domingo, 17 de febrero de 2013

La oscuridad más allá de las estrellas (Frank M. Robinson)




Este libro debería comenzar con la advertencia “las cosas no son lo que parecen”. Y no es que el libro sea una decepción, todo lo contrario, pero parece que lo fuera… Así como, según la contraportada, parece que se tratara el tema de la nave generacional (estupendamente desarrollado por Brian Aldiss en “La nave estelar” y por Gene Wolfe en “El libro del sol largo”, pentalogía que alguna vez quisiera completar), cuando en realidad no es así.

La metáfora más a la mano que se me viene a la mente para describir este libro es la de un hueso. El lector pareciera tener al alcance un hueso mondo y lirondo, sin una hilacha de carne, tirando a seco… cuando de repente, el hueso se rompe y entonces nos damos cuenta que dentro tenía un sabroso y húmedo tuétano.

Por que “La oscuridad más allá de las estrellas” tiene un inicio aparentemente pobre, a saber, un fallido intento de exploración espacial, con unos equipos cuya precariedad hace ver al primer descenso en la luna como una parafernalia digna de las películas de James Bond. Igual ocurre con el interior de la nave Astron, cuyo nivel de sofisticación y adelanto tecnológico parece surgido de una película de ciencia-ficción de los años cuarenta. ¡Hasta utilizan papel!

Para colmo, el protagonista principal, Gorrión (la mayoría de personajes tiene nombres de aves o de personajes de la Biblia y las obras de William Shakespeare), quien participó en el fallido intento de exploración extraterrestre del inicio, ha perdido la memoria, y se la pasa dos tercios y algo más de la novela tratando de recuperar sus recuerdos y rehacer su vida, lo que nos brinda una visión de primera mano de los entreveros aparentemente intrascendentes de los demás tripulantes. No hay mucho que contar: la nave fue enviada al espacio en búsqueda de vida extraterrestre, no habiendo tenido éxito en esta misión, pese a los miles de años que lleva viajando por el cosmos. La tripulación, compuesta por los descendientes de los primeros astronautas y el capitán, genéticamente alterado para ser inmortal (¡!), está más que harta y aburrida de este viaje aparentemente inútil, en una nave prácticamente sin secretos y en vías de convertirse en chatarra.

Vamos, que a diferencia de las novelas de Aldiss y Wolfe, la nave no se ha convertido en el mundo, no hay un olvido inmemorial ni una nueva sociedad en la Astron: todos los tripulantes no son más que aburridos técnicos encargados del mantenimiento de un inmenso armatoste, acaso perdido en las profundidades estelares, resentidos por la clase de vida que les ha tocado, amargados por destino terrible que es nacer, crecer y morir dentro de una nave cuya misión se ha revelado un fracaso.

Hasta que ocurre el milagro, el acontecimiento clave (y no nos referimos a un encuentro con seres extraterrestres, que a estas alturas sería un deus ex machina de lo más despreciable), la rotura del hueso que nos permite dejar los “aparentemente” y adentrarnos en los “realmente” de esta novela, que se dispara a un ritmo vertiginoso en el cual todos los misterios y enigmas (lo que Gorrión ha olvidado, el porqué de la inmortalidad del capitán, lo vetusto de la nave y otros múltiples detalles) son resueltos, al tiempo que se produce un giro de ciento ochenta grados (literalmente) en TODO: la Astron ha llegado a un punto de no retorno, pues se encuentra frente a una especie de muro, un espacio totalmente vacío que es descrito como la oscuridad más allá de las estrellas. ¿Encontrarán al fin la vida extraterrestre que motivó su búsqueda? ¿Podrán siquiera atravesar ese espacio? ¿Y si del otro lado tampoco hubiera nada…? Como fuegos de artificio, aquí y allá surgen nuevos enigmas y sus sorprendentes respuestas, que pondrán al lector tan frenético como los personajes de la novela.

Por cierto, la imagen del final es esperanzadora y aterradora al mismo tiempo, y perfectamente coherente con el desarrollo de la historia.

Daniel Salvo

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