* El presente texto es el prólogo del escritor y crítico literario José Güich Rodríguez al libro de cuentos Historias de ciencia ficción (Edición de autor, 2008) de Carlos Enrique Saldivar.
Hace unos años habría sido exótico referirnos con fuerte convicción a la existencia de una ciencia ficción genuinamente peruana. El establishment literario, a través de sus medios oficiales de prensa y propaganda, siempre mantuvo esta corriente al margen de las discusiones. Si esos escritores existían, pues debían estar constreñidos a espacios marginales. Muy a pesar de estos agoreros, la masificación de la web y su parafernalia hicieron factible que quienes se movían en las periferias dieran a conocer espacios de intensa actividad.
Las huellas aisladas de pioneros como Clemente Palma, a comienzos del siglo XX, y de José Adolph, a mediados del mismo periodo, han sido seguidas por invisibles quintacolumnistas, bastante eruditos y cuestionadores. Por otro lado, han asimilado con criterio el legado de Asimov, Serling, Bradbury, Clarke, Matheson, Leiber, Dick, Hoyle y una larga lista de nombres ilustres. Solo faltaba el auto-reconocimiento por parte de los propios autores respecto de su producción; en otras palabras, superar los complejos de inferioridad o bien, el síndrome de la secta ocultista que a veces aísla a los escritores.
La salida a luz de Carlos Saldívar es una buena muestra de que los universos ocultos de la ciencia ficción nacional manifiestan síntomas de un cambio. Los escritores de CF están emergiendo de las catacumbas y hacen sentir su voz, con el objetivo de encontrar una ubicación dentro del circuito. No será tarea fácil, por cierto, pues seguramente encontrarán fuertes resistencias de parte de presuntuosos académicos, o supuestos líderes de opinión como Mario Vargas Llosa, quien es capaz de hilvanar declaraciones tan brillantes como deleznables (entre las últimas, aquellas que denotan su desprecio por el género). Olvida el gran novelista que no solo el realismo flaubertiano es el medio para construir mundos ficticios pero verosímiles. Desde Verne hasta Rod Serling (un autor poco a poco reconocido como hito), la CF ha permitido diseñar no solo estos ámbitos apasionantes, sino que ha logrado expresar una visión sobre la humanidad y sus contradicciones, difundiendo un pensamiento poético y crítico de gran envergadura.
Saldívar rinde tributo a los grandes pioneros y referencias: eso es inevitable en cualquier obra de estreno. Sin embargo, impone un sello personal a no pocas de sus ficciones. Su perspectiva está teñida por cierto fatalismo y desesperanza sobre el destino de la especie humana. No obstante, también procura que el tono profético se mantenga en una línea ecuánime, sin derivar hacia moralejas catastrofistas o lecciones de ética. Es el hombre el gran responsable de su destino, y todas sus decisiones actuales repercutirán inevitablemente en el futuro.
En uno de sus textos para la activa y emblemática revista Velero 25, Daniel Salvo (otro de los destacados cultores de esta heroica narrativa) formulaba importantes preguntas acerca del perfil del creador peruano en estos caminos de la imaginación. La respuesta es harto complicada: cualquier problemática social o cultural es factible de ser traducida a tales parámetros y códigos. No es obligación que el género asuma cruzadas o reivindicaciones, pero es evidente que sus temáticas serán influidas por los factores externos. Esto significa que la CF elaborada en estas comarcas tercermundistas y globalizadas se encarrilará, en algún momento, por una vía particular. Aun así, los autores reelaborarán esas exigencias contextuales de acuerdo con sus experiencias, formación e intereses.
Saldívar, como Salvo, Stagnaro y otros, son la punta del iceberg. Sin pecar de optimistas, es el mejor momento para “competir” en igualdad de condiciones con las otras opciones que medran hoy en el “mercado”. De ellos dependerá la consolidación de nuevos horizontes para la narrativa peruana del siglo XXI y más allá.
—José Güich Rodríguez
Hace unos años habría sido exótico referirnos con fuerte convicción a la existencia de una ciencia ficción genuinamente peruana. El establishment literario, a través de sus medios oficiales de prensa y propaganda, siempre mantuvo esta corriente al margen de las discusiones. Si esos escritores existían, pues debían estar constreñidos a espacios marginales. Muy a pesar de estos agoreros, la masificación de la web y su parafernalia hicieron factible que quienes se movían en las periferias dieran a conocer espacios de intensa actividad.
Las huellas aisladas de pioneros como Clemente Palma, a comienzos del siglo XX, y de José Adolph, a mediados del mismo periodo, han sido seguidas por invisibles quintacolumnistas, bastante eruditos y cuestionadores. Por otro lado, han asimilado con criterio el legado de Asimov, Serling, Bradbury, Clarke, Matheson, Leiber, Dick, Hoyle y una larga lista de nombres ilustres. Solo faltaba el auto-reconocimiento por parte de los propios autores respecto de su producción; en otras palabras, superar los complejos de inferioridad o bien, el síndrome de la secta ocultista que a veces aísla a los escritores.
La salida a luz de Carlos Saldívar es una buena muestra de que los universos ocultos de la ciencia ficción nacional manifiestan síntomas de un cambio. Los escritores de CF están emergiendo de las catacumbas y hacen sentir su voz, con el objetivo de encontrar una ubicación dentro del circuito. No será tarea fácil, por cierto, pues seguramente encontrarán fuertes resistencias de parte de presuntuosos académicos, o supuestos líderes de opinión como Mario Vargas Llosa, quien es capaz de hilvanar declaraciones tan brillantes como deleznables (entre las últimas, aquellas que denotan su desprecio por el género). Olvida el gran novelista que no solo el realismo flaubertiano es el medio para construir mundos ficticios pero verosímiles. Desde Verne hasta Rod Serling (un autor poco a poco reconocido como hito), la CF ha permitido diseñar no solo estos ámbitos apasionantes, sino que ha logrado expresar una visión sobre la humanidad y sus contradicciones, difundiendo un pensamiento poético y crítico de gran envergadura.
Saldívar rinde tributo a los grandes pioneros y referencias: eso es inevitable en cualquier obra de estreno. Sin embargo, impone un sello personal a no pocas de sus ficciones. Su perspectiva está teñida por cierto fatalismo y desesperanza sobre el destino de la especie humana. No obstante, también procura que el tono profético se mantenga en una línea ecuánime, sin derivar hacia moralejas catastrofistas o lecciones de ética. Es el hombre el gran responsable de su destino, y todas sus decisiones actuales repercutirán inevitablemente en el futuro.
En uno de sus textos para la activa y emblemática revista Velero 25, Daniel Salvo (otro de los destacados cultores de esta heroica narrativa) formulaba importantes preguntas acerca del perfil del creador peruano en estos caminos de la imaginación. La respuesta es harto complicada: cualquier problemática social o cultural es factible de ser traducida a tales parámetros y códigos. No es obligación que el género asuma cruzadas o reivindicaciones, pero es evidente que sus temáticas serán influidas por los factores externos. Esto significa que la CF elaborada en estas comarcas tercermundistas y globalizadas se encarrilará, en algún momento, por una vía particular. Aun así, los autores reelaborarán esas exigencias contextuales de acuerdo con sus experiencias, formación e intereses.
Saldívar, como Salvo, Stagnaro y otros, son la punta del iceberg. Sin pecar de optimistas, es el mejor momento para “competir” en igualdad de condiciones con las otras opciones que medran hoy en el “mercado”. De ellos dependerá la consolidación de nuevos horizontes para la narrativa peruana del siglo XXI y más allá.
—José Güich Rodríguez
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