miércoles, 21 de noviembre de 2012

Preludio a la Fundación (Isaac Asimov)



Estamos ante una novela "con historia", que quizá sea ya conocida de todos. Resulta que Isaac Asimov, teniendo ya escrita y publicada la trilogía original de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación) antes de 1950, decidió publicar nuevas novelas en torno al tema en... la década de los ochenta. Tenemos así Los límites de la Fundación (1982) y Fundación y Tierra (1986), además de otras novelas.
Por supuesto, mucha agua ha corrido desde los años cincuenta hasta los ochenta, y más agua hasta nuestros días. Muchos de los límites a los que un autor de ciencia ficción debía someterse a mediados del siglo pasado habían caído, y eso se nota en cierto intento de puesta al día en el tratamiento de ciertos temas, como el de la discriminación racial o la apertura en las costumbres sexuales, que ni por asomo figuraban en las narraciones originales de la Fundación.
También es de apreciar cómo Asimov gira también hacia la práctia editorial del best seller. Dadas las espectativas que casi todos los aficionados a la ciencia ficción podríamos tener en torno a su obra, un "nuevo" Asimov era un bolo fijo para que la editorial del caso hiciera un negocio redondo, y no me refiero tan solo al mercado anglosajón. Basta ver nuestras librerías para notar que, en caso de tener una sección dedicada a la ciencia ficción, las novelas y cuentos de Isaac Asimov ocupan un lugar destacado, cuando no el único.
Y desde la perspectiva de un mercado editorial dominado por la fantasía y los vampiros, en lo que a mi respecta, es de agradecer que Isaac Asimov se haya convertido, sin quererlo, en el adalid de la ciencia ficción que aún puede ser reconocida como tal. En sus novelas están los viajes espaciales, los robots, los adelantos científicos y ese sentido de la maravilla, tan caro al género, que no siempre se encuentra en otros autores.
Poniéndome en plan crítico, diría que la prosa de Asimov no es como para postularlo a un premio Nobel póstumo. Pero ni falta que hace: desde la posición de un eterno adolescente fascinado con el universo y sus posibilidades, como lector, sigo disfrutando de las propuestas y soluciones del "buen Doctor" a sus propias interrogantes respecto a ese mismo universo. Racionalista a carta cabal, Asimov no deja de hacerlo notar en sus historias, y creo que eso es de agradecer, en este mundo pretenciosamente posmoderno que postula, como la mejor respuesta a todo, la indiferencia o la apatía. Asimov vivía fascinado con el conocimiento, y eso es evidente en sus ficciones. Lo mismo ocurre en Preludio a la Fundación.
Si bien es algo que no agradó mucho a un gran número de lectores, Asimov ideó esta novela con el propósito de "arrancar" con ella todo el ciclo de las Fundaciones. El protagonista principal es un Hari Seldon jovencísimo, un matemático del minúsculo y "primitivo" planeta Helicón que ha acudido a Trántor en búsqueda de conocimientos: ha barruntado la idea de la psicohistoria, pero es consciente de sus limitaciones como mero matemático, y acude a Trántor, el centro del imperio galáctico, para añadir a sus conocimientos abstractos lo que podríamos llamar la perspectiva histórica, es decir, el auténtico devenir del comportamiento humano. Para ello, contará con la ayuda de Dors Venabili, una historiadora que oculta más de un secreto.
Este planteamiento, simplificado, hace eco de la crítica a la separación entre "científicos" y "humanistas" que en 1959 hiciera el británico C. P. Snow en su conferencia "Las dos culturas":

Un buen número de veces he estado presente en reuniones de personas que, por las normas de la cultura tradicional, se creen muy educadas y que con mucho gusto han expresado su incredulidad por el analfabetismo de los científicos. Una o dos veces me han provocado y he pedido a los interlocutores cuántos de ellos podrían describir la Segunda Ley de la Termodinámica, la ley de entropía. La respuesta fue fría y negativa. Sin embargo, yo estaba pidiendo algo que para los científicos sería equivalente a preguntar: «¿Has leído una obra de Shakespeare?».
Ahora creo que si yo hubiera hecho una pregunta aún más simple como ¿Qué entiende usted por masa, o aceleración, que es el equivalente científico de decir «¿Puedes leer?» no más de uno de cada diez habrían sentido que yo estaba hablando el mismo idioma. Por lo tanto, mientras el gran edificio de la física moderna crece, la mayoría de la gente inteligente en Occidente tiene el mismo conocimiento científico que habría tenido su antepasado del neolítico. (C. P. Snow, "Las dos culturas")



En Preludio a la Fundación, este problema se resuelve tanto por el reconocimiento por parte de Seldon de su falta de contacto con la historia, como por la colaboración que le presta la historiadora Dors Venabili. Así pues, tenemos a Asimov en su estado puro, pontificando en torno a los beneficios de la colaboración entre los representantes del conocimiento, los eruditos, como se les denomina en alguna parte de la novela.
Como no podía faltar la intriga, tanto el emperador Cleón I como su consejero, el omnipresente Eto Demerzel, se han fijado en las actividades de Seldon y el posible impacto de sus descubrimientos en la política imperial, por lo que iniciarán una persecución en búsqueda del joven matemático, quien demostrará que no solo sabe utilizar la cabeza, sino también los puños (y los cuchillos), siendo este uno de los aspectos más flojos de la historia, a mi parecer, una excesiva concesión a las exigencias editoriales que convierten a Hari Seldon en una especie de héroe de acción... En fin, un Seldon para todos los gustos. Y no diré nada de las escenas románticas, inevitables pero olvidables.
Vuelto a sus fueros, Asimov narra con brío el periplo de Seldon durante la persecución de la que es objeto, que le (nos) permite conocer en detalle el funcionamiento del planeta Trántor, sus fuentes de energía y alimentación y las peculiares idiosincracias de sus habitantes. Trántor no tiene una, sino varias culturas, lo cual se convierte en uno de los vectores que orientarán los posteriores desarrollos que efectuará Seldon en torno a la psicohistoria.
Resulta por demás curioso como el resto del universo asimoviano - los robots, personajes como R. Daneel Olivaw o Elijah Bailey, los planetas Aurora o la misma Tierra - retorna en esta novela, aunque a veces como meras leyendas o ejemplos de comportamientos absurdos para la mentalidad del "presente" en el que se desarrollan la acción.
En suma, estamos pues ante un digno preludio, acaso más largo que la pieza principal, pero igual de disfrutable.

Daniel Salvo


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