En los años ochenta del siglo XX, la fenecida editorial española Bruguera publicó una serie de antologías de relatos de ciencia ficción, terror y fantasía, cuyos ejemplares aún pueden conseguirse (con mucha suerte, eso sí) en las librerías de viejo.
En la antología "Los mejores relatos de fantasmas" (casi todas las antologías de Bruguera tenían en el título "los mejores" o "lo mejor de", aunque el título original fuera otro), se incluye un cuento del genial Robert Bloch, Fruto negro, a caballo entre el terror más inquietante y la ciencia ficción más especulativa, dado que ciertas premisas del cuento son establecidas nada menos que por un antropólogo de ideas poco ortodoxas.
Este antropólogo, ante el evidente incremento de la delincuencia juvenil que observa en la sociedad, llega a una conclusión aparentemente descabellada: asimila la ola de delincuencia juvenil a ciertos eventos ocurridos durante la época de las cruzadas, a saber, las leyendas de íncubos, demonios de evidentes rasgos masculinos que habrían tenido comercio carnal con mujeres humanas mientras sus esposos se encontraban lejos del hogar. El antropólogo del relato postulaba que lo mismo habría ocurrido durante las grandes guerras de mediados del siglo XX, y que el producto de esas uniones entre demonios y mujeres habría dejado descendencia, conformada, en gran parte, por los delincuentes juveniles, quienes en el fondo, no serían otra cosa que demonios, seres nacidos para el mal.
Leámoslo directamente de Bloch:
-Pues sencillamente que no saben lo que hacen ni lo que son -respondió Kerry-. En este aspecto, podemos estar satisfechos de que no sepan por qué se reúnen y cometen semejantes barbaridades. Lo único que ansío es que nunca sepan el motivo por el cual suelen reunirse en bandas.
-Yo conozco cuál es el motivo: todos son unos psicópatas.
-¿Y qué es un psicópata? -preguntó Kerry, con voz suave-. Un psicoterapeuta no se lo podría explicar, pero yo sí puedo. Y puedo hacerlo porque soy antropólogo. Escuche, un psicópata es un demonio.
-¡Cómo!
-Un demonio, un diablo. Una criatura admitida en todas las religiones, en todos los lugares, por todos los hombres. Es el fruto de la unión entre un demonio y una mujer mortal.
Al llegar a este punto, Kerry sonrió al ver el asombro reflejado en el rostro de su amigo. Luego, prosiguió:
-Sí, comprendo que se extrañe de esto que acabo de decirle, pero le agradeceré que lo piense por un momento. Piense en cuando empezó todo esto; esta ola de crímenes juveniles, de crueldad psicopática. ¿No fue acaso hace unos pocos años? Pues bien, comenzó exactamente cuando los bebés nacidos durante los primeros años de la guerra llegaron a la adolescencia, esa etapa de la vida comprendida entre los trece y los dieciocho años. Era la guerra, y los hombres estaban en el frente, fuera de sus hogares. Sus eposns empezaron a tener pesadillas; esa clase de pesadillas que todas las mujeres han tenido desde la más remota antigüedad. La pesadilla del íncubo, es decir, la unión del demonio con ellas cuando están durmiendo. Este fenómeno se presentó durante las Cruzadas. Y luego continuó con el apogeo de la brujería en toda Europa; los cultos demoníacos, llevados a cabo por brujos y brujas, y presididos por el diablo, de los que se esperaba el fruto de la unión de una mujer carnal con un demonio; un ser semihumano fruto de una unión maquiavélica, blasfema, horripilante. ¿Comprende usted ahora como todo esto encaja con lo que estamos presenciando hoy día? El insano deseo de crueldad; la repentina, apremiante y maníaca necesidad de torturar y destruir que se presenta durante el sueño; la repugnante incapacidad de poder reaccionar ante los sentimientos nobles y normales; la extraña sensación que sienten los jóvenes delincuentes juveniles de nuestros días de reunirse en bandas para llevar a cabo actos de violencia. Como le decía antes, no creo que ellos mismos sepan lo que les hace comportarse de esa forma: pero si algún día lograsen adivinarlo, entonces brotaría una oleada de satanismo y magia negra mucho peor que la existente durante la Edad Media. Incluso hoy día, se reúnen alrededor de una hoguera durante las noches de verano en las cavernas de las cimas de las colinas.
Quisiera resaltar unas frases del texto:
¿Comprende usted ahora como todo esto encaja con lo que estamos presenciando hoy día? El insano deseo de crueldad; la repentina, apremiante y maníaca necesidad de torturar y destruir que se presenta durante el sueño; la repugnante incapacidad de poder reaccionar ante los sentimientos nobles y normales; la extraña sensación que sienten los jóvenes delincuentes juveniles de nuestros días de reunirse en bandas para llevar a cabo actos de violencia.
El relato tiene un final mas bien horripilante y poco complaciente con el lector, sembrando la duda respecto a la naturaleza de los eventos narrados. Ahora bien, si lo relacionamos con la vioencia infantil - juvenil de nuestro siglo XXI, que entre otros términos, ha puesto de moda el anglicismo bullyng para describir lo que viven muchos escolares, tendríamos un relato bastante truculento pero plenamente vigente, acaso aterrador por sus implicancias. La actualidad de Fruto negro abarca incluso a nuestras reacciones como sociedad "civilizada", en cuanto al tratamiento de la violencia juvenil:
-¡Se ha vuelto loco! -exclamó Hibbard, furioso, mientras sacudía a Kerry por los hombros-. Estos jovencitos no son más que unos niños, unas criaturas, y lo único que necesitan es una buena azotaina, todos ellos, y quizá un par de años en un reformatorio.
-Está usted hablando como las autoridades; quiero decir como esos incompetentes policías, esos ignorantes jueces de los tribunales de menores, como los directores de esas escuelas de beneficencia donde pretenden redimir a los jóvenes descarriados a base de garrotazos y dura disciplina. ¿Es que acaso aún no se ha dado usted cuenta de que todos esos métodos de rehabilitación nunca han dado resultado desde hace muchos años hasta el día de hoy? ¿Acaso todo esto se puede resolver con simples medios psicoterapéuticos? Cuando se está continuamente en contacto con algo, al final se llega a no comprender la verdadera naturaleza del problema.
Al igual que las incompetentes autoridades del relato de Bloch, nuestras sociedades tampoco saben como enfrentar la situación. A lo más, en el Perú, la "propuesta" más reciente que se nos ha ocurrido es volver al Servicio Militar Obligatorio, para "inculcar" civismo a nuestra delincuencia juvenil local.
¿Cuál era la solución propuesta por el antropólogo Kerry? Hela aquí:
(...) usted y todos nosotros estamos en contacto con demonios, con verdaderos hijos del diablo. Lo que se necesita es exorcismo.
¡Exorcismo para combatir la delincuencia juvenil! Alucinante, ¿verdad? Totálmente anticientífico, tirado de los cabellos, anacrónico en nuestro mundo descreído y posmoderno. Quizá si... o quizá no. Si cogemos un diario o revista de actualidad noticiosa, nos encontraremos con referencias a una de las bandas más letales del mundo, integrada básicamente por menores de edad: los maras.
Si acceden al artículo del enlace, podría parecer que formaba parte de los archivos mencionados en el relato de Bloch, con la diferencia de que realmente sabemos lo que son los maras y cómo accionan, cómo están extendiendo sus redes por toda latinoamérica. Incluso en el Perú. Y respecto a sus ritos, como quien no quiere la cosa, el artículo de la wikipedia menciona lo siguiente:
Los miembros de la Mara Salvatrucha, así como miembros de otras bandas americanas más modernas, utilizan un lenguaje de señas para identificarse y comunicarse. Uno de los más comunes es la "cabeza del diablo" o cuernos, que forman una "M" cuando se muestra al revés.
Interesante, ¿no? Más aún, si bien la etimología del término "maras" que se maneja usualmente alude a un término de origen centroamericano, da la casualidad que en ciertas religiones orientales como el budismo, un mara o maras no son otra cosa que demonios. Si bien el budismo entiende a los demonios como pasiones u obstáculos para la meditación, antes que entidades dotadas de voluntad, no deja de ser curiosa la coincidencia. Tanto es así, que Mara es el nombre que se le atribuye al demonio que trató de impedir al mismísimo Buda que alcanzara la iluminación (sin éxito, claro).
¿Paranoías posmodernas? ¿Meros relatos efectistas? ¿Ciencia ficción venida a menos? Hemos probado tantas cosas para combatir la violencia, le hemos atribuido tantos orígenes, que hoy por hoy, cualquier cosa parece ser posible.
En todo caso, al igual que Robert Bloch, nos preguntamos:
¿Paranoías posmodernas? ¿Meros relatos efectistas? ¿Ciencia ficción venida a menos? Hemos probado tantas cosas para combatir la violencia, le hemos atribuido tantos orígenes, que hoy por hoy, cualquier cosa parece ser posible.
En todo caso, al igual que Robert Bloch, nos preguntamos:
¿Sabían o no sabían aquellos jóvenes lo que realmente eran?
Yo no lo se.
Daniel Salvo
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