Siendo el cuarto volumen de la serie “Las máquinas de Dios”, estamos en el mismo universo en el cual las denominadas Nubes Omega arrasan cada cierto tiempo con cuanto indicio de civilización exista en el universo. El mismo universo en el cual la capitana Priscilla Hutchins, ahora dedicada a otras actividades, se ha casado, ha tenido una hija y realiza labores que tienen más que ver con la asesoría en misiones espaciales que con su especialidad, esto es, la de piloto de naves espaciales.
Mientras tanto, se ha descubierto otra especie extraterrestre que está pronta a ser devastada por las nubes Omega, los seres denominados goompah, quienes pese a llevar milenios en su planeta, apenas han desarrollado una tecnología muy similar a la de la edad de hierro terrestre. En cambio, son tremendamente racionales, sexualmente desprejuiciados y muy sociables, a su manera, claro está. La descripción de la sociedad goompah y su entorno recuerda a las teorias elaboradas por Jared Diamond en “Armas, gérmenes y acero”.
Una vez descubiertos, en la Tierra se plantea la posibilidad de salvarlos de alguna manera, puesto que aún se desconoce la manera de repeler el ataque de las nubes Omega. Pero el ingenio humano parece no tener límites: si bien no se puede destruir la amenaza, se le puede engañar, o distraer de alguna manera, y esta es crear señuelos o distractores que, en todo caso, minimicen los efectos devastadores de las nubes Omega.
El tiempo que las expediciones humanas tardan en diseñar una estrategia, lo emplean en comprender la cultura goompah, en un estilo que nos recuerda a algún episodio de Star Trek, con su directiva de “no intervención” en planetas en los cuales el nivel evolutivo no haya llegado a un estadío determinado… directiva que siempre acaba por violarse, al punto que un contacto directo con algunos moradores del planeta se llega a producir. Empero, las circunstancias apremian, las nubes Omega se acercan, y los terrestres deben optar entre sus deseos por establecer un contacto “formal” con dichas criaturas, o apelar a las creencias religiosas de las mismas, hacerse pasar por divinidades y llevar a cabo su plan de salvamento.
Mucha acción, los personajes correctos, sin ir más lejos (las escenas que describen la vida familiar de Priscilla Hutchins son totalmente prescindibles), y un enigma científico que, si bien resuelto en muy pequeñas dosis, provoca la suficiente intriga como para desear leer, pronto, el siguiente libro de la saga.