La novela parte de una premisa de lo más esperanzadora, como consta en el texto de la contraportada:
1855. La revolución industrial está en pleno apogeo, impulsada por mecanismos cibernéticos de vapor. Charles Babbage perfecciona su máquina analítica y la era de la informática llega con un siglo de anticipación. Pero con el cambio llega la inestabilidad social: los luditas, grupo subversivo en contra de la tecnología, protagonizan desórdenes callejeros y hostigan a las clases dirigentes. La aventura comienza cuando unas misteriosas tarjetas perforadas, de origen y propósito desconocidos, caen en manos del paleontólogo Edward "Leviatán" Mallory. Descubrirá que alguien las busca con la suficiente desesperación como para ser capaz de matar por ellas...
Parece emocionante, ¿verdad? Un steampunk en toda regla, con computadoras funcionando a vapor, los inicios de los grandes descubrimientos científicos, la Royal Society... Y los nuevos roles que en esta realidad alternativa juegan personajes como el ya mencionado Charles Babbage, Lord Byron, su hija Ada Byron, el devenir de los Estados Unidos y el marxismo... Indicios de una acción que quedan, lamentáblemente, eso, meros indicios de una gran novela que pudo ser, pero que se quedó en una sucesión de persecuciones, asesinatos, falsas pistas y apariciones intempestivas que terminan por ser de lo más intrascendente.
Ciertamente, es posible que un lector perteneciente a la cultura anglosajona pueda encontrar más puntos de interés en la lectura de La máquina diferencial, y tal vez este sea el punto débil de toda ucronía: si el lector no está al corriente de la historia que se pretende cambiar o alterar, es difícil que una versión alternativa de la misma lo conmueva en lo más mínimo. Es lo que me ha ocurrido, al ver ir y venir a una serie de personajes que mayor o menor envergadura en la historia de Inglaterra, pero que carecen de contexto para mi perspectiva de lector no anglosajón. El que luego de la lectura pueda recurrir a otras fuentes para mayor información no cambia el hecho de que el destino final del mismísimo personaje principal termine por despertar la mayor indiferencia.
Otro aspecto a comentar, si cabe, es la ambientación "steampunk" de la novela, que se detalla de manera bastante amena e ilustrativa en la primera tercera parte del texto, narrándonos cómo ha ocurrido que los grandes ordenadores se han convertido en la base de los gobiernos "civilizados" de Europa (Francia tiene su propio gran ordenador, al que llaman Gran Napoleón), así como el rol de ciertos personajes clave de la historia (¡Lord Byron resulta ser el gestor de esta revolución informática!). Los vehículos son llamados faetones (algo que me parece haber leído antes), impulsados, cómo no, a vapor (el petróleo es utilizado como tónico milagroso, un secreto supuestamente compartido por los pieles rojas).
Lástima que un entorno tan propicio para la especulación derive en una suerte de thriller carente de emoción e insoportablemente mal narrado, con bruscos e intrascendentes cambios de escena que hacen difícil seguir la trama. Si algún personaje logra alzar cierto vuelo, los autores optan por desaparecerlo del texto, y el final, que pretende ser intrigante, resulta simplemente confuso.
Supongo que alguien le daría una segunda oportunidad. Yo ya tuve suficiente.
Daniel Salvo
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