Torre de Coral
Luís Antonio Bolaños de La Cruz
Gracias a persistir acudiendo a gozar de mis vacaciones a Cartagena y a la acuciosidad tierna de mi madre he recuperado varios ajados y antiguos cuadernos emborronados en lo fundamental de reflexiones ético-filosóficas, exploraciones del ego siempre inflado de los jóvenes que nos creemos todopoderosos, análisis de correlaciones de fuerzas político-militares como solíamos denominar a los problemas bélicos internacionales y pujos semiliterarios; en uno fechado “Diciembre 71- Octubre 72” encontré un relato que por su extraña semejanza con el famoso “Persistencia” de Josè Adolph (en Lo mejor de la ciencia ficción latinoamericana, selección de Bernard Goorden para Martìnez Roca) me permito presentar como un precuomenaje (ya se que es horrible mezclar precuela y homenaje, pero me tomo la licencia de crear un fétido neologismo para indicar con facilidad por donde irán los tiros) a ese maestro indiscutible que recién empezamos a valorar. Sin embargo, admitiré sin ruborizarme que en esa época no sabia de la existencia de la ciencia-ficción peruana y de sus escritores así que lo redactado cae asimismo en el campo de esas experiencias transpersonales que lindan con la premonición, además estaba embebido en beber los oscuros licores de la escuela lovecraftiana e imitar sus estilos, cuyo barroco detallismo y multiplicidad de dimensiones intentaba reproducir y aquí se traslada con cierta exactitud el resultado de uno de esos intentos, excepto algunas leves correcciones más que modificaciones motivadas por los Lapsus calami. (El autor)
***
La sección del Alto Comando Estratégico del Pacífico sito en Oahu encargada de la campaña “Saltando entre Islas” trazaba los planes para después de la temporada de tifones. En una de sus tantas, espaciosas y ventiladas oficinas se desplegaban un mapa y una exacerbada discusión. Se trataba de arribar a una decisión importante: cuáles islas serian elegidas para ser tomadas antes del asalto a Tarawa ( al finalizar la guerra el general Holland Smith diría que “la decisión de la Junta de Jefes de aprovechar Tarawa fue un error y de ese error inicial creció el drama terrible de los errores de omisión más que de comisión, lo que resulto en víctimas innecesarias... deberíamos haber dejado que Tarawa se secase en la parra. Podríamos haberla neutralizado desde nuestras base en otras islas”).
Los engranajes de la maquinaria marcial se pusieron en movimiento y empujaron a tragar y digerir información: fotos aéreas, atolones en relieve, corrientes marinas, divisiones disponibles, acorazados, portaaviones, lanzallamas, también especulaciones, consejas, predicciones.
Entre las escogidas existía un atolón que sólo presentaba la particularidad de ostentar una torre de coral (restos de algún extraño guyot quizás re-emergido entre convulsiones volcánico-oceánicas) que levantaba sus murallones cariados a centenares de pies de altura y encontrarse en la ruta de acercamiento de la flota de ataque del almirante Nimitz.
Las fotografías aéreas mostraban playas de rutilante blancura, tortugas, palmerales, arrecifes madrepóricos, una laguna esmeraldina, ningún blocao o fortificación, nada que permitiera suponer su ocupación por los nipones; diminuta y solitaria no parecía tocada por la mano humana (si lo pensamos ahora, tan cerca al Ecuador y abandonada, un escalofrío nos sacude), no obstante, su situación de privilegio tornaba obligatoria una visita, así que se diseñó un plan de desembarco y un regimiento de feroces marines ya experimentados en Guadalcanal fue embarcado en LST escoltados por un puñado de destructores y para abrirles camino una sección de comandos a bordo de un submarino se encargaría de conquistar la torre de coral.
En la neblinosa madrugada los botes de goma arribaron a la playa, los comandos con felina fluidad y agilidad concurrente escalaron las perpendiculares y cortantes paredes del acantilado atiborrado de balconcillos que aliviaban la trepada y festoneado de algas secas; rápidos se desplazaron como en un entrenamiento, silentes cual fieras carniceras y con alta probabilidad de compartir su letalidad, los dientes brillantes por la saliva del esfuerzo su agruparon en racimo en torno al borde almenado de la torre de coral, y tras un instante de respiro aferrando sus Garand M1 se lanzaron al ataque en posturas retorcidas para evitar disparos y con la adrenalina pulsando en las venas traspusieron los serrados parapetos de la cúspide y se desparramaron en el interior de aquella fortaleza natural. Sorpresa. Nadie había. Excepto aquel raro conjunto en el centro geométrico de la plana superficie interior, allí en un círculo de arena pálida, en torno a una raquítica palmera se desangraban los cadáveres acribillados a azagayas de tres hombres, cubiertos con herrumbrosas armaduras españolas del siglo XVI, de cuando Sebastián El Cano pasó por esos parajes para circunnavegar el mundo.
Estimado Compañero
ResponderEliminarde perspectivas y emprendimientos comunes,
dejo testimonio virtual de mi aprecio y estima persola.
Te deseo muchos años más de vida,
Abrazos
J.J.
http://www.rpp.com.pe/programas-en-linea-punto-com-seccion_720.html