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martes, 24 de mayo de 2011

Revista El Horla N° 2 (Editor: Carlos E. Saldívar)



El Horla

Año 1, Número 2

Lima, Enero-febrero 2011

Pájaros en los cables Editores

Director: Carlos Enrique Saldívar

Editor: Joe Montesinos Illescas


La segunda entrega de El Horla nos ofrece cuentos con temáticas que van de lo científico – aterrador a la fantasía más irreverente.

Jeremy Torres (El ingenio de la escalera) y Carlos Saldívar (Con un suave aleteo), van logrando un manejo del lenguaje más claro que, paradójicamente, les permite lograr elaborar ficciones bastante sugerentes, vinculadas en esta edición por el tratamiento de lo femenino. Saldívar logra un entorno post apocalíptico creíble y ominoso, poblado por extrañas criaturas.

Otros cuentos, como los de Adriana Alarco (El meteorito) y Daniel Salvo (La carcocha), tienden a ofrecer una visión más clásica, en este caso, los efectos que tendría en nuestro mundo la presencia de una entidad alienígena, biológica una, mecánica la otra.

Luis Bolaños (¿Migrantes o rebeldes?) va un tanto más allá y explora el devenir último de la Humanidad, que ha optado por una transformación tan radical de su esencia que es difícilmente reconocible como tal. La pericia de Bolaños como narrador permite a lector atisbar algo de esa nueva realidad, narrada desde la perspectiva (y el lenguaje) de uno de estos humanos “evolucionados”.

Luis Torres (Ramón en Colonna) nos ofrece una nueva peripecia de su personaje, el técnico Ramón, criollísimo técnico experto en reparar androides, no duda en darles un ajuste extra que suele ir más allá de su programación original. Eficaz historia de un adulterio sui generis, amerita una mayor atención a ciertos detalles técnicos.

Julio Meza Díaz (El mensaje divino), mezcla lo insólito con lo irreverente de manera tan coherente, que lleva a la reflexión en torno a lo que, desde cualquier perspectiva religiosa, tendemos a considerar como milagro.

Lorena Gutiérrez (Tres manchas de sangre) y Eva Asdi (Caída profunda), nos recuerdan que, en ocasiones, no hay nada más fantástico que los efectos de la pasión y el deseo, acaso las únicas llaves que abren puertas en el cielo y en el infierno.

Completa el volumen un enjundioso ensayo de Germán Atoche, que analiza desde la psicología el tema de la casa embrujada, evidente transgresión del mito del hogar como refugio y espacio confortable.

Daniel Salvo

martes, 1 de junio de 2010

Las máquinas de Dios (Jack McDevitt)



Esta voluminosa novela también podría tener por título alternativo "Vida y milagros de Priscilla Hutchinson", una pequeña (y no tan hermosa) piloto de naves espaciales, cuya madre suele reclamarle no haberse casado aún. Sí. Estamos ante uno de esos personajes "con densidad psicológica", que poco o nada hacen para entretener al lector en una historia de ciencia ficción.

No es que sea una mala novela. Al contrario, la premisa de la misma no puede ser más desafiante: en un futuro cercano, la humanidad ha comenzado a explorar el espacio más allá del sistema solar, encontrando aquí y allá (proyectar el aquí y allá en años luz, por favor) inmensas estatuas y otras edificaciones de origen desconocido. Los humanos denominan a esta raza los constructores de monumentos, dedicando gran parte de sus esfuerzos exploratorios a buscarlos y a descifrar las inscripciones que acompañan a muchos de estos monumentos. Algunos planetas son descubiertos, pero se añade un enigma a otro: si bien estos planetas - antiguamente habitados por humanoides reptilianos - tienen piezas dejadas por los constructores de monumentos, éstos no formaban parte de dichas civilizaciones. Es decir, estuvieron de visita, dejaron alguna huella, pero se fueron a algún otro lugar del universo. ¿Por qué? La solución del misterio, tan intrigante como el mismo, - Las máquinas de Dios es solo la primera de una serie de novelas, ambientadas en el mismo universo - constituye uno de esos casos que nos devuelve a muchos la capacidad de asombro y maravilla que sólo puede darse en un género como la ciencia ficción... Lástima que el autor - o el agente literario de turno, o vaya uno a saber quién - no tuvo suficiente con tan magnífica intriga científica, y se aprovecha de la aventura para meternos donde no nos importa, esto es, en los conflictos, discusiones, amoríos, peleas, amistes, reflexiones y demás manifestaciones sentimentales que podrían estar muy bien en una novela mainstream pero que en esta, definitivamente, sobran. Como que provoca cierto sonrojo alguna que otra situación en la que los protagonistas se encuentran ante uno de esos momentos más grandes que la vida, pero que no parece moverles un pelo, preocupados mas bien en saber si "me quiere/no me quiere" y así.

Claro, esto podría obedecer al hecho de que la acción es vista a través de una piloto y no alguno de los otros personajes, arqueólogos o especialistas en otras ramas científicas. Vale si esto permite al autor explicar algunas nociones científicas, pero cuando cae en la tentación de intentar crear personajes creíbles mediante el expediente de dotarlos de una compleja vida sentimental, simplemente aburre. Es más, uno siente que sobran personajes, aún en una novela de la extensión de Las máquinas de Dios.

Si bien es la primera de una larga serie, aún no del todo traducida al español, Las máquinas de Dios tiene un final bastante concluyente que, sin embargo, nos deja con la miel en los labios. Esperemos que las continuaciones se centren más en lo importante.

Daniel Salvo


jueves, 20 de mayo de 2010

Eclosiones de lo fantástico en el Perú

Eclosiones de lo fantástico en el Perú



"Antología y mitología del cuento fantástico peruano: de 1977 al 2010"
Alejandro Neyra
Ministerio de Relaciones Exteriores

“La cultura incaica en dos cuentos de ciencia ficción”
José Donayre
Escritor y periodista

“Notas para un canon fantástico peruano contemporáneo”
Elton Honores
Universidad San Ignacio de Loyola



Viernes 28 de Mayo de 2010 6:30 pm.

Sala de Conferencias de la
Casa de la Literatura Peruana

Jr. Ancash 207 - (Antigua estación de Desamparados) - Cercado de Lima.

Organizan:

Tinta Expresa, Revista de Literatura / Casa de la Literatura Peruana

sábado, 1 de mayo de 2010

El señor de las moscas (William Golding)





Lo admito, El señor de las moscas está aparentemente fuera de lugar en un blog dedicado a la ciencia ficción. No es una historia ambientada en el futuro ni en un planeta exótico. No hay invenciones maravillosas ni extraterrestres.
Pero si vemos a esta novela desde otro punto de vista, esto es, como el desarrollo de un experimento que consiste en dejar completamente solos, en un isla desierta, a un grupo de niños provenientes de un internado inglés, para ver cómo reaccionan en semejante situación, pues tenemos la mesa servida para disfrutar –en la medida que la novela lo permita – de un fuerte remezón en nuestras creencias respecto a la niñez y a la humanidad en sí.
Casi podría decirse que El señor de las moscas es el reverso de Furia feroz, de J.G. Ballard. Sólo que en lugar de una urbanización cerrada apta sólo para la elite, tenemos una isla desierta. Igual, se trata de espacios que sugieren un aislamiento radical de la sociedad. En lugar de padres obsesionados por el desarrollo de sus hijos, al punto de sofocarlos con tanta sobreprotección, tenemos un espacio totalmente carente de presencia adulta, ya se trate de padres o de cualquier otra instancia con los atributos que los adultos tienen (o tenían), en general, para con los niños: respeto, autoridad, orden… y también autoritarismo, abuso, prepotencia, manipulación, etc. Que no es lo mismo el Albus Dumbledore de las primeras novelas de Harry Potter que algún cura pedófilo de nuestros tiempos.
En El señor de las moscas, un accidente de aviación sitúa a unos niños en una isla desierta. Durante los primeros días, asumen el liderazgo los niños de comportamiento más maduro y racional. Instituyen una serie de reglas de convivencia, que efectivamente les resultan muy útiles dada la situación. Consiguen refugio de la intemperie, alimentación y una sensación de confianza hacia el futuro. Empero, en este edén también hay serpientes, encarnadas en los clásicos matones de la clase, a quienes les fastidia todo ese asunto de las reglas, la razón y el altruismo. Más que seguir la voz de la razón (que podría estar representada por Piggy, el también clásico gordito de lentes, más amigo de los libros que de los deportes), prefieren seguir lo que les sugiere el señor de las moscas: un cráneo de jabalí en torno al cual los niños han elaborado un ritual que parece el principio de una religión primitiva, con lo que los “malos” cierran un círculo aparente: huyendo de un tipo de reglas (o restricciones) acaban cayendo en otro, basado en una supuesta libertad que es en el fondo una esclavitud de tipo más primitivo, como puede serlo el temor reverente que sienten ante un simple hueso que han convertido en ídolo. Entonces, la supuesta liberación de la autoridad adulto-paterna acaba extinguiéndose, porque la regresión total en la que caen los niños (queriendo acabar con cualquier rasgo de racionalidad o bondad) es, en buena cuenta lo que el señor de las moscas les susurra y ordena.
Uno se pregunta por las conclusiones a las que nos conduce la novela. El hombre es lobo para el hombre, y por ende la agresión entre nosotros es nuestro destino final. O el hombre nace bueno y la sociedad (el contacto con los adultos, que no se extingue por que los llevamos dentro) lo corrompe, de modo que deberíamos acabar con toda la historia previa de la humanidad (ya lo intentó Pol Pot, y se saben los resultados). En todo caso, El señor de las moscas es un libro para revisar siempre.

Leyes de mercado (Richard Morgan)



Uno de los pocos libros que he terminado con alivio y temblando.

Con alivio, por que es como una pesadilla sin solución de continuidad. No hay ni siquiera el engaño de un falso final feliz con vuelta de tuerca, ni final ambiguo o salidas filosóficas tipo Matrix.

Peor aún, ni siquiera queda el consuelo de pensar que se trata sólo de una ficción. Bien sabemos que las leyes de mercado se aplican indefectiblemente… aquí y en la China.

Estamos a fines del siglo XXI. El mundo del futuro no ha progresado tanto tecnológicamente como para diferenciarse del nuestro de manera radical. Hay colonias en Marte, pero son tan importantes para el ciudadano común como las bases de la Antártida de hoy en día. Las telecomunicaciones son más veloces, las armas más potentes, los ricos se han hecho más ricos, las repúblicas bananeras siguen siéndolo.

Excepto que ahora, matar por dinero es legal. Un acto oleado y sacramentado por la legislación vigente, que puede además convertirse en espectáculo, generando así un efecto de incremento de riqueza (abundan las personas asquerosamente ricas en esta novela).

Precisemos. No se trata de cualquier tipo de asesinato. El protagonista, Chris Faulkner, es un zektiv (ejecutivo), ambicioso como el que más, dispuesto a todo para llegar a lo que considera la cima, esto es, el control de una de las oficinas de la megaempresa en la que trabaja. La oficina que se ocupa de intervenir (y fomentar) conflictos internacionales, para luego colocar armas, provisiones y pertrechos. Negocio redondo.

Y si para llegar a esa cima Chris Faulkner debe matar, pues lo hará. Sólo que en este futuro (es triste decirlo, bastante probable), el asesinato sólo se considera un crimen si lo comete algún pobre diablo. En cambio, si se produce en el contexto de un duelo entre vehículos (a modo de una justa medieval entre caballeros de armadura), en el cual dos zektivs compiten por un puesto o un aumento salarial, no es un crimen. Es uno de los tantos métodos que tiene el mercado de colocar a los mejores al mando de todo.

Debo confesar que, conociendo parte del argumento, por la contraportada del libro, se me hacía bastante inverosímil un futuro así, donde la fuerza bruta y el desprecio por la vida humana puedan constituirse en condiciones determinantes para el ascenso de un hombre de negocios… hasta que caí en la cuenta de que eso ya está ocurriendo desde hace mucho en uno u otro lugar. Si bien no siempre contamos con pruebas, casi todos “sabemos” de alguna vendetta entre empresarios rivales, algún caso de acoso sexual que trae como resultado un ascenso o de algún regalo oportunamente entregado a algún intachable representante del Poder Judicial, y así en progresión ascendente.

De modo que si ya contamos con la base, esto es, las leyes de mercado operando a plena potencia… ¿qué falta para que se legalicen ciertas prácticas? La respuesta de Morgan es deprimente por lo acertada: tan sólo falta que alguien rico y poderoso las realice, para que se conviertan en norma. Como ha ocurrido con casi todas las normas que rigen nuestra civilizada sociedad. Claro, también hay normas “tuitivas”, dadas a favor de los más débiles miembros de nuestra sociedad. Pero díganme en qué país se cumplen primero estas leyes en lugar de las leyes que favorecen a los otros.

Superado el escollo de la suspensión de la incredulidad (vamos, si Morgan fuera peruano, la habría tenido más fácil), se nos pinta el posible mundo de finales del siglo XXI, hiperviolento y despojado casi por completo de cualquier asomo de solidaridad. Los pocos “buenos” que aparecen en la novela tienen muchas razones pero poco poder.Claro que Chris Faulkner no es inmune a los efectos que conlleva el sobrevivir en esta sociedad. A veces busca alguna salida, como integrar algún organismo internacional de beneficencia, o trasladarse a algún país escandinavo. Pero la sensación de inutilidad y el discurso vacío de estas opciones sólo le devuelven las ganas de seguir viviendo en el mundo creado por las leyes de mercado: Chris Faulkner es un engranaje consciente de serlo, y le gusta, aunque su vida no sea otra cosa que un eterno correr hacia una cima inalcanzable. No importa si en el camino mueren algunos cuantos, pues las inexorables leyes de mercado nos dicen que los ineficientes no tienen razón de ser.

¿Ciencia ficción, literatura prospectiva, panfleto de denuncia al estilo “La granja de los animales” de George Orwell? Un libro que ningún perfecto idiota latinoamericano, ni su contraparte, debería dejar de leer.

Daniel Salvo (publicado originalmente en Velero25, diciembre de 2007)