La verdad, ya desesperaba de encontrar un ejemplar barato de esta comentada novela en alguna librería de Lima, donde los precios carecen de toda lógica (en fin, cosa de las editoriales). La portada está bien, pues proporciona cierta idea de lo que el lector podrá encontrar a lo largo de las páginas de la novela.
El escenario: un faro. O mejor aún, el faro del fin del mundo, situado en algún extremo del Atlántico Sur, tan cerca a la Antártida como lejos de Dios, o sea, la civilización. El protagonista - de origen irlandés y con un pasado singular de huérfano con una educación que ya la hubiese querido el Demian de Herman Hesse, además de sufrido activista político - debe permanecer nada menos que un año de su vida en ese lugar, entre brumas y frío perpetuos, acompañado de libros y provisiones (no estamos en el mundo globalizado que por lo menos nos provee de la internet, o sea que el tipo está bien pero bien lejos), en compañía forzosa con un personaje que es aún más original que él: un guardafaros de origen teutónico cuyo nombre es Battis Caffó (sí, suena a batiscafo, cualquier duda pregúntenle al autor), un gigantón peludo, hosco y de poco hablar. Si estás acostumbrado a la soledad, o la buscas con fervor de anacoreta, el sitio es ideal.
Pero nadie contaba con lo que vino del mar... o del inconsciente. Por que una raza de seres anfibios, de cuya existencia nadie sabe absolutamente nada, aparece de repente y comienza a asolar a los humanos que han tenido la suerte de apersonarse en este insólito territorio.
Nada más, ni nada menos. Por que la narración, densa y abundante en detalles, aporta a este argumento casi tópico - con reminiscencias lovecraftianas - una perspectiva interiorista que literalmente pone al lector dentro de la piel del personaje, suspendiendo del todo cualquier asomo de incredulidad, al punto que uno termina la novela con cierto alivio de que, al fin, todo haya terminado. Un aplauso para Albert Sánchez Piñol.
Pero el acoso de los monstruos no es el único desencadenante de la acción de La piel fría. A mi entender, lo más interesante es el singularísimo contacto que establecen los protagonistas con una de ellos, conservada como prisionera y juguete sexual por Battis Caffó. Pocas veces he leído una descripción tan espeluznante e inquietante de un ser - ni siquiera personaje - cuyo efecto en una historia radique tan plenamente en su mera condición de ser una hembra. No es difícil darse cuenta que la repulsión original que supuestamente experimenta el protagonista ante su visión no es otra cosa que atracción, atracción que llegará a sus últimas consecuencias... Mientras se desenvuelve la trama, asistimos a otra situación que podría parecer tópica - el descubrimiento de que un ser aparentemente extraño y ajeno a nuestro mundo comparte rasgos con lo humano -, pero a la que el autor ha dado un giro de tuerca: que seamos criaturas inteligentes y capaces de experimentar sentimientos no necesariamente nos hace buenos. Ni malos tampoco, lo que lleva a una suerte de conclusión algo pesimista: que todos estamos, en el fondo, solos.
Hay también una reflexión sobre la discriminación y el racismo - los protagonistas humanos no dejan de tener en claro que son hombres blancos, y que por tanto sus reacciones frente a eso desconocido que los transtorna debería seguir un derrotero que la historia reciente de la humanidad nos muestra como repelente, a saber, la exclusión del otro, el asumirlo a priori como enemigo, considerar degradante su mero contacto. Pero el hecho es que ninguno se comporta como el prototipo de caballero occidental representante del mundo civilizado, siempre dispuesto a hacer lo correcto ante cualquier situación. Si hay algo que brilla por su ausencia en La piel fría es la corrección política, que se evidencia como el cúmulo de mentiras y prejuicios que en realidad es.
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