Desde otros lares llegan noticias interesantes en el campo de las publicaciones de ciencia ficción, fantasía y terror. Entre ellas, que al reciente boom de novelas de vampiros adolescentes, seguido del más discreto de los zombies, se barrunta una nueva modalidad: la reescritura de clásicos literarios en clave de fantasía, terror o ciencia ficción. Así, está pronta a distribuirse la intrigante Orgullo y prejuicio y zombis, de Seth Grahame Smith, "una versión ampliada del clásico de Jane Austen". Grahame Smith ya está redactando otra novela en la cual Abraham Lincoln resulta ser, además de abolicionista, un competente caza-vampiros. Las historias en las que se mezclan personajes o escenarios ficcionales pertenecientes a otros autores con los de nueva cosecha, no son desconocidas en los predios de lo fantástico. Al contrario, ¿quién no se ha emocionado con películas como Drácula vs. Frankenstein (con el considerado el peor Drácula del cine, el actor Zandor Vorkov), o sin ir más lejos, con el cómic La liga de los caballeros extraordinarios? No confundirse con el pastiche, que es una forma de homenaje al escribir "a la manera de", como es el caso del escritor español Rodolfo Martínez, encargado de dar nueva vida a SherlockHolmes. Pero - siempre hay un pero-, tal parece que la cosa podría exceder un poco la sana expectativa del público lector de volver a leer las aventuras - o desventuras - de sus personajes favoritos. Y el grito de alerta fue dado - cuándo no - hace tiempo desde la ciencia ficción, en el hermoso y triste relato Treinta días tenía setiembre de Robert F. Young, en el cual un melancólico y frustrado padre de familia del futuro añora los días de su infancia, en los que pudo asistira a una "escuela de verdad" - en vez de las clases por televisión que siguen sus hijos - y disfrutar de las clases impartidas por encantadoras maestras-robot. La nostalgia del protagonista lo lleva a adquirir una maestra-robot de segunda mano, con el pretexto de que ayude a su hijo en sus tareas escolares y a su antipática esposa en las labores domésticas. Pero lo que el ansía en realidad es volver a los felices días de antaño, lo que logrará al fin, aunque no de la manera que esperaba. En dicho relato, además de una sombría predicción acerca de la calidad de las relaciones humanas del futuro, se nos ofrece un atisbo de las "nuevas" formas de entretenimiento del morador de las ciudades: televisores inmensos en los que se propalan westerns. Pero no cualquier tipo de western: son versiones actualizadas de Romeo y Julieta, Macbeth, Antígona y otros clásicos, lo cual provoca las iras de la maestra-robot, acostumbrada a los textos originales. Sus críticas hacia estas nuevas versiones de las obras shakesperianas o las tragedias griegas apuntan tanto al nivel de producción de las mismas, que se adivina bastante ínfimo, como a lo que posiblemente angustiaba al autor: la pérdida de la creatividad. De paso, el autor nos previene acerca de la clase de productos que pueden resultar de un arte vendido al capital De modo que vale la pena preguntarse si estamos ante un nuevo tipo de arte, la revisitación de los clásicos, o si méramente estamos ante una horda de saqueadores de ideas, como esos "cantantes" que no tienen otra manera de presentarse que resucitando algún tema del recuerdo. Aunque claro, quien nos dice que Orgullo y prejuicio y zombis resulta siendo mejor que la "original"... Entre nuestros escritores, Ivan Thays tiene una opinión bastante curiosa al respecto. Y ya puestos, Edmundo Paz Soldán se pregunta, con mucho humor:
Me imagino que, en el futuro, habrá varios adolescentes confundidos: "¿Orgullo y Prejuicio? ¿No es la novela con zombies? La tal Austen, una precursora de George Romero". A prepararse, porque esta moda sólo acaba de comenzar. Después de los zombis, seguro que vendrán otras novelas con criaturas de muy mala reputación: La ciudad y los perros con vampiros, Pedro Páramo con hombres lobo (¿pero, Rulfo no la escribió ya con zombis?)... Se acercan días interesantes para la gran literatura.
Pues sí: algunos ya estamos escribiendo Un mundo feliz para Juliusy La tía Julia y el Terminator.
Se afianza la producción hispanoamericana con esta cuarta entrega de NM, correspondiente a mayo de 2007, con una más que sugerente portada y un contenido que no tiene desperdicio. Al menos, a mí me lo parece.
Editorial:
Donde Santiago Oviedo se explaya en su felicidad por los resultados obtenidos con NM.
Desplazamiento (Fabio Ferreras):
Relato que homenajea, desde un planteamiento propio de la ciencia ficción, al cuento Continuidad de los parques de Julio Cortázar. Un niño cuya curiosidad le ocasiona un percance con la electricidad. Un conflicto con el padre. Muchos años después, el mismo niño, adulto ya y acaso consciente de su decadencia, vuelve a tener un incidente con la electricidad, que le devuelve la percepción de un momento olvidado en el tiempo. Pero, ¿ese momento realmente pertenece al pasado? ¿O pertenecía al futuro, convertido en presente? Y en todo caso, ¿el momento le pertenecía al protagonista, o a alguien más? El ambiguo final acrecienta el desasosiego del lector, incapaz de llegar a una solución concreta.
No lo hago por el sabor (Sue Giacomán Vargas):
La lucha entre los que sueñan con un mundo de libertades contra los que desean un mundo de control totalitario, en nombre de la seguridad (en este caso, en nombre de la salud), parece que nunca tendrá fin. Esta vez, la sociedad del futuro prohibe a los ciudadanos la búsqueda de un placer mas bien inocuo: la degustación de alimentos naturales. Por absurdo que suene, por que así es el malsano deseo de controlar al otro, de dominarlo totálmente, de ejercer nuestro poder sobre él: impedir que pueda satisfacer sus anhelos más simples. La habilidad de la autora convierte lo absurdo en verosímil... e inquietante, si prestamos un poco de atención a lo que ya viene sucediendo en el mundo.
El criadero (Fernando Bomsenbiante):
Un grato ejemplo de cuento con vuelta de tuerca final, de esas que trastocan por completo todo lo que aparenta ser la historia de un buen negocio, de una empresa que marcha viento en popa merced a la explotación de un tipo muy peculiar de animales. Pero como dicen, al final nadie sabe para quien trabaja.
La araña tiene patas cortas (Hernán Dominguez Nimo):
El relato más largo de la presente edición, y el más amargo. En un futuro indefinible, los ácaros y otras variedades de arácnidos han mutado hacia una especie capaz de controlar la mente humana, lo que los ha convertido en enemigos nuestros. La humanidad adopta medidas draconianas para combatirlos, evitando su contacto y eliminando sin misericordia a los infelices que han sido "contaminados" por los araña (así los llaman en el relato), esto es, aquellos de cuyas mentes se ha apoderado el enemigo. Al protagonista se le encarga la más ingrata misión: acabar con la vida de una contaminada, nada menos que la mujer que alguna vez amó y acaso sigue amando. El encuentro final con la supuesta víctima (supuesta en más de un sentido), nos ofrece más de un cuestionamiento a nuestras ideas respecto a qué es bueno y qué es malo, y sobre todo, a la naturaleza de eso que llamamos amor.
Otra Babel (Gonzalo Geller):
Una deliciosa fantasía bíblica que habría merecido el aplauso de Ted Chiang. En el futuro remoto o en el pasado mítico, no hay una sino muchas torres que apuntan al cielo, mientras que en la tierra hay cada vez más incomprensión. Misma incomprensión que puede llegar a lo alto de las torres...
Hilos conductores (Eduardo M. Laens Aguiar):
La figura de Nikola Tesla, inventor de mil y un ingenios eléctricos, además de gran idealista (como lo prueba su idea, no del todo impracticable, de un transmisor mundial de energía eléctrica inalámbrica, aprovechable desde cualquier punto del globo), viene despertando un interés cada vez mayor. El relato, que bien podría ser una estampa de los últimos días del inventor, en una apacible sesión de pesca, nos muestra cómo la incomprensión y la ambición humana siempre parecen ponerse de acuerdo en contra de los más nobles y puros ideales.
Contacto fallido (José C. Canalda):
Un relato de antología, tanto por la manera en que está narrado como por las manera en que desarrolla la idea central. El tan ansiado primer contacto con inteligencias extraterrestres al fin se ha producido. Una nave de origen alienígena está transmitiendo señales a nuestro planeta, si bien de naturaleza incomprensible. Los humanos delegados para efectuar este primer contacto siguen los protocolos del caso, bastante previsibles: mostrar a los visitantes los logros más elevados de la ciencia y el arte humanos. Pero, ¿qué ocurriría si alguien se saliera del protocolo, y decidiera mostrar a los extraterrestres cómo somos realmente los seres humanos? Es lo que sucede en este magistral cuento, que con mucho humor, nos enfrenta a lo que generalmente queremos evitar reconocer en nosotros mismos, como son nuestras flaquezas y debilidades. No somos perfectos, pareciera ser la moraleja de la historia. Para poder establecer un contacto real con los otros, debemos primero aceptarnos a nosotros mismos.
A inicios de la década de los años ochenta, Christopher Reeve y Jane Seymour protagonizaron la versión fílmica de ésta novela, que entre nosotros se distribuyó con el hermoso título de Pídele al tiempo que vuelva. La película es un clásico de esos que merece la pena verse cada cierto tiempo. La trama es la siguiente: Richard Collier, un guionista de cierto renombre, se enamora del retrato de una actriz recientemente fallecida. Se obsesiona con la posibilidad de viajar en el tiempo a las épocas de juventud y esplendor de la actriz, lo cual logra gracias a una técnica más filosófica que científica, si cabe la distinción. Es pues, una historia romántica de viajes en el tiempo. Parece la onda actual: vampiros enamorados, luego zombis... Excepto que la novela que dio origen a la película es muy anterior a las actuales muestras de romanticismo posmoderno. Escrita en 1975, se publicó en ese entonces como Bid time return (Pide al tiempo que vuelva), pero tras el éxito de la película, que en USA se distribuyó como Somewhere in time (En algún lugar del tiempo), pasó a reeditarse con dicho título. La novela no difiere mucho de la película, y cuesta imaginarse a Richard Collier o a Elise Mckenna con otros rostros que no sean los de Christopher Reeve o Jane Seymour. Claro que el texto escrito permite una mayor amplitud de opciones y detalles, que incluso llevan al lector a preguntarse si, en el contexto de la novela, las cosas ocurrieron tal y como se narran o se trata del delirio de un enfermo terminal, lo cual, a su vez, permite una vuelta de tuerca en cuanto al método utilizado para viajar en el tiempo, descrito con lujo de detalles por el protagonista, puesto que la novela intercala partes del diario de Richard Collier. Además de la intriga romántica (¿logrará Richard enamorar a Elise, por quien ha viajado nada menos que en el tiempo?), está el interés que despierta en el lector la experiencia de encontrarse en un ambiente realmente distinto al nuestro, que nunca deja de ser ajeno (o alienígena, si se quiere) a nuestra forma de percibir las cosas. Matheson logra transmitir esa sensación con maestría, al tiempo que crea otro obstáculo para nuestro héroe: parece ser que el desplazamiento temporal logrado se sustenta en mecanismos muy sutiles, al punto que éste se ve constantemente amenazado por la posibilidad de retornar a su propio tiempo, lo que representaría una catástrofe para sus propósitos. Ya sea la novela o la película, En algún lugar del tiempo nos ofrece una historia que nos habla acerca de nuestras posibilidades y nuestras limitaciones cuando se trata de alcanzar eso que llamamos amor, y que aún cuando podamos encontrar realmente a esa persona, esto no es ninguna garantía de un final feliz. Según Matheson , "En algún lugar del tiempo es la historia de un amor que trasciende el tiempo, mientras que Más allá de los sueños es la historia de un amor que trasciende la muerte... Pienso que ambas representan lo mejor que he escrito en forma de novela."
Basado en las sensaciones de obsolescencia que con frecuencia me devastan en el último par de años, y tras la lectura de un poema de Adriana Alarco, he trazado una prospectiva tecnológica, la he colisionado con mi inminente conmoción por ingresar a mi séptima década y luego cosido a través de dioramas de algunos de mis artistas favoritos y reflexiones de vejete.
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Discurso aleccionador para publicitar dermomemorias reservadas a cuerpos de recambio o para aquellos que han acumulado excesivas existencias (Lectura promocional de holotanque mòvil con velocidad de difusión reducida - tiempo máximo: 30 segundos)
Una voz cascada y cansina empieza: Describiré como me siento y usted podrá aconsejarme: Imagen de un torso fornido cruzado por volutas violetas que colisionan contra él y lo lesionan, se cubre de equimosis, cardenales y manchas lívidas, un cierto deterioro es palpable, transita raudo a resto arqueológico de la época grecorromana, descascarillado y deslucido.
Otra voz clara y precisa enumera: Reescribo mi memoria una y otra vez, altero los recuerdos, avanzo como un jabalí hozando en el humus o cual proboscídeo desbrozando ramajes, y es evidente que dejo una huella sobre mis propios surcos cerebrales y mi propia selva de reminiscencias. (Como reforzamiento hábitats del pleistoceno son reproducidos)
Hay intentos de mis avatares, remanentes del último tratamiento antienvejecimiento, por evitar que segmentos seleccionados que acumularon momentos de especial nobleza y belleza sean devastados, en ocasiones logran salvarlos, en otras son derrotados por esas otras fases de mi mismo encarnadas en los cuerpos macizos y devastadores de la pre-demencia senil, aquellos que se amparan quedan como relictos o museos hasta el próximo período de devastación que igual puede demolerlos, no hay garantías de permanencia por acumulación de tiempo. Imagen: Gráciles y enjutos arqueros elfos volando en grifos se enfrentan a macrorobots provistos de láseres.
A pesar de los nanocomponentes insertados mediante terapias de mantenimiento en las circunvoluciones cerebrales para salvaguardarlas, como los períodos de repetición de las incesantes modificaciones son arrítmicos –cual subproductos de la acumulación de peripecias y anomalías del devenir y de la deriva existencial-, decaen en sus predicciones y acciones para preservar la salud, así que no se puede confiar en permanencias ni robusteces. Por eso, hasta el mismo terreno de la retentiva se perturba con frecuencia y declina o se desintegra. Mientras suenan las frases gráficos de Judson Huss se suceden: Alfa & Omega, Historia Natural, Monumento, Palabra, Ultimo Pájaro, Vals de los Fósiles.
En ocasiones, una vibración o un grito que llegan -generados por el aparente vacío social en que moramos, con frecuencia abandonados, o de la ira que nos embarga por la impotencia ante las crueldades de su estructura-, pueden desmantelar vastas llanuras de evocaciones o hacer desplomarse laderas completas de remembranzas, entre las ruinas destellan esquirlas aún reconocibles de lo que se pierde, pero la hemorragia es tan vasta, el desangrarse tan agotador, que aceptamos un pacto con lo intrascendente, una alianza con lo letal… y seguimos adelante, mezclando los niveles, amalgamando las dimensiones, licuefaccionando lo que atesoramos y removiendo detritus, para poder armar nuevos diagramas y acumular otros tesoros que vibren en resonancia con los extraviados en los meandros infinitos del pasado, apenas de tenue identificación. Acompañan al texto composiciones escherianas con mínimas variaciones: volcán que emerge del océano desde un àngulo y un eclipse que avanza en diagonal desde el contrario, en un extremo el eclipse se traga la lava, en el otro la erupción barre con el proceso de ocultamiento.
Y a nuestro pesar, siempre grávidos, explotando en virulentas derivaciones, creando a pesar de negligencias y perezas ocasionales, formidables alternativas que apenas vislumbradas se hunden en astillas multicolores de las cuales brotan rimeros de imágenes dignas de encomio y preñadas de referencias múltiples. Contextos borrosos o luminosos, pléyades de ganchos reversibles en cada situación, y cuando creemos organizar una pared o sección comprendemos en un lampo doloroso que apenas si hemos mordido la superficie de la comprensión o empezado una ingente tarea de subversión permanente que advierte que más útil será lo levantado entre más raudos lo arrasemos. Imagen: Flores de loto crecen unas sobre otras devorándose en mutua orgía, cambiando de colores, siempre refulgentes.
Nos movemos entre rutilantes vómitos repletos de artefactos de geometría difusa, láminas evanescentes de figuras, vislumbres de pubis y campanas y otros instrumentos musicales, de salpicaduras de babas fisiológicas, y las cascadas atruenan las bóvedas de almacenamiento y aunque sabemos que tienen límites nunca se atiborran gracias al proceso de transmutación, y aquello que era colosal se hace diminuto y viceversa, a las iluminaciones trascendentes que nos inundan de explicaciones se suceden los cercenamientos fecundos, aquellos donde cada gota de sangre origina una flor-mujer, un insecto metálico, un caparazón de nautilus, un tafanario glorioso, un fractal reverberante: vocablos desfilan acompañadas de dibujos de Flower Fairy (Boris Vallejo), langostas de Tim White, gasterópodos de Michael Wheelan, nalgatorios de Serpieri, mandalas…
Y entonces percibimos la claridad perforada por el choque emocional, la amnesia como el poderoso dorso por donde corre tumultuoso el torrente cotidiano de aconteceres, las cadenas de olvidos que se envuelven cada vez más abarcadoras sobre los estalactitas donde anclan los mecanismos de las remembranzas , van drenando al alma de sus significados, de las asociaciones libres y de las sujetas a contexto y nos empujan al borde de la anoxia espiritual… y como duele cuando en el periplo postrero podemos retornar por un segundo a la saciedad de los momentos plenos. Imagen: Una catedral inmensa visionada a la manera de Jacek Yerka como una concha de caracol plagada de orificios, a través de los cuales ingresan y se dispersas nubes de origamis con forma de manos aladas.
Una voz sedosa y con matices seductores culmina: Claro que existen soluciones: embuta suficientes biomemorias adicionales en su dermis, conéctelas entre si y con su sistema nervioso central y tendrá la posibilidad de gozar de la experiencia más enriquecedora que jamás haya sentido superando esa sensación de vejez que lo atosiga. Imagen: Logo de la empresa con el costo e icono de transferencia para entrega e inserción inmediata mientras usted se desplaza.
Diversos artículos a lo largo de los dos últimos lustros (recuerdo por ejemplo, uno de Niño de Guzmán) me ha suscitado diversas emociones, indignación pero también lástima, por eso deseo empezar con un tándem que vincula mis dos definiciones más queridas de CF:
“Es la rama de la literatura fantástica que se dedica a especular sobre las variables fundamentales que caracterizan a la humanidad –y sus anexos- en todo tiempo y lugar” (la clave aquí es fantástica, no tecnológica) y
“La CF es el género o subconjunto literario que al funcionar como agujero negro da cuenta de los demás subconjuntos literarios y del conjunto mayor o mainstream” (la clave aquí va de inclusión a adsorción, ya que apenas desde cualquier otro género o del mainstream pueden abordarse esos temas anteriores que son el fundamento de todo relato de CF).
Es más, parece que los acercamientos referidos a la segunda definición, convierten a los textos que abordan su interpretación en verdaderos objetos en el borde del anillo de Schwarszchild de un “black hole”, o sea que caen o son atraídos dentro de la CF, lo cual provoca no poco desconcierto en aquellos críticos que relegan o ningunean a un género, tan complejo que es capaz de realizar semejante artificio y embutirse lo que se acerca sin contemplaciones. De allí la proposición de subconjunto que da cuenta, en palabras de Douglas Adams, de “la vida, el universo y todo lo demás”
Lo cual significa por un costado, que la CF es profundamente humanista (percibida desde la vertiente fantástica por las preocupaciones esenciales que promueve), y por otro lado que cualquier relato que se aproxime a su anillo temático de Schwarszchild es devorado irremediablemente por ella –recordar que una vez encajado le ocurrirá lo mismo que le sucede a cualquier materia, energía o información en el interior de un agujero negro: será incapaz de abandonarlo- y eso a pesar de los plumajes erizados, las negaciones a porfía, las doctas disertaciones sobre la trascendencia y la incapacidad de numerosos críticos para asumir que un género despreciado por su vinculación inicial con los pulps, pero denominado a la posteriori como “literatura culta para masas”, pueda esgrimir esas características.
Por eso recurren al ajado argumento que sostiene que cualquier obra de un escritor de mainstream no puede ser CF… porque la trasciende. Ante semejante contumacia no queda más que carcajearse cuando leemos a Philip Roth y su ucronía (que por cierto no es descubrimiento de él como se atrevió a decir algún crítico despistado) o a Ishiguro y su novela “Nunca me abandones”, tan parecida a una novela de Michael Marshall Smith (Clones) o al film “La Isla”. En este punto recuerdo la provocadora frase de Michel Houellebecq rubricando que lo único trascendente de la literatura del Siglo XX es la ciencia ficción.
Y ahora ocurre igual con el ganador del Pulitzer Cormac McCarthy y “La Carretera”, espléndida y brutal novela de CF, que ha originado un diluvio de comentarios elogiosos en blogs, revistas y periódicos, donde por lo general la tildan de postapocalíptica, pero eluden señalarla como perteneciente al género (alguno vergonzante dirá que es cercana); no obstante para los aficionados no existe motivo de engaño, les recuerda tantas y diversas peripecias descritas por David Brin (El Cartero), Robert McCammon (Canto del Cisne), Stephen King (Apocalipsis), Sonya Dorman (Corre, corre, corre, dijo el pájaro), Plop, un auténtico descenso a los infiernos debido a la pluma de Rafael Pinedo, o Richard Corben (Mundo Mutante) o las diferentes series de aventuras postcatástrofe (ambiental o atómica o cualquier otra causa) que las historietas argentinas de Columba y Skorpyo se esforzaron por esparcir en América del Sur. Quizás la diferencia fundamental estriba en el estilo, breve, compacto, èpico y casi poético de la triste novela, y no en la lacerante, áspera, sin resquicio para la esperanza, terrible acontecimiento que nos despliega, y que tan común es a ese tópico particular de la CF. Y es que tenían que leerlo proveniente de un autor “normal” para reventarle cohetes y prodigarse en elogios.
Parafraseando a Harry Harrison repito para comparar: que una vez veías al cowboy cabalgando hacia el sol rojo de un atardecer o seguías los incidentes que franqueaba el antihéroe de una novela negra para solucionar un crimen, las habías -en cierto modo- leído todas, pero la infinita gama temática de la CF que se expande como la galaxia o que siguiendo con el icono del “agujero negro”, interactúa dinámica con su entorno literario: tragando lo que colinde o se acerque, girando sobre si misma para morderse la cola y/o parodiarse, vibrando e insertándose en otros soportes (historietas, comics, películas, música, teatro, modas) con un talante peculiar: por sus características genera una distorsión extrema en tiempo y espacio; y encima, va creando la masa crítica que permite prepararse para la novedad, medida por la fuerza gravitatoria que ejerce en la humanidad (en el listado de los filmes más vistos -y tomando en consideración que el cine es el arte del siglo XX como decía Lenin- la mayoría son pertenecen al género y ni se diga de la tecnología que usamos en la actualidad, soñada o propuesta en sus textos desde el siglo XIX)
Hay que aceptar que se requiere otra percepción, al ser una creación que se encuentra al borde del conocimiento, con frecuencia quienes la desprecian confunden las herramientas de la CF con su corpus intelectual y por ello piensan o quieren pensar que sólo la “space opera” o la CF tecnológica corresponden a su campo, cercenando àreas vitales para completar una imprescindible reflexión global, por eso coloco de inmediato dos ejemplos:
1. El comentario que aparece en: http://www.lamaquinadeltiempo.com/libsem.htm sobre la obra de Diego Huberman “Baigorri hacia llover”, delicioso en sus implicaciones para lo que ilustro:
“A mediados de 1938, Juan Baigorri Velar declaró haber creado una máquina que hacía llover. Envuelto en una áspera polémica con las autoridades y convertido en una celebridad, Baigorri no dudó en prometer una lluvia que caería sobre la Ciudad de Buenos Aires el 3 de enero de 1939. Este libro constituye la primera investigación exhaustiva acerca del hombre, su máquina que pocos vieron y lo que hizo con ella. Su historia personal también es enigmática. Pese a lo que cuentan las fuentes tradicionales, Baigorri no era argentino, no fue alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, su padre no fue amigo del Presidente Julio A. Roca y no tuvo uno sino varios hijos. Tampoco disfrutó de un único matrimonio y poco se sabe sobre la autenticidad de su título de Ingeniero, posiblemente obtenido en Italia. Baigorri hacía llover es la primera respuesta al misterio de un personaje que fue ovacionado por una muchedumbre reunida a las puertas de su casa en el barrio porteño de Villa LUTO y que sólo se expresaba a través de los truenos, los relámpagos y la lluvia que, según decía, él mismo fabricaba”.
Es fantástica a la manera de la CF, ya que cuando se trata de fantasía a secas no existen vinculaciones con la ciencia o la tecnología sino con la magia y los encantamientos, no obstante Clarke nos explicaba que “una tecnología moderna podría parecer magia para un visitante del pasado”, por eso con recurrente frecuencia surgen escritores que se manifiestan como un equilibrista sobre el lomo de dos caballos, verbigracia Gemmel, que demuestran lo inútil de las categorías rígidas cuando sus novelas en apariencia de fantasía devienen en lecturas con rugosidades topológicas tan aproximadas y semejantes a la CF partiendo desde un material característica de la fantasía, que pueden ser un excelente demostración de la existencia de campos Moebius: Aquellos que tienen una cara en una dimensión y la otra cara en otra dimensión, de tal manera que si lo atravieso penetrando en la Europa del siglo XXI puedo aparecer en la reseca y rojiza llanura del Marte de ER Burroughs o cualquier otro lugar que se nos ocurra.
2. La novela de JG Ballard “El día de la creación”, CF sociológica, que ilustra subrepticiamente una “love story” tan irritante como Lolita y pedofìlica avant la lettre, pero que lo hace a la manera de la CF: un misterioso río brota del macizo montañoso y durante un lapso reconvierte el paisaje y trastrueca los ecosistemas, transformando el desierto en pantano y remodelando la existencia de los habitantes de sus riberas, de inmediato surgen las correspondientes organizaciones sociales que responden a ese planteamiento hidrogeológico, en consonancia con los planteamientos de Jared Diamond, donde una determinada concordancia o desencuentro entre cultura y ecología estipula el éxito o fracaso de la experiencia de esa etnia, así que por mucho que lo intenten someter (aquellos que desprecian el género) a las medidas y maneras del mainstream, se les escabulle, les siembra de enfebrecidas disquisiciones y de meándricas rutas acuáticas (en “El Dìa de la Creación”) el recorrido que fatigan aquellos críticos que se aproximan con sus cintas de medir, su tests de cociente de normalidad, su demolición de la imaginación no parametrada.
Ilusos, no sólo de CF vive la humanidad, pero es el equivalente a una droga, sin ella extravía un segmento considerable de su capacidad para ensoñar, adaptarse y persistir en un andamiaje de crueldad inmisericorde, que mora en el cortoplacismo depredador y en ocasiones parece dejar como únicas salidas, el suicidio físico o ético, la indiferencia cínica, la cirrosis hepática o el paraíso de las substancias modificadoras de la conciencia y la conducta, la disolución de lo que nos convierte en humanos, justo el tema central de la CF.
Continuemos con el ejemplo: Es probable que los interpelados clasifiquen en fantástico a la obra de Huberman y como mainstream con algunos elementos fantásticos a la de Ballard, pero eso es hilar demasiado fino con el agravante de extraviar el hilo, retomémosle agregando a Umberto Eco y sus formidables “El nombre de la rosa”, “El péndulo de Foucault” y la “Reina Moana” (este último una reivindicación del comic de aventura y fantasía en general,) así como el libro de Junot Díaz “La breve y maravillosa vida de Oscar Wao” que se exhibe como una reivindicación del comic de CF y Fantasía, de los frikis de la CF -representados con acierto -según me señaló Daniel Salvo y pude degustar- en “Big Bang Theory”-, la excelente “Aventuras de Kavalier y Clay” de Michael Chabon que riza el rizo sobre el género sin caer de modo rotundo en él, pero aportando una visión fresca y potente de esa interfase merced al Golem.
Ninguna de las cuales es CF a la usanza, pero demuestran como partiendo del género y sus áreas aledañas se puede escribir mainstream con un peculiar sabor a CF, a pesar de que en la obra de Junot, la idea de que el dictador Trujillo aparezca como alienígena planea por sus páginas, recordemos que “una nave espacial no convierte ipso facto al escrito que la recorre en CF” ni tampoco un alienígena. Lo que se nota en ambos libros y en los posteriores propuestos, es un acendrado amor por el género de nuestras preferencias, un respeto por su contenido y su forma, una disposición a comprender e incorporar.
Ya que de eso se trata: de converger en la búsqueda de formas expresivas donde colisionen y se mezclen, en una vorágine postmoderna, los distintos períodos históricos de la humanidad, para poder interpelarlos en este momento de la tormenta que nos devasta (como susurraría el difunto Zelazny) y que arrecia año tras año, por eso culminamos afirmando que moramos un mundo en gran parte -y quizás sea el más significativo pensamiento de mi breve reflexión- construido por la CF, lástima que haya sido a imagen y semejanza de la sección de desastres y pesadillas atroces y no la de utopías amables penetradas de dignidad.
Este genial conjunto de relatos del maestro Ray Bradbury hace que uno se pregunte, una vez concluida su lectura: ¿dónde estaba yo cuando se publicó esto? Por que no hablamos de un libro de factura reciente. La primera edición en inglés data nada menos que de 1951, . Un breve comentario de cada uno de los cuentos puede leerse aquí, aunque contienen alguno que otro dato demasiado revelador. Los cuentos de El hombre ilustrado, si bien diferentes en cuanto a temática, están contenidos en otro "libro" de carácter un tanto macabro: se trata de tatuajes que cubren la piel de un vagabundo, cada uno de los cuales está vinculado a una historia, que puede transcurrir en el presente o en el futuro, en nuestro mundo o en otros... Y vaya que el maestro Bradbury se entrega por completo en cada uno de estos cuentos. Practicamente ninguno tiene desperdicio, tanto por su trama como por sus personajes y temáticas. Los cuentos nos dicen cosas no siempre agradables de oir (o leer) sobre la realidad virtual, el fracaso de una misión espacial, la colonización de otros planetas, los efectos de una guerra nuclear, la soledad de un astronautas la búsqueda de la redención... Difícilmente puede hallarse una conjunción tan hermosa de lirismo y ciencia ficción como la que se nos ofrece en este libro. Si bien es difícil elegir al "mejor" cuento de la selección, recomendaría para cualquier antología Caleidoscopio, donde un astronauta, que ha llevado una vida signada por el egoismo, la amargura y la mezquindad, obtiene una oportunidad de redimirse - en un sentido incluso cristiano del término - de esa vida precisamente al final de la misma, y en el contexto más increíble que pueda darse, como es su caída libre en la atmósfera de la Tierra, luego de que su nave explotara en el espacio. Otro cuento memorable es El hombre, en el que una nave estelar arriba a un planeta que acaba de ser "visitado" por un hombre santo y sabio, un mesías que puede o no ser alguien a quien ellos también buscan. Y acaso el más lúgubre, a pesar de su belleza, sea El hombre del cohete, que nos muestra el drama de un astronauta en perpetua indecisión entre su carrera y su familia, naturalmente ansiosa por tenerlo con ellos.
El hombre ilustrado fue llevada al cine, con dispares resultados, en 1969. Se planea un remake a cargo de Zack Snyder.