al poder que los “tommyknockers” ejercen sobre el pueblo de Haven. ¿La razón?  Tiene una placa metálica en el cráneo, que le fuera colocada tras un accidente tiempo atrás. Eso impedirá que el “efecto” tommyknocker sea menos intenso en él, de modo que conservará cierta cordura – muy relativa, por cierto, dados sus antecedentes de alcoholismo y violencia- , la cual empleará para intentar salvar a Bobbi y al resto de moradores de Haven de convertirse en lo que sea que los “tommyknockers” planean.

Parte del plan de Gardener implica el penetrar en la nave extraterrestre, para lo cual recurrirá a una serie de estratagemas que le permitirán, por fin, encontrarse cara a cara con los “tommyknockers”. El abordaje de la nave es un auténtico tour de force, pues Stephen King logra crear una atmósfera que es, a la vez, alienígena y racional, un entorno de pesadilla que, a pesar de todo, está limitado a las leyes físicas del universo conocido, lo que lo convierte en algo más angustiante: al no resultar tan ajeno a lo que conocemos, resulta un objeto más peligroso y aterrador que cualquier monstruo o entidad sobrenatural. Al igual que los “tommyknockers”.

Los extraterrestres que aparecen en la novela, los tan mentados “tommyknockers”, son menos descritos por su aspecto físico que por sus características psicológicas, y es aquí donde King se vuelve a revelar como un maestro en el arte de dotar de verosimilitud a seres que, en principio, no tienen nada que ver en absoluto con nuestro mundo. Se transportan a través de las estrellas en naves espaciales, algún tipo de supervivencia incorpórea y tienen en agenda la  invasión de otros planetas. Pero no son todopoderosos, ni mucho menos, superinteligentes. Al contrario, se describen a sí mismos como “sabios idiotas”, es decir, seres capaces de diseñar un mecanismo que utiliza la energía de una vulgar pila seca desgastada para, por ejemplo, teletransportar materia inerte a otra dimensión, pero a quienes no se les ocurre hacer algo tan sencillo –y a efectos prácticos, menos oneroso – como utilizar un tomacorriente. Las reacciones de los “tommyknockers” ante su propia estulticia son propias pues de seres poderosos pero no omnipotentes: se alzan de hombros, y continúan con lo que estaban haciendo. El conocimiento de la psicología de sus enemigos otorgará a Gardener la posibilidad de enfrentarlos, para lo cual cuenta con su propia mente, y la ínfima ayuda de otros humanos, esclavizados de manera terrible en lo corporal pero libres de mente. Solo contra el mundo, el enfrentamiento final entre Gardener y los “tommyknockers” (los originales y los seres humanos de cuyos cuerpos se han adueñado), en el que se juega el destino de la raza humana, apenas permite algún respiro al lector. Y eso que ocupa casi la tercera parte del libro.

Sorprende la capacidad de King de transformar elementos prosaicos en artefactos de características aterradoras. Una máquina expendedora de bebidas gaseosas, por ejemplo, tan común en cualquier estación de servicio o supermercado, puede convertirse, sin cambiar de apariencia, en un arma de potencia devastadora, frente a la cual apenas cabe la posibilidad de defenderse (¿cómo se enfrentaría el lector a una máquina de esas si, repentinamente, ésta decidiera atacarlo arrojándole latas de bebidas, o simplemente, empezara a perseguirlo?).

Un punto en contra de la novela es que se extiende de manera excesiva en torno a las experiencias de algunos personajes, de manera magistral por supuesto, pero en modo alguno relevante para el posterior desarrollo de la novela. Se entiende que Gardener viene a ser un alter ego de King, quien al momento de escribir Tommyknockers atravesaba un período de cura alcohólica, y quizá de ahí se pueda entender el interés en describir las miserias del pobre poeta. De otro lado, como parece ser habitual en las novelas de Stephen King, se menciona eventos y personajes de otras historias suyas, lo que parece otorgar a sus novelas un sugestivo arco común. Queda pendiente la lectura de “Cazador de sueños”, también con extraterrestres… a lo King.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

La primera ley (Joe Abercrombie)





De cuando en cuando, surge un autor a quien le sonríen los astros y es el nuevo "rey" de la fantasía, del terror o del género que sea. Si bien esto no suele suceder con autores mainstream, así ganen el premio Nobel, lo cierto es que siempre hay un autor que está en boca (o en blog, en twitter, en muro o videoblog de todos). No me malinterpreten: Mario Vargas Llosa es un excelente escritor, pero nadie le llama "el rey de la novela peruana" o algo así.


No todos los autores que llegan a esta suerte de pináculo son del gusto uniforme del público lector, y es que muchos de ellos no son otra cosa que productos de campañas de marketing, aunque cueste reconocerlo. Si bien siempre debemos respetar el gusto de cada quien, no es menos cierto que algunos productos comerciales son sólo eso, ni mas ni menos. Quien los disfrute, en buena hora.


No es el caso de Joe Abercrombie, un joven autor inglés que en 2008 colaboró con la miniserie de la BBC The worlds of fantasy, junto a China Mieville y Terry Pratchett, entre otros.


¿Qué trae de nuevo Joe Abercrombie? Sus novelas, de las que sólo he leído la trilogía de La primera ley, compuesta por las novelas La voz de las espadas, Antes de que los cuelguen y El último argumento de los reyes, son un claro ejemplo de lo que se viene llamando el género grimdark, un tipo de fantasía oscura y muy, muy sangrienta, en la cual lo épico y lo heroico son producto de la casualidad o, peor aún, de una soterrada manipulación política y sicológica efectuada por el personaje que menos se espera. Tanto así, que el personaje más empático y sincero de la saga es nada menos que el inquisidor Sand dan Glotka, un ser carente de casi todo escrúpulo (no vacila en torturar a sus enemigos cortándoles los dedos, para luego fabricarles pruebas y hacerles firmar confesiones falsas), quien sin embargo vive, mejor dicho, padece el mundo a través de sus limitaciones físicas: otrora prometedor joven noble con aspiraciones militares, ganador de concursos de esgrima, es convertido en tullido en las cárceles del enemigo, debiendo continuar el resto de su vida arrastrándose sobre un bastón y alimentándose sólo de sopas o papillas, dado que le han dejado sólo algunos dientes arriba y abajo de la cavidad bucal, lo que hace imposible que pueda masticar nada. "¿Por qué sigo viviendo?", se pregunta en sus innumerables arranques de autocompasión, a los que sazona con una seguidilla de comentarios sarcásticos y agudos en los que desnuda, de manera inmisericorde, la verdadera naturaleza e intención que hay detrás de los actos de quienes se cruzan en su camino, ya se trate de sus superiores jerárquicos (¿qué inquisidor no los tiene?) o de sus desafortunadas víctimas. Empero, su visión cínica está acompañada de un delicioso humor negro que hace pensar que incluso alguna de sus desventuradas víctimas de tortura no hayan soltado una que otra carcajada, como lo hará el lector al ser sorprendido por sus observaciones. Y, siempre en las situaciones más inesperadas, capaz de sorprender al lector con un acto de lo que bien podría llamarse sacrificio o bondad desinteresada.

En líneas generales, las tres extensas novelas se desarrollan en un escenario que ha devenido en clásico de la literatura fantástica, a saber, antiguos reinos en un mundo de ambientación entre medieval y renacentista, con reyes y reynas, caballeros, nobles, plebeyos, duelos a espada, batallas, magos y uno que otro ser sobrenatural. Eso si, la magia aparece en estas novelas a cuentagotas, pero tiene el efecto de una carga de dinamita. Uno de los reinos que conforman este mundo, como suele suceder, se encuentra amenazado por enemigos tanto del norte como del sur. Nada que los ejércitos no puedan enfrentar, excepto que, según ciertos rumores, los enemigos han recurrido a la magia y han conseguido así un poder que resulta más amenazador. Pero el reino de la Unión cuenta nada menos que con la ayuda de Bayaz, a quien llaman el primero de los magos, y quien al parecer tiene ¡milenios de edad!, pese a que no hay nada en su apariencia ni en su actitud que lo delates, pues es grueso, calvo y viste como si ejerciera la profesión de carnicero. Nada de anciano sabio ni majestuoso. Este Bayaz tendrá que iniciar la búsqueda de un objeto de poder, el cual se encuentra en los confines del mundo (para variar). Deberá entonces requerir la ayuda o compañía del sempiterno grupo de héroes y aventureros que tiene toda novela de fantasía que se respete: el apuesto espadachín, el navegante, el bárbaro hosco, la guerrera carente de compasión y modales. Pero la visión que ofrece Abercrombie de estos personajes (es psicólogo de profesión) no puede ser más desmitificadora. El espadachín, que responde al sonoro nombre de Jezal dan Luthar, es un noble haragán y simplón, fácilmente manipulable, que prefiere perdere el tiempo jugando a las cartas con sus amigos antes que cualquier otro tipo de lance. El bárbaro huye de un pasado tan complejo como sombrío (aquí hay un homenaje a la película "Los imperdonables" de Clint Eastwood, admiradísimo por Abercrombie), y la tosca guerrera sin pasado parece tener uno... en el mundo sobrenatural.

Una vez finalizada la lectura de la trilogía, o de cualquiera de las novelas que la conforman, el lector queda con la sensación de haber participado en la vida de los personajes en lugar de haber leído una novela de aventuras. Una vida larga, por cierto, pero que dota de una profundidad inusual a los personajes, en el sentido de que sus vicisitudes, penurias, anhelos y frustraciones calzan perfectamente con la trama de las novelas. Abercrombie no recurre al fácil truco de cargar de traumas y recuerdos, es decir, de "personalidad" a un personaje para que luego vaya y haga lo que siempre se espera del mismo (como en ciertas novelas de ciencia ficción en las que, a fin de dotar de "profundidad" a algún personaje, se incorporaba párrafos y párrafos de conversaciones, adulterios, recuerdos infantiles y demás, que al final, no aportaban absolutamente nada a la historia). En cambio, volviendo con el inquisidor Glotka, por ejemplo, la constante mención de sus dolencias y achaques nos permite entender a cabalidad su actitud ante fenómenos tan disímiles como el amor, la intriga palaciega o la magia.

Y hablando de magia... Pues la magia, en esta trilogía, no se encuadra dentro una visión maniquea que la divida en blanca o negra, buena o mala. Es un poder más, tanto como la política o el sexo, y quien lo detenta lo hace para sus propios fines. Se mencionan mundos sobrenaturales y demonios, pero no dioses. Se habla de un creador y de un infierno, pero no de un paraíso. La primera ley a la que se alude, por último, es una prohibición: no comer carne humana. ¿Y por qué la trilogía se encuadra bajo el título "La primera ley"? 

Pues...

Mejor léanlo ustedes mismos. 


Daniel Salvo