jueves, 22 de mayo de 2014

Espacio deshabitado (Jerry Oltion)


Cuando vi este libro en la ruma de saldos de una conocida librería limeña, y el precio ridículamente bajo al que lo ofrecían, no podía creer que fuera verdad tanta belleza. Además, la portada anunciaba que la novela había sido galardonada por no sé qué prestigioso premio… Sin pensarlo dos veces (y sin hacer la respectiva consulta en internet), lo adquirí, sumándolo a la ya extensa pila de libros que me falta leer.

De ello hace como tres años. Y al fin, le tocó el turno a Espacio deshabitado.

La premisa inicial no puede ser más estimulante: el día de la muerte del astronauta Neil Armstrong (si, el primer hombre que pisó la luna, aunque les duela reconocerlo a los conspiranoicos), y en unos Estados Unidos cuyo programa espacial ha sido desmantelado hace décadas, los asombrados ojos de los habitantes de Florida ven elevarse hacia el espacio una copia perfecta de … un cohete Saturno, idéntico al que se utilizó en la misión  Apolo XI. O de un cohete que se le parece mucho.

No se trata de una ilusión o de un caso de histeria colectiva. Las autoridades gubernamentales, quienes también han observado y registrado el fenómeno, se abocan a su investigación, tras la cual llegan a la sorprendente conclusión de que, efectivamente, un objeto surgido de la nada despega, cada cierto tiempo, del Cabo Cañaveral rumbo a la luna. Un objeto de metal y partes electrónicas, una nave. Completa, con combustible, oxígeno, computadoras… una nave que parece dispuesta a ser abordada.

Genial introducción, ¿verdad? Lamentablemente, hasta ahí llega lo genial de la historia. El resto es para el olvido, luego del colerón que experimenta el lector tras  leer semejantes sandeces.

Por que no se trata de un “fantasma semiótico”, como podrían afirmar Bruce Sterling y William Gibson. Tampoco son el producto de un accidente de la trama del espacio tiempo que permite la colisión de realidades paralelas o alternativas. Nada de esto. Los protagonistas de la historia, a los que cuesta cogerles  empatía, descubren que la nave es, nada más y nada menos que el producto del deseo y la capacidad de concentración de un número indeterminado de personas, porque… TODOS los seres humanos siempre hemos tenido el poder de hacer realidad nuestros deseos. Así de sencillo.

Una vez realizado un viaje a la luna, y una vez hallada la solución del enigma inicial, la novela rueda cuesta debajo de manera pasmosa. Los protagonistas, en principio héroes, son ahora perseguidos por el sistema por que han descubierto “el secreto” (ese de que si te concentras con tenacidad, consigues todo lo que deseas), y ello podría ser utilizado por el ejército, o podría acabar con la economía mundial, o …  por un villano salido de quien sabe dónde, que también ha descubierto el poder de crear cosas con la mente  (es que algunos tienen más habilidad que otros para hacerlo), y que amenaza con CONQUISTAR EL MUNDO.

A partir de este punto, a los personajes puede pasarles cualquier cosa, y a nadie le importa... porque el aburrimiento y desinterés que se han apoderado del autor de la novela (originalmente un cuento que, efectivamente, ganó un premio importante, y que fue convertido en novela de manera por demás infame) son lo único que se contagia al lector, que no ve otra cosa que la hora de terminar con semejante tira de disparates seudomísticos, si es que no ha optado por deshacerse del libro. De la brillante referencia inicial al programa espacial norteamericano no queda nada. Nada bueno, para colmo.


Como diría un popular actor cómico peruano: ¡no lo lean! Porque el tiempo que se va…  ya no regresa.

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