(Ray Bradbury, 1920 - 2012)
¿Qué se puede decir respecto a la muerte de un ser humano, sobre todo si ese ser humano es nada menos que Ray Bradbury, el autor de hitos literarios como Fahrenheit 451, Crónicas marcianas, El hombre ilustrado o El país de octubre? Imposible pensar en Marte sin imaginarnos a su principal cronista, o ver arder un libro (o ver ciertos programas de televisión, que viene a ser lo mismo) sin recordar que está ardiendo a 451 grados fahrenheit...
Por el momento, mejor es recordarlo por sus obras. Por sus maravillosos cuentos, que se despliegan por casi todos los aspectos de la vida humana, en este y otros mundos. Como el muerto Marte del relato Aunque siga brillando la luna, donde asistimos al encuentro entre una pujante humanidad terrestre, capaz de llegar a otros planetas gracias a sus avances científicos, y los restos de una civilización más que milenaria que decidió abordar la existencia desde una perspectiva menos tecnofílica y acaso más humanista, aún a riesgo de su extinción. Pero, ¿acaso algo dura para siempre? Los más poderosos reinos de la antigüedad acabaron siendo meras páginas en los libros de historia, si es que al menos han llegado a formar parte de la misma.
Esta humanidad terrestre, prepotente y conquistadora, alberga sin embargo a individuos capaces de sostener una visión diferente, capaces de entender la belleza de unas ruinas que son, sin querer, un monumento a la existencia de una raza desaparecida. Y en ese arrebato de belleza, uno de estos individuos dejará de lado su humanidad - al menos, la humanidad que se expresa a través del poder y la fuerza bruta - , para asumir la defensa de algo muerto e inútil, pero que expresa la belleza que este individuo ha logrado en su propia existencia humana. Sin quererlo quizá, se convertirá en el último marciano, el defensor de una ciudad en ruinas desvaneciéndose en el polvo de un rojizo atardecer.
Imposible no percibir la belleza triste de las cosas que desaparecen, o que desaparecieron, las personas y los lugares que alguna vez significaron algo bueno en la vida y que tarde o temprano no serán más que recuerdos. Pero en este cuento, acaso Bradbury nos ha querido decir que nadie puede quitarnos la belleza y la luz de la existencia, aún cuando esa belleza y esa luz no sean otra cosa que recuerdos de un mundo perdido. Pero también es cierto que conservar tan preciosos dones tiene un coste muy alto, como puede serlo la propia vida.
No deja de ser curiosa la similitud de Aunque siga brillando la luna con un texto de Jorge Luis Borges - autor del prólogo de la versión en castellano de las Crónicas marcianas; su Historia del guerrero y la cautiva, en la cual se narra el curioso caso de Droctulft, un bárbaro que pasó de invasor a defensor de Roma, impresionado acaso por una belleza de orden distinto a lo que conocía, pero capaz de conmoverlo y trastocar su espíritu. Tal vez al astronauta de Bradbury le ocurrió lo mismo que a Droctulft, o como diría Borges, no existe ni uno ni otro, sino que son el mismo. Y entonces, este texto borgesiano acaba siendo parte de la crónica de Bradbury:
" ... y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquínaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación..."
Bradbury, Borges, ambos ya muertos... Tal vez las dos caras de una misma moneda.
Daniel Salvo
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