Parece mentira, pero a veces asusta cómo cambian los tiempos.
Años atrás, en Perú, apenas teníamos tres canales de televisión. En ciertas regiones del país, uno o ninguno. De manera que en determinado horario, la población peruana estaba "condenada" a ver un programa determinado. Si no le gustaba, pues... a apagar el televisor y ponerse a hacer otra cosa.
El hecho es que esta escasez de canales generaba, entre otros efectos, que la conversación del día siguiente, ya fuera en la oficina o en la escuela, girase en torno a lo mismo. Y las referencias de otros medios (diarios, revistas, programas radiales...) también. La telenovela del momento era LA telenovela... y así los demás programas. Una misma serie podía verse en los tres canales de televisión, y en tiempos de carestía, uno podía estar seguro que, tarde o temprano, podía volver a ver series tan "modernas" como The invaders, Meteoro o Los picapiedra. A nadie se le ocurría que algún día la televisión podría "envejecer".
Ese panorama, aparentemente tan mísero, proporcionaba al televidente una ventaja incomparable: ahorrarse la molestia de elegir. O veías el programa... o no. Pero ya sabemos cómo sucedieron las cosas: encendíamos el televisor, y pasaran lo que pasaran a esa hora, lo veíamos. Antaño como en la actualidad, era más cómodo para nuestros hábitos encender la televisión y dejarla ahí, que ponernos a leer o dedicarnos a otra actividad más "construtiva". Éramos gente normal.
En la actualidad, el asunto es más estresante. Encendemos el aparato (con el mando a distancia, o como decimos por acá, control remoto) y... decenas de canales. La gran mayoría con programación que no nos interesa. Pero, como mínimo, habrá diez cuyo contenido nos lleva a la gran pregunta: ¿cuál veremos?
Para colmo, los televisores son cada vez más baratos. Recordemos las épocas en las que el televisor era "el televisor", y las horas de angustia que pasaban cuando sufría algún desperfecto. En cambio, ahora tenemos un televisor en cada habitación de la casa o departamento. Así los psicólogos nos prevengan respecto a lo pernicioso de esta costumbre. De modo que ni siquiera hay que pelearse por un canal. Para todos hay. Incluso, se da el caso de varios televisores encendidos... en el mismo canal.
Algo muy similar ocurre en el campo de la ciencia ficción escrita. No hace mucho, teníamos pocas editoriales (me refiero al ámbito hispanoamericano), y la discusión se limitaba a "¿es Deckard un replicante?" y "¿es Heinlein un facha?". El Señor de los Anillos era una saga que muy pocos habían leído completa, y se suponía que Asimov y Lovecraft eran autores cuasi infantiles, lejos de los osados planteos de Ballard y Lem.
Plaf.
La realidad actual es completamente diferente. Las reediciones de las obras de Asimov y Lovecraft los están convirtiendo (espero) en los nuevos autores "básicos" para las nuevas generaciones, compartiendo estantes con la saga de Juego de Tronos y, si la película influye, el Ender de Orson Scott Card. Y eso hablando de los "conocidos comunes": Gene Wolfe y Robert Silverberg son autores de saldo en las ferias del libro, mientras que aparecen nuevas editoriales y nuevos autores.
Si a todo ello añadimos la difusión de blogs y páginas web (¿recuerdan cuando había dos o tres páginas web sobre ciencia ficción, y los debates que se armaban? En verdad les digo, no quedó piedra sobre piedra), sin decir nada de las ediciones electrónicas (los ebooks se han vuelto una alternativa más, ya sea para leer en e-readers o en tablets).
Estamos rodeados de ciencia ficción. De fantasía. De terror. Además de los "nuevos" subgéneros: steampunk, ucronía, new weird, dieselpunk, fantasía urbana, low fantasy...
Armar listas de 10, 100 o 1000 libros "imprescindibles" es inútil. A lo más, puede hacerse cada año. Como máximo. Claro, la calidad es desigual, pero ¿cuándo ha importado eso, en realidad? Todo lo que se diga contra sagas como "Crepúsculo" o "50 sombras de Gray" no hace que disminuya un ápice su nivel de ventas. No todos gustamos lo mismo, y punto.
¿Qué hacer, en medio de esta abundancia?
Pues lo único que queda: elegir.
Cierto es que, de alguna manera, debemos educar nuestro criterio, y mucho nos dirá nuestra experiencia y nuestro gusto. No desoigamos las opiniones de los críticos y comentaristas.
Pero, sobre todo, no nos la pasemos lamentándonos, diciendo cosas como "hay tanto que leer que no se por donde empezar". Acostumbrémonos a vivir en (esta) abundancia... y a disfrutarla.
Daniel Salvo
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