jueves, 24 de octubre de 2013

La saga de Tramórea, de Javier Negrete: para exportarla



En los años 80 del siglo XX, la televisión peruana produjo una serie nacional, de corte policíaco, titulada "Gamboa", que contaba las aventuras de un investigador y sus amigos. La calidad de los episodios (a pesar de nuestra sempiterna carencia de recursos), alguno de los cuales fuera guionizado nada menos que por Mario Varga Llosa, llevó a que un ácido crítico televisivo no tuviera más remedio que afirmar que la serie estaba como "para exportarla". Es decir, era tan buena, que podía esperarse una buena acogida en otros países.

La lectura de la saga de Tramórea, compuesta por cuatro novelas que ya deberían reeditarse (La espada de fuego, El espíritu del mago, El sueño de los dioses y El corazón de Tramórea), me ha llevado a la misma conclusión: está como para exportarla, para traducirla a todos los idiomas que se pueda, para que compita de igual a igual con las sagas de George R.R. Martin o Joe Abercrombie. Para que algún productor avispado la convierta en miniserie, o superproducción, y pase a la historia del género fantástico mundial. Así de buena es.

Y es que pocas veces he podido leer tantos géneros y subgéneros dentro de los subgéneros dentro de un mismo arco argumental. De la fantasía épica, con sus emocionantes batallas entre buenos y malos, a la casi jocosa vulgaridad de la espada y brujería, para pasar luego a la ciencia ficción más especulativa, con toques de hard science fiction (teorías dimensionales, supercuerdas, topografías imposibles) que llevan al lector a preguntarse en qué momento cambió todo, cómo es que nuestros héroes siguen siendo lo que fueron, personajes provenientes de un entorno entre feudal y románico, a ser los detentores de la clave del universo, los únicos que pueden salvar la existencia de este continuum entre los muchos otros que, aunque dotados de mayor sabiduría y conocimientos, comparten con la humanidad el deseo de toda existencia: sobrevivir.
Es difícil continuar la reseña de toda una saga de novelas sin caer en la revelación de datos y detalles que podrian arruinar la sorpresa del lector. Baste decir que, en la saga de Tramórea, podrá encontrar cualquier cosa que su corazón de aficionado al fantástico pueda desear: héroes incombustibles, monstruos aterradores, enemigos poderosísimos, conjuras políticas, dioses que no son lo que aparentan, mundos ocultos, mundos paralelos, magia y ciencia, mutantes y bellezas. Sin contar con un tratamiento más que respetuoso a temas que, acaso en otras manos, podrían desperdiciarse o caer en tópicos poco relevantes, como es tema de la homosexualidad - si, el universo de Tramórea no es un universo asexuado -.

¿Cómo arranca la saga? Con un torneo, por la posesión del arma más poderosa del mundo llamado Tramórea: la espada Zemal. Forjada en un material que sólo Tarimán, el dios-herrero cojo que mora, junto con los demás dioses, en el Bardaliut, conoce; sólo puede ser empuñada por quien la merece. A quien la posee se le llama el Zemalnit, y cuando éste muere, debe elegirse uno nuevo, mediante un torneo en el cual puede participar cualquiera, desde las bellas y feroces amazonas hasta enigmáticos monarcas de doble pupila, supuestos hijos no reconocidos de los dioses. También están los tahedoran, guerreros que poseen el secreto de las aceleraciones, extraños procesos que les permiten moverse a velocidades mayores a las del ser humano normal, aunque a costa de deteriorar su propia salud. Y, tras las bambalinas de esta teatral epopeya de combates y competencias, se mueven los magos, con sus terribles poderes y conocimientos, que temen algo más que a su propia magia, y es al retorno de sus dioses, de quienes se preferiría que se quedaran para siempre en el Bardaliut, su morada en los cielos. ¿Y por qué retornarían los dioses? La condición divina no es sinónimo de cordura en este mundo, aunque, tras conocer los secretos de Tramórea, es difícil conservarla, ya sea trate de hombres, magos, dioses... o lo que hay más allá.

Una historia de lujo. Si desean más detalles, aquí el enlace a las reseñas que publicó Pedro López Manzano en su blog "Cree lo que quieras".


Daniel Salvo



sábado, 19 de octubre de 2013

Perdidos en un mar de ciencia ficción (y fantasía, y terror...)


Parece mentira, pero a veces asusta cómo cambian los tiempos.
Años atrás, en Perú, apenas teníamos tres canales de televisión. En ciertas regiones del país, uno o ninguno. De manera que en determinado horario, la población peruana estaba "condenada" a ver un programa determinado. Si no le gustaba, pues... a apagar el televisor y ponerse a hacer otra cosa.
El hecho es que esta escasez de canales generaba, entre otros efectos, que la conversación del día siguiente, ya fuera en la oficina o en la escuela, girase en torno a lo mismo. Y las referencias de otros medios (diarios, revistas, programas radiales...) también. La telenovela del momento era LA telenovela... y así los demás programas. Una misma serie podía verse en los tres canales de televisión, y en tiempos de carestía, uno podía estar seguro que, tarde o temprano, podía volver a ver series tan "modernas" como The invaders, Meteoro o Los picapiedra. A nadie se le ocurría que algún día la televisión podría "envejecer".
Ese panorama, aparentemente tan mísero, proporcionaba al televidente una ventaja incomparable: ahorrarse la molestia de elegir. O veías el programa... o no. Pero ya sabemos cómo sucedieron las cosas: encendíamos el televisor, y pasaran lo que pasaran a esa hora, lo veíamos. Antaño como en la actualidad, era más cómodo para nuestros hábitos encender la televisión y dejarla ahí, que ponernos a leer o dedicarnos a otra actividad más "construtiva". Éramos gente normal.
En la actualidad, el asunto es más estresante. Encendemos el aparato (con el mando a distancia, o como decimos por acá, control remoto) y... decenas de canales. La gran mayoría con programación que no nos interesa. Pero, como mínimo, habrá diez cuyo contenido nos lleva a la gran pregunta: ¿cuál veremos? 
Para colmo, los televisores son cada vez más baratos. Recordemos las épocas en las que el televisor era "el televisor", y las horas de angustia que pasaban cuando sufría algún desperfecto. En cambio, ahora tenemos un televisor en cada habitación de la casa o departamento. Así los psicólogos nos prevengan respecto a lo pernicioso de esta costumbre. De modo que ni siquiera hay que pelearse por un canal. Para todos hay. Incluso, se da el caso de varios televisores encendidos... en el mismo canal.
Algo muy similar ocurre en el campo de la ciencia ficción escrita. No hace mucho, teníamos pocas editoriales (me refiero al ámbito hispanoamericano), y la discusión se limitaba a "¿es Deckard un replicante?" y "¿es Heinlein un facha?". El Señor de los Anillos era una saga que muy pocos habían leído completa, y se suponía que Asimov y Lovecraft eran autores cuasi infantiles, lejos de los osados planteos de Ballard y Lem.
Plaf.
La realidad actual es completamente diferente. Las reediciones de las obras de Asimov y Lovecraft los están convirtiendo (espero) en los nuevos autores "básicos" para las nuevas generaciones, compartiendo estantes con la saga de Juego de Tronos y, si la película influye, el Ender de Orson Scott Card. Y eso hablando de los "conocidos comunes": Gene Wolfe y Robert Silverberg son autores de saldo en las ferias del libro, mientras que aparecen nuevas editoriales y nuevos autores. 
Si a todo ello añadimos la difusión de blogs y páginas web (¿recuerdan cuando había dos o tres páginas web sobre ciencia ficción, y los debates que se armaban? En verdad les digo, no quedó piedra sobre piedra), sin decir nada de las ediciones electrónicas (los ebooks se han vuelto una alternativa más, ya sea para leer en e-readers o en tablets).
Estamos rodeados de ciencia ficción. De fantasía. De terror. Además de los "nuevos" subgéneros: steampunk, ucronía, new weird, dieselpunk, fantasía urbana, low fantasy... 
Armar listas de 10, 100 o 1000 libros "imprescindibles" es inútil. A lo más, puede hacerse cada año. Como máximo. Claro, la calidad es desigual, pero ¿cuándo ha importado eso, en realidad? Todo lo que se diga contra sagas como "Crepúsculo" o "50 sombras de Gray" no hace que disminuya un ápice su nivel de ventas. No todos gustamos lo mismo, y punto.
¿Qué hacer, en medio de esta abundancia?
Pues lo único que queda: elegir.
Cierto es que, de alguna manera, debemos educar nuestro criterio, y mucho nos dirá nuestra experiencia y nuestro gusto. No desoigamos las opiniones de los críticos y comentaristas. 

Pero, sobre todo, no nos la pasemos lamentándonos, diciendo cosas como "hay tanto que leer que no se por donde empezar". Acostumbrémonos a vivir en (esta) abundancia... y a disfrutarla.

Daniel Salvo

Horrendos y fascinantes: antología de monstruos peruanos editada por Altazor


Pues eso. Agradezco a José Donayre por haber incluido un cuento mío en esta antología. Una gran contribución de Altazor al género fantástico.