La prosa de Clark Ashton Smith, a la que pude acceder en el cada vez más remoto año 1982, en plena adolescencia, es una de las más alambicadas, retorcidas y hermosas que hay podido disfrutar. Sus historias se ambientan en ámbitos tan maravillosos y exóticos como pueden serlo los continentes perdidos de Atlántida o Poseidonis, el país medieval de Averoigne o el más improbable futuro de la Tierra que se pueda imaginar: Zothique, el último continente, iluminado por un sol envejecido y al cual, tras el fin de las ciencias, han vuelto antiguos demonios y hechicerías. ¿Ciencia ficción o fantasía? Vaya uno a saber. En todo caso, igual las historias seducen al lector como auténticos y decadentes embrujos sin tiempo...
Un viaje a Sfanomoë (vaya uno a saber cómo se pronuncia eso) nos muestra a un Clark Ashton plenamente involucrado con la ciencia ficción, aunque muy a su manera. Los protagonistas son dos geniales inventores pertenecientes nada menos que a la civilización atlante, cuyo nivel tecnológico los ha llevado a descubrir tanto la energía atómica como el viaje espacial. Pero todo tiene sus consecuencias, y para el caso, esta gama de descubrimientos será la causa de la condenación de la Atlántida, destinada a sumergirse en el oceano tras un aterrador cataclismo. Los protagonistas, sabedores de este triste destino (que, por cierto, se toman con mucha filosofía), aunan sus conocimientos para construir una nave espacial que los libre de la destrucción final, fijando el rumbo al vecino planeta Sfanomoë, que posteriormente será conocido como Venus. Tras una larga travesía interplanetaria, arribarán a un planeta pletórico de vida vegetal, de atmósfera diáfana y perfumada, aparentemente ideal para sostener la vida humana...
No quiero arruinar la sorpresa del final revelándolo, simplemente diré que la belleza más esplendente puede ocultar la más atroz y definitiva de las trampas, la muerte definitiva, sin perder un ápice de su encanto.
Y ese fue el fin de los últimos atlantes. No para llorar, pero si para elevar un brindis en su memoria... con un vino de Zothique, por supuesto.
Daniel Salvo
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