Un ejemplo clásico es el ciclo de la "Fundación" de Isaac Asimov, en el cual se evita el colapso de una civilización galáctica mediante el uso de una disciplina científica. Los "héroes" responsables de evitar esta caída son matemáticos, historiadores o psicólogos, no caudillos políticos.
jueves, 30 de junio de 2011
Editorial: Tiempo de cambios
Un ejemplo clásico es el ciclo de la "Fundación" de Isaac Asimov, en el cual se evita el colapso de una civilización galáctica mediante el uso de una disciplina científica. Los "héroes" responsables de evitar esta caída son matemáticos, historiadores o psicólogos, no caudillos políticos.
Darkover, el sol sangriento (Marion Zimmer Bradley)
Si bien el planteo básico de Darkover, el sol sangriento es el de una novela de space-opera, con mucha aventura y acción, dicho planteamiento se complementa con un lado más reflexivo, en torno a las inevitables tensiones entre lo nuevo y lo viejo, las tradiciones y las nuevas costumbres. De hecho, se me ocurre que también podría leerse a Darkover como una novela post-apocalíptica, en la cual los rezagos de una tecnología poderosa han pasado a convertirse en objeto de la más burda superstición.
Estamos en un futuro en el cual el Imperio Terrano abarca incontables sistemas estelares. En este imperio, existe un planeta, Darkover, considerado “periférico” o “primitivo” por sus propios habitantes. Tanto así, que se habla a media voz respecto a la existencia de brujas y sacerdotisas, de nobles descendientes de antiquísimas familias que viven ocultos de los terranos, de torres escondidas donde se practican poderosos rituales mágicos…
El protagonista, Kerwin, es un terrano (¿terrestre?) perteneciente a la flota del imperio, que ha vuelto a Darkover en búsqueda de sus orígenes. Criado por sus abuelos en Terra, ha sentido siempre el deseo de conocer sus orígenes, quienes fueron sus padres y por qué fue abandonado en el Orfanato para Hijos de los Hombres del Espacio. Su búsqueda, en un principio, resulta infructuosa: no hay el menor registro de ningún niño con su nombre que alguna vez haya vivido en Darkover, aunque él recuerda lugares y palabras que sólo puede conocer un darkovano.
Su suerte cambiará cuando, al ser confundido con otra persona, ingresa a los círculos más selectos y secretos de la sociedad darkovana. Kerwin no es lo que creía ser, sino algo más, un personaje clave que podría ayudar a un cambio del estado de cosas, en el ya de por sí complejo mundo darkovano: Kerwin tiene también larán.
El larán es, en resumidas palabras, algún tipo de poder mental. Telepatía, telequinesis… No funciona solo, requiere para su concentración unos objetos que los darkovanos del comyn – la única casta que detenta esos poderes – llaman matrices, y que sirven para llevar a cabo prodigios de todo tipo, y que en otro tiempo fueron la gloria de Darkover.
Pero en el momento en que Kerwin toma contacto tanto con su origen comyn y sus propio larán, esas glorias han pasado. Los miembros del comyn son cada vez más escasos, y la técnica para el manejo de las matrices en las torres ha devenido en un cúmulo de supersticiones que está llevando a la pérdida de esas capacidades, las cuales, por otro lado, son objeto de interés por parte del Imperio Terrano, obviamente receloso de cualquier atisbo de poder incontrolable de los mundo súbditos.
De modo que Kerwin, en su momento, se convertirá en la clave de todo, en la medida que al descubrir su verdadero origen (no solamente que es un darkovano y miembro del comyn, sino algo más…), totalmente imprevisible para el lector, descubrirá también otros secretos que podrían cambiar tanto la historia de Darkover como la de la humanidad entera, dispersa a lo largo del Imperio Terrano.
Darkover forma parte de un ciclo de novelas bastante extenso - ¡más de veinte novelas!-, publicadas a partir de los años setenta. Si bien el personaje principal de Darkover es el terrano Kerwin, los personajes femeninos, los cuales destacan por ser poco convencionales, mujeres de espíritu libre y en constante rebeldía ante el conservadurismo de la sociedad darkovana, y son quienes, a fin de cuentas, resultan ser las verdaderas protagonistas de la historia.
Daniel Salvo
Conferencia: La narrativa fantástica en la actualidad (José Güich Rodríguez)
Buenas tardes.
Quiero agradecer a los organizadores de la Feria del Libro Zona Huancayo la oportunidad de estar con ustedes hoy. Es doblemente satisfactorio, pues este espacio se ha convertido en uno de los más importantes escenarios para la promoción del libro y de la lectura en el Perú, rompiendo por fin el monopolio que la capital ha ejercido también en esta materia por años. Ese es el lado grato de la descentralización: abrir ejes de desarrollo cultural donde los escritores podamos encontrarnos con el público y generar un intercambio siempre fructífero.
El tema de mi charla es la narrativa fantástica en la actualidad. El territorio aún está cubierto por capas que impiden un conocimiento pleno de lo que está aconteciendo en varias ciudades en torno de tal praxis. Sin embargo, se aguardan muchos trabajos de exploración durante los próximos años que, unidos a los esfuerzos de críticos como Elton Honores y Daniel Salvo, amplíen la comprensión del fenómeno.
Mi hipótesis inicial es concreta: desde inicios de la década de 1980, la literatura peruana comenzó a experimentar un giro inusitado. Por décadas, lo fantástico había ocupado un puesto secundario y marginal frente a la hegemonía del realismo. Si bien había contado con los aportes valiosos de escritores como Loayza, Adolph, Durand o Belevan (antes, Clemente Palma Valdelomar o Vallejo), lo fantástico no había alcanzado el reconocimiento mediático ni la atención sostenida de la crítica especializada.
Acorde con los cambios de paradigma en el orden político, como el retorno del país a la democracia y, más tarde, en el plano global, la reunificación de Alemania y la desaparición de la Unión Soviética, autores nacidos durante la década de 1960 apostaron por poéticas que superaran los parámetros. Sin embargo, los ochenta, asimismo, sirven de marco a la terrible violencia desatada por Sendero Luminoso contra el Estado peruano.
También es la época de la hiperinflación producto de la inoperancia y corrupción del primer gobierno de García. ¿Por qué, entonces, si los autores más jóvenes debían haber tomado partido por el realismo más visceral para dar cuenta de esos años infernales, optaban por reclamar como suyas las escrituras de clásicos como Borges, Cortázar o Monterroso?
Y esto no implica que los narradores renunciaran a recrear con fidelidad el mundo de pesadilla en el que se había transformado nuestra sociedad. Muchos recorrían esos territorios, afines a íconos como Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso o Bryce Echenique, pero eso no era impedimento para plantear, de manera alterna, escrituras más próximas a la irrealidad en diversos grados. En mi opinión, los cambios de rumbo están muy relacionados con la crisis del realismo como uso artístico excluyente. El país ya es otro, y la escritura debe ampliar su registro para dar cuenta de que esas mutaciones también pueden transferirse a ficciones des-realizadoras.
Quizá había una intuición de que las estéticas del siglo XIX que maduraron durante el s. XX ya no bastaban para testimoniar la demencia colectiva que el cataclismo de la guerra interna engendraba. ¿No escribió Kafka sus historias entre las cenizas dejadas por la Gran Guerra de 1914? El gran narrador checo vio a su generación desaparecer en el marasmo del conflicto. Salvando diferencias, considero que lo fantástico emerge en los períodos de crisis e incertidumbre. En ellas es que la semilla germina con creces. Pero, sintomáticamente, en nuestros, lares escasos autores se arriesgaban a cultivar lo fantástico de modo exclusivo como parte de un proyecto asumido sin temor a los riesgos.
Dos escritores nacidos en 1960 deben considerarse puntales de esta dinámica: Carlos Herrera y Mario Bellatin, cuyos primeros libros Morgana y Mujeres de sal aparecen en 1988 y 1986, respectivamente. El caso de Bellatin es particular, pues se formó en el Perú, aunque nació en Ciudad de México. Más tarde, reivindicaría ese hecho, instalándose en la populosa capital azteca. En ambos autores subiste una voluntad de romper con lo convencional y previsible, distanciándose de las representaciones usuales a las que nos tenía acostumbrados el sistema literario.
En la década siguiente, la de 1990, los proyectos de estos dos escritores se consolidan, deviniendo referencias importante de nuestras letras. Puede decirse que las condiciones imperantes son las mismas durante los dos primeros años, hasta que en setiembre de 1992, se produce la captura del líder subversivo Abimael Guzmán. El gobierno de Fujimori, amparado en esta coyuntura (había cerrado el Congreso en abril del mismo año) se transforma en una dictadura civil que supuso un alto costo para la institucionalidad.
Cuando parecía que el realismo más descarnado relegaría a la narrativa fantástica al desván, nombres como los de Enrique Prochazka (1960) y Gonzalo Portals (1961) anuncian que no todo está perdido. Publican libros (Un único desierto y El designio de la luz) que son muy bien recibidos por la crítica especializada en 1997 y 1999, respectivamente. Ambos cultivan una escritura orientada a lo insólito, lo extraño, la fantasía clásica y especulativa, así como el horror refinado.
Hacia fines de los noventa y comienzos de la década del 2000, que señala la caída del fujimorato, una nueva hornada de narradores orientados a la fantasía comienza a emerger. Son, evidentemente, tributarios de los ya mencionados, por lo menos en la actitud. Y más de uno se reconoce en los esfuerzos de ilustres figuras, como José B. Adolph, (1933-2008), o Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), quien cultivó con brillantez (aunque no con constancia), una veta fantástica. Ambos, pese a los contrastes de estilo y visión, son narradores afiliados a las corrientes clásicas del siglo XX.
Adolph, redescubierto por los más jóvenes, encarna también un espíritu heterodoxo. Es una influencia clave tanto para los escritores que se deciden por un camino más próximo a los tratamientos canónicos del género, como para aquellos que apuntan hacia la ciencia ficción, que por ahora prefiero considerar un capítulo de la literatura fantástica, aunque sé que no todos están de acuerdo con esta observación. Claro que hay puntos intermedios que se ubican entre los dos flancos o no se inscriben a uno de estos en particular.
La década pasada ve surgir, poco a poco, a autores que han sabido evadir con astucia las trabas impuestas por el circuito editorial, renuente a lanzar productos que los gerentes de marketing no consideran por lo general rentables. A través de publicaciones electrónicas de diversa índole, como revistas, páginas web o blogs, muchos dan a conocer sin ataduras sus trabajos. Y esta es otra de las circunstancias que ha permitido mejorar el posicionamiento de esta narrativa: el universo virtual. Gracias a estos nuevos medios, lo fantástico excedió las fronteras previsibles. Dejó de ser una práctica marginal para desplazarse hacia el centro de las miradas.
En paralelo, se publicaron importantes antologías, como La estirpe del ensueño, del también mencionado Gonzalo Portals y Diecisiete fantásticos cuentos peruanos, de Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor. En formato físico, testimoniaban que lo fantástico siempre flotó, como un fantasma, entre nosotros. Si se estableció como una tradición, es un tema que aún inspirará abordajes críticos diversos.
Lo cierto es que estas publicaciones supieron equilibrar los aportes de los mayores con las propuestas de los noveles, quienes manifiestan pocos tapujos si se trata de incorporar referentes que no proceden en exclusiva de la literatura, sino de otros formatos, como el cine, la televisión, los cómics y cuanto sea posible procesar. Y es probable que esa circunstancia, la de haberse alimentado no solo de textos literarios, sino de cultura pop en varias de sus facetas, constituya una marca en el caso de quienes publican desde el año 2000. Ellos comparten dominios con figuras consagradas que, en mayor o menor medida, han cultivado la fantasía a lo largo de sus carreras. Por ejemplo, Carlos Calderón Fajardo o Fernando Iwasaki.
Las tendencias son heterogéneas y por lo tanto, una lista de ellas podría estar sujeta a la discusión, lo mismo que sus representantes más destacados. Correré el riesgo. Ningún término es absoluto; todos son provisionales:
I. Intelectualismo y especulación (micro-relato y relato breve):
-José DonayreHoefken y Ricardo Sumalavia.
II. Ciencia ficción.
-Daniel Salvo, Pablo Nicoli y Carlos Saldívar.
III. Ficción fantástica poética y/o experimental:
-Carlos Yushimito y Johan Page
IV. Historias de fantasmas:
-Carlos Freyre
V. Fantasía histórica
-Sandro Bossio
VI. Fantasía paródica
-Gonzalo Málaga
VII. Fantasía de impronta policial y/o enigma
-Alexis Iparraguirre
Mi nómina es solo una tentativa y no pretende agotar el ejercicio de comprender a cabalidad hacia dónde se dirige la literatura fantástica en el Perú. Mucho menos, rescribir a los grandes teóricos del género.
He propuesto unos cuantos nombres que, considero, pueden satisfacer ciertas condiciones. Celebro que por lo menos tres de estos escritores (Salvo, Bossio y Málaga) no sean limeños. Lo que cada tendencia signifique será materia de futuras reelaboraciones del modelo. También es posible que esta taxonomía sea refutada por otras. He dejado a un lado orientaciones que aún no se asientan, puesto que la mayoría de sus cultores o son muy jóvenes o han asumido el ejercicio de la literatura como una actividad que, para ellos, no parece ser absorbente o seria (o es más una cuestión de frivolidad). En muchos casos, y en declaraciones difundidas por los foros, difunden el concepto erróneo de que para escribir no se necesita rigor técnico y conocimientos: solo bastarían las buenas ideas.
Por eso las estanterías están repletas de libros mal escritos en los cuales esas grandiosas ideas se pierden. No se trata de ser purista o anticuado: se trata de manejar el idioma del modo más competente posible y, sobre todo honesto. Me preocupa que algunos de los novísimos miren con desdén la escritura decorosa y ejemplar, como si eso fuera aceptar las imposiciones o el verticalismo de un sistema cultural hegemónico. Nada de eso.
No bastan el entusiasmo y la creatividad: podrán escribir sobre lo que sea, pero con un conocimiento del oficio y referentes culturales (no librescos, por favor). La consistencia de la mayoría de obras donde campean los héroes mesiánicos, los portales inter-dimensionales y las espadas carecen de riqueza artística, porque a varios de esos bisoños escritores se les ha ocurrido que tampoco se requiere un bagaje literario para perpetrar narraciones solventes.
Lo único que se obtendrá de esa actitud será una montaña de libros descartables que, lamentablemente, le hacen mucho daño a la literatura, porque deforman el verdadero sentido de lo que implica, para alguien con vocación, entrega y talento, esta actividad maravillosa y terrible que es la creación literaria.
Sobre los caminos que la narrativa fantástica recorrerá los próximos años, solo cabe presumir que los buenos libros siempre prevalecerán sobre la necedad. Asumo que las tendencias continuarán diversificándose y ofrecerán proyectos cada vez menos localizados en un contexto reconocible y más orientado a la indefinición o la ambivalencia. Habrá una vocación global y un interés cada vez más creciente por la hibridez. De ese modo, la línea que va desde el Modernismo hasta nuestra época probará que siempre fuimos un país donde la realidad y la ficción son dos planos muy distintos de separar.
Muchas gracias.
José Güich Rodríguez
Huancayo, 25 de junio de 2011
sábado, 25 de junio de 2011
Más allá del infinito (José Güich Rodríguez)
Hace unos años habría sido exótico referirnos con fuerte convicción a la existencia de una ciencia ficción genuinamente peruana. El establishment literario, a través de sus medios oficiales de prensa y propaganda, siempre mantuvo esta corriente al margen de las discusiones. Si esos escritores existían, pues debían estar constreñidos a espacios marginales. Muy a pesar de estos agoreros, la masificación de la web y su parafernalia hicieron factible que quienes se movían en las periferias dieran a conocer espacios de intensa actividad.
Las huellas aisladas de pioneros como Clemente Palma, a comienzos del siglo XX, y de José Adolph, a mediados del mismo periodo, han sido seguidas por invisibles quintacolumnistas, bastante eruditos y cuestionadores. Por otro lado, han asimilado con criterio el legado de Asimov, Serling, Bradbury, Clarke, Matheson, Leiber, Dick, Hoyle y una larga lista de nombres ilustres. Solo faltaba el auto-reconocimiento por parte de los propios autores respecto de su producción; en otras palabras, superar los complejos de inferioridad o bien, el síndrome de la secta ocultista que a veces aísla a los escritores.
La salida a luz de Carlos Saldívar es una buena muestra de que los universos ocultos de la ciencia ficción nacional manifiestan síntomas de un cambio. Los escritores de CF están emergiendo de las catacumbas y hacen sentir su voz, con el objetivo de encontrar una ubicación dentro del circuito. No será tarea fácil, por cierto, pues seguramente encontrarán fuertes resistencias de parte de presuntuosos académicos, o supuestos líderes de opinión como Mario Vargas Llosa, quien es capaz de hilvanar declaraciones tan brillantes como deleznables (entre las últimas, aquellas que denotan su desprecio por el género). Olvida el gran novelista que no solo el realismo flaubertiano es el medio para construir mundos ficticios pero verosímiles. Desde Verne hasta Rod Serling (un autor poco a poco reconocido como hito), la CF ha permitido diseñar no solo estos ámbitos apasionantes, sino que ha logrado expresar una visión sobre la humanidad y sus contradicciones, difundiendo un pensamiento poético y crítico de gran envergadura.
Saldívar rinde tributo a los grandes pioneros y referencias: eso es inevitable en cualquier obra de estreno. Sin embargo, impone un sello personal a no pocas de sus ficciones. Su perspectiva está teñida por cierto fatalismo y desesperanza sobre el destino de la especie humana. No obstante, también procura que el tono profético se mantenga en una línea ecuánime, sin derivar hacia moralejas catastrofistas o lecciones de ética. Es el hombre el gran responsable de su destino, y todas sus decisiones actuales repercutirán inevitablemente en el futuro.
En uno de sus textos para la activa y emblemática revista Velero 25, Daniel Salvo (otro de los destacados cultores de esta heroica narrativa) formulaba importantes preguntas acerca del perfil del creador peruano en estos caminos de la imaginación. La respuesta es harto complicada: cualquier problemática social o cultural es factible de ser traducida a tales parámetros y códigos. No es obligación que el género asuma cruzadas o reivindicaciones, pero es evidente que sus temáticas serán influidas por los factores externos. Esto significa que la CF elaborada en estas comarcas tercermundistas y globalizadas se encarrilará, en algún momento, por una vía particular. Aun así, los autores reelaborarán esas exigencias contextuales de acuerdo con sus experiencias, formación e intereses.
Saldívar, como Salvo, Stagnaro y otros, son la punta del iceberg. Sin pecar de optimistas, es el mejor momento para “competir” en igualdad de condiciones con las otras opciones que medran hoy en el “mercado”. De ellos dependerá la consolidación de nuevos horizontes para la narrativa peruana del siglo XXI y más allá.
—José Güich Rodríguez
jueves, 16 de junio de 2011
Muerte de la luz (George R. R. Martin)
Tal es el ambiente del mundo al que arriba Dirk T´larien, en búsqueda de su antiguo amor, Gwen Delvano, quien se ha unido en ¿matrimonio? a dos (si, dos) hombres de la aristocracia de Worlorn, los altoseñores Jaan Vikary y Garse Janaceck, que pertenecen a una cultura bastante exótica, los kavalares, sumamente jerarquizada y xenófoba (le conceden el rango de hombre a muy pocos seres humanos fuera de ellos mismos), además de ritualista y violenta.
Dirk T´Larien ha venido llamado por Gwen Delvano, merced a una clave que sólo ellos pueden compartir, registrada en joyas que pueden registrar pensamientos. La inmersión de T´larien en la cultura kavalar, gracias a la prosa fulgurante de George R.R. Martin, lleva al lector de un escenario a otro, sin convertir la novela en un pesado conjunto de descripciones. Al contrario, en cada escena, vamos absorbiendo más datos de la compleja sociedad kavalar y la implicancia que tiene en la misma el ser hombre, mujer o extranjero. La acción es pues trepidante, al punto que parecemos acompañar a los protagonistas en sus correrías por el planeta Worlorn, provisto tanto de maravillas como de trampas mortales. En este aspecto, Muerte de la luz nos recuerda un poco a Barrayar de Louis McMaster Bujold, vertiginosamente narrada también, pero cuyo entorno de ciencia ficción no deja de ser tan sólo un marco exótico para el desarrollo de la acción.
La muerte de la luz a la que alude el título es el fin del período de esplendor de Worlorn. El paso del planeta por los soles que le han permitido florecer está por llegar a su fin, para iniciar otro ciclo de oscuridad. Igual podría sucederle a sus moradores, tanto los permanentes como los ocasionales. No solamente la luz morirá, pero eso toca saberlo tan solo al lector.