jueves, 28 de junio de 2012

Como la belleza (Michael Cunningham)


Tras su éxito con Las horas (Premio Pulitzer 1999), el escritor norteamericano Michael Cunningham publicó en 2005 un tríptico de relatos titulado Specimen days (publicado en español como Días cruciales). Se trata de historias que, en mucho, se inspiran en la poesía de Walt Whitman, y, según el texto de la contraportada, "nos hablan de las dificultades del progreso humano y el declive social".

Como la belleza es la tercera historia de este tríptico, incrustada de lleno en la ciencia ficción, aunque el lector puede hallar ciertos contactos con Pinocho El mago de Oz y Blade runner. Los personajes principales son de lo más atípico, los desclasados de un futuro aparentemente brillante y seguro para sus demás habitantes. Simon es una especie de androide de una clase muy especial, un experimento tan exitoso que llevó al exterminio de todos los demás de su clase. Busca su identidad, desarrollar sentimientos, y no deja de reaccionar ante ciertas situaciones con versos de Walt Whitman. Su pareja, la extraterrestre Catareen, es una exiliada de su planeta de origen, y se gana la vida en la Tierra como niñera, a pesar de su aspecto de reptil (¿puede haber algo más tópico en la ciencia ficción que un extraterrestre con apariencia de reptil?). Ambos deciden iniciar una suerte de carrera contra el tiempo en búsqueda del creador de Simon, suerte de meta y símbolo de los sueños del androide. Pero éste creador resulta ser tan desclasado como sus creaciones, y a su vez, busca la realización de sus sueños fuera de nuestro mundo: ha implementado una nave espacial para viajar por el espacio, durante treintaiocho años, hasta su arribo a un planeta en el cual fundar una colonia. Y todo por que gran parte de los miembros de su familia y comunidad ha tenido sueños con ese "mundo mejor".

El periplo de Simon y Catareen nos muestra un mundo caótico, no necesariamente feliz, aunque tampoco es una pesadilla distópica. Hay mutantes y sectas religiosas, y referencias a acciones terroristas que han acabado con la vida de diversas especies animales y cambiado la coloración del cielo. Además, se ironiza bastante en torno a las expectativas clásicas en torno al progreso (el primer contacto con vida inteligente extraterrestre llevó a un mundo poblado por una civilización de lagartos que tras diez mil años de historia continuaban viviendo en chozas, la creación de androides capaces de amar hizo que uno de ellos se comiera a otro, de tanto que lo amaba). 

Si bien no todos los personajes consiguen lo que desean, hay una suerte de final feliz, o final de consuelo, donde el redescubrimiento de la belleza y la poesía son, en última instancia, lo que nos vincula con la vida y el universo.

Daniel Salvo

jueves, 21 de junio de 2012

Alpha Ralpha Boulevard (Cordwainer Smith)



Sin ser necesariamente un autor "difícil", Cordwainer Smith no es una lectura para momentos agitados. Para deleitarse con su prosa, hace falta algo de quietud y silencio, y mucha concentración. Las imágenes que sus cuentos producen en el lector tienden a ser fascinantes y melancólicas a la vez.
El universo en el cual Smith ambienta sus historias es un futuro muy lejano en el tiempo. La humanidad se ha expandido por el universo, dando lugar a una sociedad llena de matices y algo difícil de definir. Los seres que pueblan este universo son robots, humanos, humanos modificados para habitar otros mundos (homínidos) y las subpersonas, animales genéticamente modificados para parecer humanos y realizar tareas que ningún humano podría o desearía hacer (aguardar mil años junto a una puerta, por ejemplo). No hay indicios de vida extraterrestre inteligente, y la tecnología que ha permitido dicha sociedad rompe los parámetros de lo normal, contando con máquinas poderosas pero cuya función apenas puede conjeturarse, y que responden a nombres tan enigmáticos (y poéticos) como la Campana o el Rubí.
El poder en este universo lo ejercen los Señores de la Instrumentalidad. Despóticos, misteriosos, dotados de  capacidades telepáticas, gobiernan de manera casi ritual este universo, en el cual, a pesar de los avances obtenidos, no dejan de haber accidentes o deseos insatisfechos.
En Alpha Ralpha Boulevard , la gente ha apostado por una idea, el Redescubrimiento del Hombre, es decir, la búsqueda del riesgo y la inseguridad para sacar a la humanidad de cierto estancamiento que comienza a percibirse. Los humanos asumen nuevas personalidades (dos personales del relato responden a los nombres de Pablo y Virginia, novela inspirada en los ideales de la ilustración) poblaciones enteras se inoculan enfermedades, se aprenden idiomas de la antigüedad... Pero hay quienes no parecen encajar en este nuevo mundo (Virginia duda de sus sentimientos hacia Pablo, cuestionándose si provienen de su corazón o le han sido implantados como parte de un experimento), y buscan respuestas (o se buscan a sí mismos), acudiendo nada menos que a una inteligencia artificial, conocida como Abba-Dingo, que no es otra cosa que una máquina meteorológica a la que se le atribuye una sabiduría anterior a la de los Señores de la Instrumentalidad. Para llegar a Abba-Dingo, deben caminar por el boulevard del título, una impresionante calzada en ruinas que se pierde entre las nubes.
Tal parece que siempre nos perseguirá la duda respecto a qué es lo que le conviene más a la humanidad: la seguridad (que puede llevar al estancamiento) o el riesgo (que puede llevar al caos). Disyuntiva bellamente planteada en este cuento, cuya solución, por cierto, no es nada fácil.

Daniel Salvo

domingo, 17 de junio de 2012

Duelo de máscaras/El espaciano (Rubén Mesías Cornejo)

Desde el norte del Perú, la imaginación de Rubén Mesías Cornejo nos ofrece dos ficciones en torno a dos de las temáticas más inquietantes de la ciencia ficción: los extraterrestres y los monstruos, que a veces son la misma cosa. De pasada, nos recuerda que, a veces, aquellos a quienes creemos conocer no son otra cosa que impostores, pero lo son por las cualidades y defectos que nosotros mismos les atribuimos. Somos nosotros quienes, en última instancia, creamos a nuestros propios monstruos. (Daniel Salvo)


Duelo de máscaras


El espía ingreso al restaurante con evidente disimulo, y se dirigió con apuro hacia el área ocupada por las mesas para dar con una que estuviera vacía. En el acto , el androide que atendía a los comensales rodó hacia él, dándole la bienvenida en todos los idiomas oficiales del planeta, antes de preguntarle que deseaba pedir, sin embargo el nuevo comensal estaba con la mente ocupada en otras cosas, y no le contestó inmediatamente.

De momento había conseguido burlar la persecución del agente que había logrado detectar su presencia en la Tierra; como era de rigor, el espía había procurado mantener un perfil bajo mientras estuviera dedicado a reconocer los puntos vulnerables de este planeta, preparando el terreno para los intrusos que vendrían después; súbitamente recordó que el androide estaba esperando su respuesta, así que procedió a sondear profundamente la mente del ser cuyo cuerpo había usurpado, en busca de la respuesta que precisaba para salir del paso.

Iba a responder cuando la aparición de una aborigen le distrajo, la chica andaba como si anduviera buscando algo, pues miraba a todos lados examinando minuciosamente los rostros de todos los comensales presentes, de pronto se detuvo, y ocupo una de las mesas cercanas a la que el había escogido.

La muchacha aparentaba ser muy joven, pues su rostro todavía conservaba cierta frescura infantil; pero usaba unas peculiares gafas oscuras que le conferían un aire misterioso a su pálido semblante que hacia juego con su cabello suelto. En ese momento, al espía concibió la sospecha de que el agente que venía persiguiéndolo, bien podría ser esta chica aparentemente inofensiva.

Esa idea hizo que su miedo a ser descubierto aumentara considerablemente, al grado de olvidar la respuesta que había pensado dar al androide. Ahora sus pensamientos, y su mirada estaban enfocados en ella, y en lo que podría hacer en su contra. Brillantes gotas de sudor empezaron a recorrer su rostro mientras procuraba concentrarse para sondear aquella mente presuntamente enemiga.

Haciendo esto descubrió que realmente estaba en peligro, pues aquella chica poseía la capacidad de alterar su morfología cuando así lo quisiera, pero lo peor de todo no era haber descubierto esto, sino que la chica había empezado a transformarse en una bestia realmente terrible.

Entonces, todos los comensales oyeron un rugido bestial seguido de un grito de pánico que heló la sangre de quienes lo escucharon. Un segundo después, el espía yacio sobre el suelo con el cuello destrozado a dentelladas de aquel licántropo encargado de la custodia de la Tierra.

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El Espaciano



Ephila conoció a Zoltan, allá arriba en una zona de esparcimiento selenita. Hicieron el amor con suprema pasión, y ella quedo tan fascinada con su vigor amatorio que pactaron volverse a encontrar cuando ella necesitara la atención de un amante tan excepcional.

Sin embargo, cuando Ephila retorno a la Tierra no pudo evitar que el recuerdo de Zoltan se impusiera sobre todo lo que hacía, y su actitud hacia el resto de hombres cambio, y casi sin darse cuenta, empezó a darle la espalda a todos los contactos que tenía a través de la Red, pese a saber que su perfil resultaba atractivo para todos los machos que buscaban a alguien como ella.

Su actitud genero una ola de despecho entre sus admiradores más fervientes, y en un arranque de ira todos juraron olvidar la existencia de aquella mujer que se había vuelto tan esquiva. Y desertaron masivamente de su lista de contactos.

Y la soledad invadió la vida de Ephila como nunca antes lo había hecho. Necesitaba de alguien a quien mostrarle el cuerpo voluptuoso que ostentaba, pese a tener cinco décadas de vida encima, y también contarle sobre las pequeñas cosas que dotaban de sentido a su existencia.

Pero ahora no había nadie al otro lado, y eso tan horrible como una pesadilla cualquiera; entonces se acordó del cubo que Zoltan le había regalado cuando se despidieron allá en la Luna.

Ephila extrajo el cubo de su bolso, y empezó a tocar, con las yemas de sus dedos, las facetas que conformaban el artefacto como si estuviera digitando un mensaje sobre el teclado de una computadora. Repitió la operación una y otra vez hasta que todas las palabras que componían aquel secreto conjuro fueron enviadas para invocar al amante que ahora necesitaba.

Y Zoltan acudió la cita franqueando realmente distancias siderales. Ahí estaba aquel magnifico macho sonriente y desnudo, de cuerpo atlético y verga erecta, dispuesto a darle todo el placer que ella quisiera, pues para eso lo había invocado.

Apenas lo vio, Ephila sintió que la esencia de mujer afloraba como la lava de un volcán en erupción, y se abalanzo sobre aquel cuerpo radiante y desnudo para que pudiera poseerla inmediatamente.

Zoltan la recibió, y el desnudo con habilidad y premura, en seguida ambos cuerpos se acoplaron, y cayeron sobre el suelo insonorizado poseídos por el gozo que les provocaba repetir aquel supremo gozo que había compartido allá arriba, en la Luna.

Y así continuaron, hasta que ella perdió la conciencia y pareció quedarse dormida entre los musculosos brazos de su amante que, en ese momento, dejo de serlo para convertirse en una bestia alienígena que no tardo mucho tiempo en digerir la carne de la infeliz mujer que había caído en su ardid.

Rubén Mesías Cornejo









jueves, 14 de junio de 2012

Los ladrones de cuerpos (Jack Finney)


Los ladrones de cuerpos (The body snatchers)
Jack Finney, 1955



Después de cuatro películas basadas en esta novela (producidas en 1956, 1978, 1993 y 2007), es difícil que el lector no sepa ya de qué va la trama: a nuestro planeta arriban unas vainas que tienen la capacidad de duplicar el cuerpo (y la mente) de los seres humanos, produciendo copias idénticas en todo, salvo en cierto tipo de sentimientos. Los seres duplicados por las vainas, básicamente, carecen de emoción, de interés en lo que usualmente mueve a los seres humanos, aunque no carecen de inteligencia ni de objetivos, al punto de tramar un plan para apoderarse de nuestro mundo, mediante la dispersión de las vainas a lo largo y ancho de los Estados Unidos de los años cincuenta del siglo XX, para luego continuar con el resto del mundo.
El desarrollo de la novela inicia de manera pausada, introduciendo a los personajes principales (un médico y la dama objeto de su interés, ambos divorciados, un psiquiatra que tiene explicaciones para todo y el resto del pueblo de Santa Mira, apacible a más no poder) y sus actividades cotidianas. Su hasta entonces plácida existencia comienza a alterarse ante las cada vez mas numerosos casos de personas que son denunciadas por sus parientes más cercanos debido a que "ya no son las mismas". Son, obviamente, los seres que las vainas han producido al culminar su proceso de duplicación. El doctor Bennell, el protagonista de la novela, en un principio no da el menor crédito a estas denuncias, hasta que la evidencia se hace imposible de ignorar: es testigo del producto de un proceso inacabado de la duplicación de un conocido suyo.
En adelante, las cosas se desarrollan de manera similar a los filmes mencionados líneas arriba: los protagonistas, que aún conservan su humanidad, tratarán de advertir al resto de la humanidad de la amenaza que se cierne sobre ellos. Salir del pueblo o comunicarse con alguien del exterior será crucial, y es esta lucha la que desencadenará la acción, cuyo punto más álgido será el intento de captura de los protagonistas por parte de los duplicados, así como la explicación del origen de las vainas y sus motivos.
Esta parte de la novela, el diálogo entre los humanos normales y los duplicados, me lleva a pensar que la perspectiva desde la cual se considera a Los ladrones de cuerpos un ejemplo de la paranoía norteamericana frente a la amenaza que, en su momento, suponía la ex Unión Soviética, o está errada, o merece una profunda revisión.
Ya el propio autor aclaró en su tiempo que su idea al escribir la novela era el mero entretenimiento (como si fuera fácil escribir una historia entretenida), mientras que la lectura esa que insiste en la paranoia de una época corresponde mas bien a la película dirigida por Don Siegel en 1956, en plena guerra fría. Mas bien, podríamos decir que Finney, tal vez inconscientemente, dejó clara su visión más que desencantada respecto a la humanidad, a pesar del supuesto mensaje de triunfo de "nuestra" naturaleza combativa frente a cualquier enemigo exterior, como sería el caso de las vainas.
Por que al revisar los diálogos entre el doctor Bennell y los duplicados, la visión que proporcionan estos de la "nueva vida" que tienen luego del proceso de duplicación lleva realmente a la paranoia... respecto a nuestra propia condición humana. Por que el orden que sobreviene luego de la duplicación de las vainas no se parece en nada al brutal sometimiento de un régimen totalitario, pero tampoco parece una alternativa tan inhumana como la carrera de ratas que (ilusamente) suponemos es una sociedad libre, supuestamente basada en la libre competencia y la asignación de recursos mediante la meritocracia. Una humanidad sobreviniente al éxito de las vainas acabaría por extinguirse, evidentemente, pero en medio de una placidez casi socrática, en total contraste con la mayoría de sistemas de vida que se dan en la actualidad. Vamos, que si hubiera que elegir entre las vainas y los futuros amos de nuestras vidas - seres tan extraterrestres como los integrantes de los cárteles de la droga o los maras salvatrucha -  , la cosa está bastante clara.
Y uno se pregunta si tienen sentido, para quienes padecen de pobreza, hambre, frío y otras alienaciones de la condición humana "sana", hablarles de la emoción de vivir, el espíritu humano o la libertad. En ésta época, antes que invasores del espacio, los pods (nombre original de las vainas) podrían representar una esperanza para nuestra supervivencia.

Daniel Salvo

sábado, 9 de junio de 2012

Aunque siga brillando la luna (Ray Bradbury)

(Ray Bradbury, 1920 - 2012)

¿Qué se puede decir respecto a la muerte de un ser humano, sobre todo si ese ser humano es nada menos que Ray Bradbury, el autor de hitos literarios como Fahrenheit 451, Crónicas marcianas, El hombre ilustrado o El país de octubre? Imposible pensar en Marte sin imaginarnos a su principal cronista, o ver arder un libro (o ver ciertos programas de televisión, que viene a ser lo mismo) sin recordar que está ardiendo a 451 grados fahrenheit...
Por el momento, mejor es recordarlo por sus obras. Por sus maravillosos cuentos, que se despliegan por casi todos los aspectos de la vida humana, en este y otros mundos. Como el muerto Marte del relato Aunque siga brillando la luna, donde asistimos al encuentro entre una pujante humanidad terrestre, capaz de llegar a otros planetas gracias a sus avances científicos, y los restos de una civilización más que milenaria que decidió abordar la existencia desde una perspectiva menos tecnofílica y acaso más humanista, aún a riesgo de su extinción. Pero, ¿acaso algo dura para siempre? Los más poderosos reinos de la antigüedad acabaron siendo meras páginas en los libros de historia, si es que al menos han llegado a formar parte de la misma.
Esta humanidad terrestre, prepotente y conquistadora, alberga sin embargo a individuos capaces de sostener una visión diferente, capaces de entender la belleza de unas ruinas que son, sin querer, un monumento a la existencia de una raza desaparecida. Y en ese arrebato de belleza, uno de estos individuos dejará de lado su humanidad - al menos, la humanidad que se expresa a través del poder y la fuerza bruta - , para asumir la defensa de algo muerto e inútil, pero que expresa la belleza que este individuo ha logrado en su propia existencia humana. Sin quererlo quizá, se convertirá en el último marciano, el defensor de una ciudad en ruinas desvaneciéndose en el polvo de un rojizo atardecer.
Imposible no percibir la belleza triste de las cosas que desaparecen, o que desaparecieron, las personas y los lugares que alguna vez significaron algo bueno en la vida y que tarde o temprano no serán más que recuerdos. Pero en este cuento, acaso Bradbury nos ha querido decir que nadie puede quitarnos la belleza y la luz de la existencia, aún cuando esa belleza y esa luz no sean otra cosa que recuerdos de un mundo perdido. Pero también es cierto que conservar tan preciosos dones tiene un coste muy alto, como puede serlo la propia vida.
No deja de ser curiosa la similitud de Aunque siga brillando la luna con un texto de Jorge Luis Borges - autor del prólogo de la versión en castellano de las Crónicas marcianas; su Historia del guerrero y la cautiva, en la cual se narra el curioso caso de Droctulft, un bárbaro que pasó de invasor a defensor de Roma, impresionado acaso por una belleza de orden distinto a lo que conocía, pero capaz de conmoverlo y trastocar su espíritu. Tal vez al astronauta de Bradbury le ocurrió lo mismo que a Droctulft, o como diría Borges, no existe ni uno ni otro, sino que son el mismo. Y entonces, este texto borgesiano acaba siendo parte de la crónica de Bradbury:

" ... y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquínaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación..."

Bradbury, Borges, ambos ya muertos... Tal vez las dos caras de una misma moneda.


Daniel Salvo